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Ciegos en pedestales, por Joaquín Patón Pardina

Ciegos en pedestales, por Joaquín Patón Pardina

El cuarto domingo de Cuaresma trae a la memoria el segundo tema de  catequesis que recibían los antiguos catecúmenos antes de su bautismo en la Vigilia Pascual. Al texto se le ha conocido y titulado como  “El evangelio del ciego de nacimiento”.

Tiene una literatura preciosa y es riquísimo en temas distintos y actuales. Son tantas  sus enseñanzas que nos llevaría mucho tiempo y espacio verlas todas.

Para mí uno de esos matices, sin ser el más importante, es la actitud de los Fariseos (fieles cumplidores de la Ley de Moisés en ayunos, rezos y limosnas) cuaresmáticos ellos y Saduceos (los de conducta intachable, en muchas ocasiones hombres adinerados, miembros de familias sacerdotales y sobre todo descendientes      –hay que cuidar la genealogía como todo buen judío- del sacerdote Sadoc).  En ninguno de estos grupos encontramos mujeres.

Seguimos a vueltas con la Cuaresma, cuyo tiempo intentamos aprovechar asomándonos a las enseñanzas de Jesús en los Evangelios y así poder optimizar nuestra vida y la de los demás. Junto con lo que nos ofrecen las religiosidades icónicas que algunas organizaciones religiosas (las  conocemos como cofradías, asociaciones, hermandades, etc.)

Partiendo de la convicción de que una persona que quiere seguir a Jesús no puede quedarse en procesiones y estatuas, por más bellas, resplandecientes, floreadas y con todos los afeites con las que nos sean presentadas… No podemos obviar  la contradicción que conlleva todo ello al  mostrarnos una tragedia de sangre y muerte colgando de un suplicio persa, al que conocemos como cruz. Todo eso es espectáculo, cultura, tradición, religiosidad, sentir de un pueblo, etc. Y como tales muy dignos de ser respetados.

Volviendo al asunto del  matiz (indicado unas líneas más arriba) del evangelio, que quiero destacar, es la tozudez de aquellos que están seguros en sus pilares, en sus convicciones, en sus verdades indudables. Personajes ficticios a veces y reales otras  contemporáneos de Jesús y presentes en nuestra sociedad. Incluso podríamos ser tú y yo, nosotros y ellos, aquí no deberíamos eludir nadie.

Podemos tomar como un aldabonazo en nuestra mente, siempre pensante, el análisis exhaustivo, que compruebe si padecemos alguno de los síntomas de los fariseos y saduceos que observamos en  los personajes siguientes:

-Se creen seguros de lo que piensan, siempre están en lo cierto. ¿Cómo poner en tela de juicio aquello de lo que tan seguro están? Son poseedores de la auténtica verdad. No tienen dudas de nada.

-Son los maestros, los únicos que pueden enseñar o adoctrinar –según se mire- a los demás. Saben de todo y entienden de los entresijos más ocultos. Su sitio es el pedestal más alto del ágora.

-Malabaristas en el hablar. Sus discursos son, a veces, incluso interesantes, pero claro, sus palabras están vacías o con un contenido ininteligible. Son los sofistas del siglo XXI.

-Se sienten con el derecho de acusar al resto de mortales. Siempre habrá una ley incumplida por  los sucios vivientes. Y si no, existe tal ley, la inventan. Y si es necesario incluso retuercen las leyes naturales para coger en algún renuncio a los irredentos infieles.

-Condenan sin paliativos a aquel que intenta rebatir alguna de sus actitudes. “¿Quién se habrá creído cree ese imberbe?”  “¿Cómo va a afearme mi pulcra conducta?”-suelen decir-.

-Viven en pedestales desde los que observan  cómo  abajo  los “personajillos” de su entorno miran asombrados la grandeza y altura de miras del alto señor.

-Se arrepienten de sus fallos y fracasos, no porque así lo sientan a causa de su bien formada conciencia, sino porque el mismo aparente arrepentimiento les sirve para que los otros aprecien una santidad que en el fondo es ficticia.

-Los sufrimientos de los demás son vistos por estos ciegos como castigo a su falta de actitudes de progreso y debido a su pobreza mental y crematística congénita.

-Usan ropajes llamativos, brillantes, trajes de tiendas caras y hechos a medida, aunque con la apariencia de proletariado. Se estiran mucho al pasear rítmicamente, mientras se sienten plácidamente observados.

-Ponen cara de modestia mal disimulada, su mirada es beatífica cual si suplicaran el perdón inmerecido, pero al mínimo desplante clavan su soberbio aguijón.

-Van de intelectuales por el mundo de los vivos fieles, mas su intelectualidad radica exclusivamente en la autoridad de la que hacen gala imponiendo sus verdades a golpe de leyes y cánones.

-Imponen costumbres y hábitos de comportamiento monástico medieval para los demás, exigiendo su estricto cumplimiento so pena de castigos de fuegos infernales en el más allá.

-No son violentos –en apariencia-. Hacen gala de una mansedumbre de santo estoico, hasta que algún pecador lo azuza con su falta de civismo. Entonces pueden lanzarte el “anatema sit”, con todas las hogueras inquisitivas.

Los que padecemos  alguna de estas cegueras tan propias de todos los tiempos y ambientes podemos aprovechar el tiempo oportuno de la Cuaresma. Vayamos pronto al “Óptico”, que Él “es nuestro Padre que ve en lo escondido” (Mt. 6, 6). No nos pondrá prótesis oculares, nos dará la vista (como al invidente del evangelio) que necesitamos para descubrir quién es nuestro hermano, nuestro prójimo, el que nos necesita hoy y mañana.

Él –Papá-Dios-no nos vigila la comida del viernes, ni pasa lista en el templo, ni contabiliza los céntimos que echamos en el cepillo. Él que nos quiere tanto que no se para ni ante la muerte. Él que nos resucita cada vez que nos dejamos morir.

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