Desdoblar la lona, extenderla y repasarla por si había que recoser algún roto, o taparlo con una botana de cuero, así como darle una buena mano de sebo de carnero para que no calara el mosto al pisar las uvas en el carro y preparar las «serillas» y las espuertas utilizadas durante la recogida de la cosecha, era tarea a realizar los días previos a las Ferias y Fiestas de agosto en Tomelloso. Y todo ello para poder comenzar a vendimiar inmediatamente después del petardazo de la «traca» que daba por terminadas dichas fiestas.
—¿Qué, preparando los avíos para la vendimia? -pregunta el mañanero repartidor de pan-.
—No hay más remedio. Igual que todos los años -responde el otro sin quitar la vista de lo que estaba haciendo-. Pero es que están al llegar los vendimiadores y queremos tener todo listo para empezar la vendimia lo antes posible.
—Bueno, aquí tiene los dos panes y la rosca que tenían encargada. Ya dirán el pan que tengo que traer mañana.
—Como eso yo no lo sé, ya pasará la mujer por la tahona y lo encargará.
Las «cuadrillas» de vendimiadores solían componerse de familias llegadas de provincias del norte de Andalucía. Muchas de éstas familias eran ya como de casa y los patronos («amos» decían ellos) contaban año tras año con las mismas, sin necesidad de contrato alguno. Pues era gente humilde, honrada y muy trabajadora, que con una simple carta indicando el número de personas y la fecha en que habían de venir, bastaba para contar con ellos.
«Apreciado Manuel: Deseamos que toda la familia estéis b… y sepáis que este año, como ha hecho tanto calor, la vendimia se ha adelantado unos días y…”
Así de sencillo.
La recolección solía iniciarse a primeros de septiembre y duraba hasta últimos de octubre. A veces se prolongaba, ya que había quién tenía viñas lejos del pueblo y tardaban algo más en transportar las uvas. Contando con que la vendimia no se daba por concluida hasta ver fregado el jaraíz, lavados los carros con todos los aperos y recogido el material utilizado incluso sacas y mantas de dormir el personal en la quintería.
El hecho de pernoctar la gente en las viñas, no solo se hacía por comodidad del personal, si no que al no interrumpirse el acarreo durante las veinticuatro horas se facilitaba la carga de los carros a cualquier hora de la noche. Y como el trabajo no requiere un esfuerzo excesivo, al final de la jornada las mozas y los mozos se permitían canturrear y bailar alguna jota manchega antes de ir a dormir.
A la mar van a parar,
morena, todos los ríos
y allí se habrán de juntar
tus amores y los míos.
Procura tu que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Compartiendo con otras gentes el trabajo de solo unas semanas, ejercido éste desde el respeto y el cariño (por qué no decirlo) su marcha producía todo lo contrario, emocionalmente, que la llegada. Pues los abrazos y besos de la llegada, tampoco faltaban en la despedida. Pero, si los primeros producían alegría y risas, los segundos quedaban empañados de tristeza y alguna que otra lagrimilla.
¡Y eso que nos despedíamos «Hasta el año que viene»!