Con el Teatro Municipal lleno hasta la bandera, este sábado se representó Mitad y mitad, una comedia negra de Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez, interpretada por Paco Tous y Pepón Nieto. El montaje hizo las delicias del público que despidió a los actores con una larga ovación.
Con una cierta prevención hacia los bets sellers de cualquier tipo, acudimos al Teatro Municipal de Tomelloso. Los técnicos del coliseo nos cuentan que no hay ni una butaca libre: está todo vendido. Esa circunstancia nos da la excusa perfecta para plantearnos el hacer un par de fotos, y a casita, que llueve.
Pasamos a los camerinos, gracias al buen oficio de uno de los técnicos, con la intención de sacar algo, saludamos a los actores, hacemos unas fotos y amablemente nos sugieren que les dejemos en paz, que tienen que calentar la voz emitiendo sonidos muy raros, y molestos sobre todo.
El público acaba de pasar un cuarto de hora después del horario de inicio de la obra. Nos acoplamos en una de las escaleras de subida al escenario, ya decimos, un par de fotos y a cenar.
Aparece Pepón Nieto transfigurado en Carlos, en un piso claustrofóbico, con cortinas pesadas y cojines de ganchillo, preparando las maletas: mamá está a punto de diñarla y él se va a ir a las Canarias. Enseguida sale a escena Juan, Paco Tous, haciéndose las cuentas de la lechera, la vieja dobla esa noche y sus problemas se van a arreglar… Y ya no conseguimos levantarnos de la escalerilla hasta que cae el telón.
Mitad y mitad es una obra compuesta por Jordi Sánchez (Antonio Recio, mayorista. No limpio pescado) y Pep Antón Gómez, que a la vez es el director. Es una comedia negra, de un sarcasmo vitriólico, valleinclanesco, propio de Berlanga o de los Caprichos de Goya. La ambición y la mezquindad de los protagonistas no tienen límites en un planteamiento alejado de cualquier corrección moral o posibilidad de redención de los personajes. Precisamente esa falta de ética es la que más carcajadas arranca en el público, ya se sabe, los españoles nos reímos de todo.
En la primera mitad aparecen dos personajes opuestos, extremos e incompatibles. Nos sentimos cerca de Carlos, el pobre mozo viejo que ha malgastado su vida por cuidar a la madre enferma y posesiva. Aparece ese dilema tan tomellosero «—¡Qué bien se llevan esos hermanos. —Eso es que no han partido.».
Después del entreacto la cosa se suaviza entre ellos y los que parecían dos tunantes en el primer acto, son dos pobres hombres en manos de una madre más mala que el rejalgar, la mujer de Juan (que se está quedando calva, precisamente por eso, por mala)… y una testigo de Jehová, que pasaba por allí.
Las cerca de dos horas sentados en el peldaño se nos pasan voladas. Los actores estuvieron magistrales y el público disfrutó, que es de lo que se trataba. Una buena noche, de teatro, gozando con una obra subversiva. Pero subversiva de verdad.
[justified_image_grid flickr_user=85117113@N04 flickr_photoset=72157642776375735]