Volví a enfocar su figura uniformada en la mirilla del rifle, y recordé, como otras veces, las vejaciones y abusos cuartelarios sufridos. Pero sabía que tenía que girar el arma. Sentí el acero frío en el paladar.
Fundí a negro aquel anochecer oscense del setenta y siete.
Ya no contaré las majaderías varoniles de aquella puta mili. Ni tampoco sabré, Mi Teniente, si soportó usted el oprobio justiciero que le inculpaba, en la carta que quedó junto al agujero sangrante de mi calavera.
Amanecía cuando me encontraron.