Podría llamarse Belén, aunque Belén no es nombre de abuela, a mí me suena más a niña, quizá a jovencita y a lo sumo, mujer mediando edad. Tampoco su nombre verdadero me recuerda a una abuelita, al menos aún no, con el tiempo quizá. Así que vamos a dejarlo en Belén.
Belén camina con la mirada gacha y la cabeza dos palmos por delante de sus pies. Anda encorvada porque teme alzar los ojos y temer, aunque ya teme sólo de pensar que pueda tener miedo. Y eso que dicen que no recuerda, pero el pánico ha anidado en cada poro de su piel y aflora a cada instante.
—¡No me dejes sola, no te vayas!
— ¿A qué tienes miedo?
Ahora que he lanzado la pregunta creo que Belén no será capaz de poner nombre a tanto miedo. Me sorprende que no duda y sin levantar la mirada, con la voz entrecortada:
—Temo a las personas, a quienes puedan hacerme daño, temo que me persigan. Temo no saber si tengo.
Le acerco mi mano y la agarra con fuerza, sigue mirando al suelo, su cuerpo tembloroso.
—¡No me dejes sola!
No la dejo sola. No ha estado sola un minuto. Las auxiliares, la terapeuta, la trabajadora social y el fisioterapeuta la han mimado durante todo el día, haciéndola olvidar esos miedos que la tienen frita.
Se nos acerca un ángel, que dicho así, bien podría llamarse Ángela. Sí, no lo dudo, Ángela es un ángel, aunque ahora no se acuerde. Ángela tiene el don de la mansedumbre, es como un Pilar que sostiene a todas las amigas que aquí tiene. Ángela maneja los genios más difíciles cambiándolos por mansos corderetes. Ángela también tiene alzheimer.
Se inclina hasta la altura de los ojos caídos de Belén, deja descansar una mano sobre su hombro y como si el cariño las uniera desde siempre, la anima a confiar en ella, le dice que no tema, que no va a sucederle nada, qué esté tranquila. Y lo consigue.
Ángela, ya erguida, me mira, me dice que siente compasión por ella, qué “¡ay que ver como se ponen las cabezas!”, y “¡Que qué pena quien tenga una enfermedad así!” Las observo y por un momento olvido que ellas son las que olvidan. Ha sido como una luz entre las sombras. Lo avanzado de las dos haría pensar en lo difícil de su interacción y ¡míralas! La una que se fía y por un instante deja de temer y la otra cum lauden en terapia individual a base de querer mucho.
Hoy me duermo dándole vueltas… ¡La de historias que cincelan el corazón! Las personas somos así, una historia a las espaldas que a veces nos encorva y un camino por delante, aunque, como en este caso, sea descendente. Un camino en el que alguien nos sujeta, nos alienta y nos levanta de tropiezos y caídas, encendiendo una luz donde todo parecía sombra.