Al referirme a «la mesa» quizás que haya quién crea que voy a referirme a una mesa de comedor u otras mesas en las que se plantean sobre ellas diversos proyectos para su estudio incluso juegos como el billar u otros. Pues no. La mesa de la que quiero hablar en este espacio es una mesa diferente, distinta a casi todas las mesas. Se trata de una mesa pequeña, sencilla, vestida decorosamente con una falda de franela color gris verdoso y un centro redondo sobre el tablero, hecho con aguja de ganchillo y con hilo de perlé, color blanco roto, muy bonito, sobre el que posaba un pequeño florero de cerámica talaverana colocado sobre un plato del mismo material que la hacían especialmente acogedora. Era lo que se entiende familiarmente como una «mesa camilla».
Esta mesa estaba colocada en la entrada del salón-recibidor del local social de Asociación Española de Laringectomizados y Mutilados de la Voz (AEL) en Barcelona, a cuyo Centro acudíamos decenas de operados de cáncer de laringe a recibir clases de «erigmofonía» para rehabilitarnos y poder comunicarnos nuevamente con palabras.
A esta pequeña pero importante mesa camilla la acompañaban mas de media docena de sillas antiguas, con el respaldo alto y torneado, tapizadas con una pana de color parecido a las faldas, muy bonitas. Sobre éstas sillas se sentaban otras tantas mujeres -mi esposa entre ellas- necesitadas de comentar todo aquello que les inquietara acerca del problema que las había reunido allí circunstancialmente. Cuyas mujeres no eran otras que la esposa, la hermana, la hija u otro familiar cercano que acompañase a alguno de los laringectomizados que, como yo mismo, acudíamos a clases de rehabilitación de la voz todos los día laborables. Ellas se intercambiaban experiencias en su ejercicio de cuidadoras nuestras en casa, con el fin de hacernos el mejor servicio posible y también mas llevadero el complicado post-operatorio y el no menos duro aprendizaje al que se nos sometía unas horas cada tarde.
De todas las mesas que había en la Asociación, a ésta le llamábamos «la mesa de las mujeres», ya que fueron ellas, nuestras compañeras de fatigas las que vieron la necesidad de disponer de un espacio donde reunirse y comentar incluso compartir situaciones engorrosas que solo con la práctica diaria y conocimiento podían ayudarnos a superarlas.
—Mi marido —decía una de las últimas en llegar— lleva unas noches que tiene que dormir en un sillón, porque en la cama tose mucho y no descansa. Y añadía: perdonen ustedes si digo alguna tontería, pero es que ninguno de los dos sabemos cómo remediarlo.
—Cómo va a ser una tontería, ¡muchacha! —respondió otra de ellas—. Si al principio a todas nos ha pasado igual ¿No ves que todo esto nos ha cogido sin preparación….? Vosotros probar a poner dos o mas almohadas, para que levante la cabecera a ver si así respira mejor y no tose tanto. Si funciona, descansareis los dos.
En este tipo de tertulias se intercambiaban experiencias incluso las mas íntimas, que no se atrevían a comentar ni al médico.
—Por cierto —dice una chica joven— mi padre tiene miedo de ducharse por si le entra agua en la tráquea y se ahoga. Y como es tan pudoroso no quiere que le ayudemos nosotras.
—Si solo es eso —le contestó una señora mayor con mas experiencia— no es necesario que le ayudéis. Aconsejarle que se duche de pie e incline la cabeza hacia abajo y verá que no le entra agua. Veréis qué pronto pierde el miedo.
Mas o menos eran estos los temas tratados en la tertulia de cada tarde. Y aunque parte de lo que contaran pareciesen vaguedades, las conclusiones que sacaban estas mujeres enriquecía o reforzaba el conocimiento de todas ellas. Es mas, la mesa llegó a considerarse el lugar de encuentro idóneo para despejar muchas dudas sobre cómo actuar si tenían que socorrer al convaleciente en caso de emergencia.
Otra de las funciones de la mesa, y no menos importante, era que como estaba situada en el espacio siguiente al recibidor del local, era lo primero que veían al entrar quién llegaba por primera vez. Con lo cual, al ver a tantas mujeres sentadas a la mesa y charlando entre ellas con absoluta normalidad, ya comenzaban a sentirse mejor. Y es que el ambiente que encontraban en el Centro les parecía mucho mas cálido y familiar de lo pudieron imaginar antes de conocerlo.
Podría contar infinidad de anécdotas, muchas ellas divertidas, acerca del rango y categoría que alcanzó tener esta pequeña mesa. Pues la confianza y el afecto que suscitaran aquellas tertulias entre familias ¡poco menos que hundidas en el mas absoluto desánimo! influyeron para que la relación de amistad se hiciese tan fuerte, que no se rompió nunca.
Y todo ello gracias a la mesa.