La Hermandad de Jesús Pobre se puso este sábado en camino hacia la Semana Santa con el sentido Pregón que pronunció Alejandro Ramírez en la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles de Tomelloso. A la palabra del pregonero se unió la música con los cantes de Nicomedes Marquina y Ramón Navarro, acompañados por Alejandro Lozano a la guitarra y Felipe Sevilla al tambor.
Alejandro Ramírez Soriano es maestro y, como dijo la presentadora del acto, está siempre buscando a Jesús. Es peregrino de la Hospitalidad de Lourdes, catequista, cofrade y secretario de la Hermandad de la Virgen de las Viñas.
El pregonero comenzó dando las gracias, proclamando su fe mariana (inquebrantable) y exponiendo sus sentimientos cuando procesiona por Tomelloso con las hermandades a las que pertenece, Jesús Camino del Calvario y Jesús de Medinaceli. Alejandro engarzó su discurso como un Vía Crucis “donde las estaciones de nuestra vida van pasando, poco a poco”. Caemos, como no puede ser de otra forma, dado que somos simplemente humanos, pero Jesús nos levanta “nos agarramos al bastón de su palabra” y avanzamos, “estación tras estación”. Unas veces como cireneos, “mitigando el dolor de quienes nos rodean”. Otras “limpiando su rostro como la Verónica”. Pero hay otros momentos en los que, como Pedro, nos escondemos ante el dolor y corremos.
En ese punto, Alejandro, nos hace ver que ante los problemas de la vida y las necesidades de los demás “hacemos lo que podemos”. Mientras, “Jesús, o Antonio, o José, o María, Celia,…caminan en busca de un bienestar, donde a veces cuesta creer que tiene cabida Jesucristo”.
Alejandro continúo con su Vía Crucis, la imagen de Jesús, flagelado entre sayones le sirve el pregonero para volver a agitar las conciencias de los presentes. En una sociedad repleta de sayones, donde prima el enaltecimiento de uno mismo, apartamos nuestra mirada de tantos flagelados que caminan a nuestro lado. Pero Jesús no va solo al Calvario, le acompaña María, como tantas madres que caminan con desaliento ante la pérdida de un hijo. Pero, hemos de ser capaces de transformar el dolor en esperanza, de otra manera no tendría sentido el mensaje de la Resurrección.
El sonido de las cadenas rozando contra el asfalto en la Procesión del Silencio sirve para que Ramírez nos lleve a la siguiente Estación. “Me gustaría creer que cada eslabón de esas cadenas está cargado de peticiones anónimas, de oraciones recogidas con Fe, y no con populismos engreídos que nos enturbian el alma, y ensucian el corazón”. En esa parte del pregón, Alejandro llevó al público la desesperación por no encontrar a Dios, sobre todo, en los momentos de dolor, de silencio y oscuridad. “Cuantas veces la brújula de nuestra existencia nos hace perdernos por caminos llenos de sombras”, proclamó el pregonero.
Y, por fin, el singular Vía Crucis de Alejandro nos lleva al sepulcro vacío, a la Decimoquinta Estación. La pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la Resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. La Resurrección de Cristo, como dijo San pablo, es nuestra propia resurrección. Y si Jesús venció a la muerte “está sentado a tu lado”. El Cristo Resucitado que preside el altar de la parroquia “nos indica que hay vida más allá, de nuestro paso por esta tierra, donde se nos ponen a prueba nuestras capacidades y resistencias”.
Alejandro mostró su esperanza de que los asistentes “salgan de aquí con la parte más pobre de Jesús, como es su sencillez y humildad”, pidiéndoles que siempre caminen con María, “nuestra consejera silenciosa, nuestra madre piadosa que nos consuela” a la que nosotros también hemos de consolar. Para acabar, aseguró que en nuestra vida “siempre hay un Simeón de Cirene, que hará, que tu carga sea más ligera y te lleve un poco de luz bajo la atenta mirada de Dios”.
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