Esta semana ha visto la luz el primer estudio que en UNICEF realizamos sobre la situación de la infancia en Castilla-La Mancha, y, aunque se detectan aspectos para pensar que hay esperanza, la realidad y los datos son preocupantes.
La inversión en la infancia y la adolescencia ha caído drásticamente en Castilla-La Mancha desde 2007. Estamos a la cola, y por tanto por debajo de la media nacional, en casi todos los ratios “buenos” que se analizan, como el PIB, la renta anual media por hogar y por persona, la tasa de empleo o el número de universitarios; y, sin embargo, somos abanderados en aquello en lo que no deberíamos ni aparecer, y que tiene su realidad más dura en el hecho de que el 42,8% de nuestros niños y niñas están en riesgo de pobreza y exclusión social, índice que ha ido creciendo año tras año desde 2008 con una mínima recesión en 2012. Es el dato más alarmante de este “Estudio de situación de la Infancia en Castilla-La Mancha” elaborado por UNICEF en colaboración con la Universidad de Castilla-La Mancha.
Me siento parte de la región y, como tal, corresponsable de su futuro; por eso quiero ver a Castilla-La Mancha a la cabeza y no a la cola en estos informes.
Somos la comunidad autónoma con mayor número de autopistas, autovías y kilómetros de AVE; tenemos el mayor viñedo del mundo; cuatro lugares Patrimonio de la Humanidad; dos Parques Nacionales; vastas Reservas Mundiales de la Biosfera y 109 espacios naturales protegidos; compartimos historia con personajes como Garcilaso de la Vega, Cervantes, Antonio López, María de Pacheco…; contamos con muchos y variados medios de comunicación; con más de 35.000 profesores en 1.514 centros escolares, 400 bibliotecas, 2.325 profesores universitarios y una gran Universidad, incluida en el ranking QS que engloba a las mejores universidades del mundo.
Con todo esto, y sabiendo que la formación está inversa e íntimamente relacionada con la pobreza, ¿cómo es posible –como señala el estudio- que seamos la segunda región con menor número de universitarios, la sexta con mayor número de analfabetos o que tengamos un 20,8% de abandono escolar temprano? ¿Qué estamos haciendo mal para que un 14,7% de nuestros niños no puedan permitirse tener una temperatura adecuada en sus hogares o que un 39,6% de las familias en las que viven no puedan afrontar un gasto imprevisto? ¿Qué es lo que estamos dejando de hacer para que el 42,8% de nuestros niños vivan en hogares en los que no se alcanza el 60% del salario mínimo, el desempleo de larga duración esté presente en su familia o no se puedan pagar el alquiler, los suministros, o comer carne o pescado al menos cada dos días?
Por suerte algunos datos son esperanzadores: aumenta la proporción de alumnos escolarizados en edades significativas; hay una mejora importante de los alumnos que han superado la educación secundaria; algunas de las partidas presupuestarias dedicadas a educación van aumentando; el número de madres adolescentes toca el mínimo de los últimos 10 años; somos la segunda comunidad autónoma con menor número de niños necesitados de protección; y una de las de mayor tasa de adopciones internacionales; nuestros niños y adolescentes viven con menos ruido, menos contaminación y menos delincuencia que la media nacional. Por último, pero muy importante, nuestras administraciones se conciencian cada vez más de la importancia de trabajar por la infancia. Así, cada vez tenemos más Ciudades
Amigas de la Infancia, que ya suman 18; la Consejería de Educación ha firmado un convenio con UNICEF para promover en los colegios la educación en derechos de infancia; los partidos políticos presentes en Cortes regionales se han comprometido mediante un Pacto para que nuestros niños y niñas no vayan nunca hacia atrás en Castilla-La Mancha; y cada vez más, a todos los niveles gubernamentales (ayuntamientos, diputaciones, gobierno autonómico), se va dando voz a los niños y niñas castellano manchegos.
Este es el camino que debemos seguir: posicionar a la infancia, que es nuestro presente y nuestro futuro, en un nivel de educación, salud y espíritu que les permita llevar una vida digna, que les dé herramientas para alcanzar la cima de la pirámide que Abraham Maslow nos dibujó hace ya más de siete décadas y que les capacite, en definitiva, para desarrollar de forma íntegra todo su potencial. Ese desarrollo será, sin duda alguna, el motor para el avance de nuestra región por lo que habremos invertido en su bienestar y con ello en nuestro progreso como sociedad.