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sábado, 21 diciembre
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¡Que viene el demonio!, por Joaquín Patón Pardina

¡Que viene el demonio!, por Joaquín Patón Pardina

Con motivo del comienzo de la Cuaresma y con la llegada del  primer domingo de los seis que la componen, cada uno y cada una (como se dice ahora, hay que mentar al masculino y al femenino porque es lo políticamente correcto aunque lingüísticamente sea un error) de los que nos tomamos en serio la religión cristina ya hemos pensado en la tarea seria, responsable y de acuerdo al mensaje de Jesús, que queremos llevar a cabo en este tiempo.

No nos preocupa demasiado comer carne o no, ayunar o comer menos determinados días y desde luego nos reímos de las promesas de dejar de fumar y similares hasta el Domingo de Resurrección o liberación de las ataduras que nos impusimos el miércoles de ceniza.

El primer domingo de cuaresma de este año 2017 nos recuerda el evangelio las tentaciones de Jesús. Cuando Éste es llevado al desierto después de su bautismo y es tentado por el Demonio con la tentación de la comida (haz que estas piedras se conviertan en pan), del milagreo (tírate desde el alero del templo y vendrán ángeles para que no te hagas daño) y del poder (te daré los reinos del mundo si de rodillas me adoras).

En las homilías el celebrante correspondiente intentará hacernos una exégesis del texto y aplicación moral relativa a nuestras vidas, recordando que “el demonio a la oreja te está diciendo…” (según asustaba la canción con la que nos animaban a participar en el “rosario de la aurora”).

Saldremos de la misa como siempre, sin pena ni gloria, o sea, sin que el demonio ni la predicación hayan conseguido remover nuestro “yo”, anclado en convencimientos asentados por años de concedernos la seguridad de que nuestra religión, que “desde luego es la verdadera” y por supuesto “nuestro modo de pensar siempre certero”.

Sin embargo, ante esto anterior, la reflexión que yo me hago es la siguiente: Evidentemente que el demonio no va a venir, entre otras razones, porque no es un ser material,  por más que a lo largo de la historia hayamos querido antropomorfizarlo o zoomorfizarlo,  pero sí que podemos disfrutar o sufrir la inclinación  y el empuje, que eso significa “demonio” y “diablo” en griego clásico, para desviarnos de lo que en verdad debería ser la Cuaresma: Tiempo de reflexión, oración y limosna según los antiguos; tiempo de mejora de costumbres,  de perdón a los que nos perjudican (hacen o dicen lo que te daña) y de más amor a los de nuestro entorno –considerando como  entorno todas las personas de la  tierra- y ofrecernos en cambio una sarta de acciones –no actitudes- religiosas, en muchos casos beateriles, trasnochadas para mentalidades actuales y vacías en muchas ocasiones.

El mismo demonio o tentador en nuestro interior necesita cambiar actitudes personalizadas realmente nacidas del Evangelio de Jesús por los besapies a las distintas imágenes de «Nuestro Padre Jesús Nazareno» (afirmación herética porque Jesús Nazareno no es nuestro Padre), por procesiones y desfiles (¡hay que  «procesionar»!, aunque no te acuerdes de Dios ni de tus hermanos en todo el año). Y preparar las túnicas y «los santos» y las «carrozas». Y hay que poner focos y luces y ropajes y…y…

Yo me pregunto si no estaremos cayendo en la gran tentación… del espectáculo (al estilo de las que nos presenta el evangelio). Si  no esteramos cambiando el Pan y el Vino de la Eucaristía por las presencias de nuestras imágenes.

Si no estaremos engañando el comportamiento evangélico con el desfilar callejero y ruidoso de cualquier fiesta.

Si no nos estaremos equivocando y volviendo a hacernos un Dios que encaje con nuestros gustos, pensamientos e ideas, porque ese dios no existe nada más que en nuestra mente y en nuestros discursos, ese no es el Dios-Papá que nos muestra Jesucristo a lo largo de su vida y su enseñanza.

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