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domingo, 22 diciembre
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XVI Premio de Narrativa “Francisco García Pavón”

JURADO

PRESIDENTA

Dña. Mª DOLORES CORONADO GONZÁLEZ

Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Tomelloso

VOCALES

Dña. SONIA GARCÍA SOUBRIET

Escritora

D. CARLOS AGUILAR GUTIÉRREZ

Bogas Bus

Escritor

D. DAVID PANADERO GÓMEZ

Escritor

D. JESÚS EGIDO SALAZAR

Rey Lear Editores

SECRETARIA

Dña. DOLORES GONZÁLEZ RAMÍREZ

Responsable de Unidad. Área de Cultura del Ayto. de Tomelloso

Examinados los trabajos presentados, el Jurado acuerda por UNANIMIDAD,

conceder el  XVII PREMIO DE NARRATIVA»Francisco García Pavón»,

dotado con 7.500 €, Edición de la Obra y Diploma a:

D. ALFONSO VÁQUEZ GARCÍA

de Málaga, por su obra titulada :

«CRIMEN ON THE ROCKS»

 

Crimen on the rocks (Fragmento)

El funeral y entierro de Elizabeth Wood había sido a las 10 de la mañana así que, sintiéndolo mucho, no se acercó a la catedral, que presidía la capital de Devon con su aspecto de lujoso cofre gótico vigilado por una torre normanda. El cofre guardaba en su interior un tupido bosque de nervaduras que le transportaban a un idílico paisaje la prehistoria.

Un taxi le condujo a Bonningtom Grove, una calle de casas eduardianas idénticas, uniformadas de un gris ceniciento y con un gran ventanal en el salón para captar los estertores solares. Sólo se les distinguía por el número y el aderezo de los jardincitos. En el número 4 vivía la familia Wood, formada por el señor Percival y su hijo Galahad. El abuelo, Arthur Wood, muerto en la Gran Guerra, fue quien inició la tradición de poner a sus varones nombres de caballeros de la Mesa Redonda. El hermano de Percival, Gawain, emigró hace años a América.

Cuando iba a llamar a la puerta, se abrió y salieron en tropel hombres y mujeres vestidos de negro, algunos con un sándwich de pepino en la mano. El comisario cerró la puerta y se asomó con timidez al saloncito, tomado por un maremágnum de platos y tazas de té. Percival y Galahad Wood estaban sentados en sendos sofás de un estampado mareante y miraban por el ventanal. En el suelo enmoquetado ronroneaba una gata.

El policía se identificó y tomó asiento frente a padre e hijo tras estrechar sus manos. La gata empezó a frotarse contra su pernera. Mompou se acordó del perro de los Fratelli yendo ansioso a su encuentro. “Atraigo a los animales”.

-Suponía que se pasaría por aquí – dijo Percival Wood. Tenía una nariz de patata   que no habría desentonado con la de Pierpoint Morgan. El hijo, un quinceañero de rasgos dulces, parecidos a los de su hermana, seguía mirando por la ventana, perlada de gotas de lluvia.

-Antes que nada quisiera decirle cuánto siento lo de su hija Elizabeth.

-Gracias comisario. ¿Sabe?, marchó a San Roque buscando una vida mejor. Para dejar atrás la maldita guerra. Mire lo que ha encontrado.

El padre hablaba con calma, como quien cuenta una larga historia junto al fuego. Le habló de la madre de sus hijos, muerta al poco de nacer Galahad, del trabajo en la fábrica textil de Exeter y del puesto en la Defensa Civil durante la guerra.

-¿Cómo era Elizabeth?

-Una chica lista y atenta. Le encantaban los niños y por eso quiso irse a trabajar con los Fratelli.

-¿Conocía usted a Claudio Fratelli hacía mucho?

Percival se rascó la nariz bulbosa antes de contestar.

-Nos conocíamos de tomar cervezas en Exeter los fines de semana. Estuvo un tiempo trajinando por aquí. Eso era antes de que le tocara la lotería.

-¿Se distanciaron?

-Ya no frecuenta estos ambientes. No le culpo. A lo mejor yo habría hecho lo mismo. Cuando un tiempo después nos volvimos a ver me ofreció el trabajo para mi hija.

Galahad Wood emitió un gruñido. El policía captó el estremecimiento del padre.

-¿Estaba cómoda en casa de su amigo?

-¿Y por qué no iba a estarlo?, nunca se quejó. –El padre buscó la mirada del hijo, que se había hundido un poco más en el sillón.

-¿Acudía a visitarles a menudo?

-No como yo quisiera. Se pasaba poco por aquí.

El gato dio un salto hasta el regazo del policía.

-¡Dover, baja!

El animal siguió ronroneando en brazos de Mompou sin inmutarse.

-No se preocupe por mí, no soy alérgico a los gatos. Me estaba diciendo que su hija no les visitaba a menudo.

-Poco, la verdad. Pasaba las Navidades con nosotros y también aprovechaba algunos días de Semana Santa.

-¿Sabe si su hija tenía algún tipo de relación?

El quinceañero volvió a gruñir, esta vez más alto.

-¿Relación?, ¿quiere decir un noviazgo?, no, que yo sepa.

-¿Nunca le habló de nadie?

-Nunca.

Se hizo un silencio espeso. La lluvia tintineaba en el cristal y Dover, cada vez más encariñado con Mompou, arremetía contra su abdomen entre ronroneos sedosos.

-¿Está seguro?

-Bueno, mi hija no iba contando su vida privada por ahí. Además, soy su padre. ¡Si hubiera vivido su madre sería otra cosa!

El policía decidió ir al grano.

-Verá, se lo digo porque parece que Elizabeth debió lucir un anillo, aunque en el momento de la muerte no lo llevaba. Perdone la pregunta pero, ¿podría ser un anillo de compromiso?

El señor Wood se acarició una barba inexistente y miró por la cristalera entristecido. Su nariz era una masa purulenta.

Galahad, hasta ahora una criatura inerte, revivió:

-¡Vamos padre!, ¿a qué espera?, ¡cuéntele lo que le dije¡, ¡la que se formó en la cena de Navidad¡

Percival Wood se frotó las manos nervioso y la pagó con el gato.

-¡Dover, abajo!

El hombre se puso de pie, y sin mucha diplomacia cogió al animal y lo lanzó lejos como un fardo. Dover abandonó el saloncito entre maullidos.

-Bien –dijo el policía- ¿tiene algo que contarme?

-Sólo son conjeturas. Nadie pudo sacarle nada.

-Pues hable señor Wood, cualquier conjetura puede ayudarnos. Y usted querrá que atrapemos al culpable.

El padre volvió a mesarse la barba en silencio mientras el hijo gruñía. Por fin habló.

-Tiene razón señor Mompou. Que por nosotros no quede. Verá, ocurrió la Navidad pasada. Fue solo un detalle y ella lo niega. Claudio Fratelli se ofreció a traer a mi hija en coche para ahorrarle el autobús. Yo estaba ayudando en la cocina a una tía de Elizabeth, mi hermana, y fue Galahad quien abrió la puerta y… según cuenta, los vio.

-¿Y qué viste hijo?

Galahad observó al policía con fastidio antes de bramar.

-¡A mi hermana con ese cerdo! Desde aquí vi cómo aparcaba el coche y la besaba, aunque se resistió. Luego entró un momento a saludarnos y se despidió de ella acariciándole la mano en la puerta. Volví a pillarles.

-¿Se lo comentaste a Elizabeth?

-¡Claro¡, ¡había visto cómo la besaba! Pero ella lo negó y comenzó gritarme….

-Y se armó el Belén…

-¿Cómo dice? -preguntó el padre.

-Perdone, es una expresión española. El caso es que no tuvieron una cena navideña muy tranquila.

-Mi hija negó toda relación con el señor Fratelli y dijo que Galahad se lo había inventado.

Galahad respondió con otro gruñido, dando la espalda a los dos hombres.

-Y usted, señor Wood, ¿llegó a comentarle algo a su amigo?

-Ya no éramos tan amigos, sólo conocidos. Y no, claro que no. Si Elizabeth había negado todo pensé que era una invención del chico. No quería problemas con la familia. Estaban dando un trabajo a mi hija.

-¿Cuándo la vio por última vez?

-A mitad de junio. Pasó con nosotros un fin de semana.

-¿Y cómo la encontró?

-Como siempre. Era una chica muy alegre, aunque la verdad, no hablábamos mucho.

-¿Volvió a mencionarle el incidente de Navidad?

-Eso había quedado olvidado.

-Y tú, muchacho, ¿cómo viste a tu hermana?

-Sin novedad.

-¿Llegó sola?

-Esta vez sí.

Mompou  miró el juego de té desperdigado por la habitación, escuchó los lejanos maullidos de Dover, quizás en el piso de arriba y supo que había acabado el primer acto. Ahora, como hizo en casa de los italianos, pidió ver el cuarto de Elizabeth.

-Yo le acompaño, está tal y como lo dejó en junio. ¡Pobrecita! –Percival Wood subió con lentitud las escaleras, como si quisiera memorizar cada peldaño, que crujía igual que un camarote.

-Aquí tiene. Puede mirar todo lo que quiera.

-Gracias.

La habitación estaba decorada con un papel con desteñidas petunias. La colcha de la cama repetía el motivo. Mompou curioseó en la pequeña estantería de la pared, en la que imperaban libros de Katherine Mansfield, de Jane Austen y, por la segura influencia de San Roque, de Ramón María del Valle Inclán –Divinas palabras-. Sacó un volumen al azar y lo abrió por la primera página. Con la misma letra infantil que había visto en la libreta en casa de los Fratelli pudo leer: “Regalo de M.D.”. La obra era Orgullo y prejuicio, de Austen. De nuevo aparecían las mismas iniciales que en la libreta de la joven, M.D.

-¿Ha encontrado algo?

La voz del señor Wood resonó a su espalda. El policía estaba abriendo, uno a uno, el resto de libros. No encontró nada más.

-¿Le suenan las iniciales M.D.?

-¿Mater Dei?

-¿Cómo dice?

-Mater Dei, el día de la Virgen. No estamos tan lejos de San Roque. Me sé algunas expresiones católicas.

-No, debería ser el nombre de alguien del círculo de su hija. Le hizo este regalo- dijo mostrándole el volumen.

-A mi hija le encantaba la lectura. Se pasaba muchas tardes entre libros. Pero ahora mismo no caigo en quién pudiera ser. Si me acuerdo le llamo, deme un teléfono.

El policía le entregó una tarjeta y tras volver a darle el pésame, bajó los dolientes peldaños y salió a la calle. Por pura chiripa pudo subir al autobús directo a la colonia, el que hacía el trayecto dos veces al día. Durante el viaje no pudo dejar de darle vueltas a esas dos iniciales, M.D. ¿Sería la persona que acabó con Elizabeth? Habría que visitar otra vez a la familia Fratelli y admirar, una vez más, su repulsiva colección de cabezas de ciervo.

Alfonso Vázquez García

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