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viernes, 22 noviembre
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Sobre vocabularios, por Andrés Cañas

vocabularios

A mucha gente nos pasa. Cuando los que somos emigrantes nos referimos a nuestro lugar de origen, inconscientemente, solemos decir; mi pueblo, mi tierra, mi patria chica… Y si es al domicilio; mi casa, mi calle o mi barrio. Es como si nos sintiésemos mejor diciendo que es nuestro todo aquello que  de alguna manera, nos identifica. Y muchos lo hacemos intuitivamente, por ser fruto de las arraigadas costumbres de cada lugar.

—¿Hace mucho que no vas a «tu» pueblo? —pregunta un compañero de trabajo a otro

—Pues sí, hace ya casi tres años que no voy —responde éste— y te aseguro que lo echo a faltar, la verdad.

— Quieres decir con eso —insiste el primero— ¿qué después de tantos años fuera, aun añoras el terruño?

—No, no se trata de añorar nada —le vuelve a contestar— es que, a pesar de la distancia que hay entre donde estamos y de donde somos, casi todos los veranos me reservo unos días de vacaciones para visitar a mis padres y compartir corrillos y veladas con los amigos de la infancia en lugares que mientras viva me serán familiares.

—Igual que tú dice un vecino mío —comenta otro compañero de oficina— que es un gallego casado con una catalana, que cuando habla de su pueblo se le cae la baba. Claro que éste hace poco que se ausentó de su tierra y aunque intenta adaptarse al cambio, aun le  rezuma la «morriña» por los poros de la piel.

—¡Hombre! que a ese vecino tuyo se le «caiga la baba» hablando de su pueblo no es extraño. A mí todavía me pasa. Pues aunque parezca sencillo, el cambio de usos y costumbres, o lo que podría llamarse la cultura doméstica de cada pueblo, asimilarlo no es tan fácil.

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Tampoco estoy muy seguro, honestamente lo confieso, si anteponer las preposiciones «mi» o «tu» al sujeto de referencia sea o no correcto hacerlo. Más bien creo que lo hacemos por hábitos adquiridos de tanto oírselo decir a nuestros ascendientes.

Algo parecido ocurre con el trato dado a los demás, en el uso que se hacía del usted, cuando hablábamos con superiores nuestros o personas de mucha más edad que nosotros. Había quién llamaba de tú a los padres incluso a los abuelos, porque se les permitió desde niños. Y como a los mayores les caía en gracia, nunca se lo reprocharon. Ahora es distinto, ahora parece que llamar de usted a las personas mayores por ser solo eso, mayores, salvo las que impongan un especial respeto, sería como alejarlas incluso negarles confianza.

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Y es que en tiempos de tanta modernidad, como los que ahora se disfrutan,  el leguaje de los jóvenes tiende al tuteo de manera generalizada incluso a desconocidos, sin que ello signifique faltar al respeto al otro. Más bien —diría yo— responde a la formación recibida en los colegios, ya que entre alumnos y profesores suelen tutearse. Lo cual no significa que sea irrespetuoso ni siquiera descortés.

Recordemos que los jóvenes, hasta no hace tanto tiempo, tratar de «usted» a las personas mayores, así como obligarnos a escribir y coger la cuchara para comer con la mano derecha, eran preceptos que había que respetar como a los mandamientos del catecismo.

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El trato de «tú» o de «usted» puede que tenga una explicación más o menos convincente. Tampoco lo sé. Pero llamar diestra a la mano derecha y siniestra a la izquierda, tal vez sea por la influencia de las religiones en la educación.

En cualquier caso, esto último me sigue siendo cuando menos exagerado.

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