(Publicado en el ABC de Sevilla, viernes 20 de Febrero de 2015)
Allí, el paisaje es una escritura, una caligrafía que de otoño a primavera traza palotes de primeras muestras, y en cuanto abre Dios el ojo de la primavera empieza a soltarse en trazos de caligrafía inglesa que moja la pluma en verdes tinteros que nacen de la luz. Allí, la vida está escrita en el suelo, y Dios lee esa escritura, según sea el tiempo. Una escritura que se aprende, bebida, en las catacumbas terrizas donde la sangre se abre para santificarse por medio del vino. Allí hay que hacerse tierra para que ésta se te entregue. Allí, la sombra sólo la gozan los racimos que se esconden entre las hojas de las cepas, o el melón que rastrero se mete bajo las alas de su mata como polluelo temeroso.
Antonio López es capaz de pintar el aire porque el aire de Tomelloso —la luz que allí pasta—fue su primer enaguado, y la primera camisa que le puso el campo. Por eso todos los aires pintados de Antonio López son el aire de Tomelloso. Y la infinitud. Si Antonio López es capaz de pintar lo infinito, es porque beste online casino Tomelloso ofrece la visión de lo infinito, el callado poema de las cepas, los alegres sonajeros que cuelgan de los brazos de los pámpanos, cuando las uvas son esféricas islas de vino. Y ahí en Tomelloso está aquel talento sin puertas de García Pavón, otra infinitud para soñarlo todo, para presentirlo todo, para que nada pueda ocultársele, por eso vio venir, desde tan lejos, los pasos poéticos, inteligentes, de Eladio Cabañero y de Félix Grande. El otro día, cuando el prudente señorío de Rafael Torres Ugena —serías torero, si fueras de Sevilla, Rafael—, con esas maneras de elegante hermano hospedero cuando recibe a la gente, con ese mimo de su educada amicicia, me envió unos vinos tomelloseros de su gran Cooperativa, que tiene nombre que canté hace tanto —“Reina sin mancha en La Mancha”—, la Virgen de las Viñas, seguro que sabía que estaba dándome de beber Tomelloso. Su excelente vino, Tomillar, ¡cuánto ha tenido que sufrir en esa dura tierra, Rafael, en la ingente soledad de los pagos ubérrimos, y cuánto ha tenido que fermentar en su disciplinada anadipsia, hasta ganarse un sitio entre los mejores…! Lo celebro. Por ahí, por el vino, me vino Tomelloso. Tomelloso, Tomillar. Me acordé de la siembra, de los bombos, de las gachas, de las mulas, de los carros, de los amigos —a la cabeza, tu primo Isidoro—, de ese paisaje que sentí mío desde que lo vi… Por tu vino, Rafael, se me vinieron todas las viñas, todos los pintores, todos los poetas, toda la luz… Todo el sabor de Tomelloso. Tu vino, escrita tinta que habla, siempre en la boca de otro. Ay, Tomelloso…
Antonio García Barbeito