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lunes, 25 marzo

La música nos hará libres, por Pedro Muñoz Plaza

Foto de Marcos Molina
Foto de Marcos Molina

Nos encanta tocar el bombo. Es sencillo, suena siempre que le arreas con la maza. Es gregario; de motu propio solo hace ruido. En la vorágine de la orquesta pierde protagonismo, pero nunca te falla, siempre sabes a qué atenerte. No como esos instrumentos del demonio con teclas, con cuerdas, con miles de formas de hacer música con ellos. El mismo violín suena diferente en función del violinista o la orquesta en la que se integre. El bombo no, el bombo no defrauda.

Nos encanta tocar el bombo. Envidiamos la orquesta sinfónica, pero nos asusta su complejidad; suena como los ángeles, pero volvemos al bombo una y otra vez.

—¡Con Franco vivíamos mejor!

—¡Contra Franco se vivía mejor!

En tiempos convulsos tendemos a volver al bombo, a la sencillez de las decisiones tomadas por otros, a la manada que dócilmente vuelve al corral moviéndose al son de los ladridos del perro pastor. El bombo nos suena mejor cuando lo oímos de lejos o solo lo oímos en nuestra cabeza, en un lejano recuerdo. La memoria es muy traidora, selectiva, manipuladora. Nos presenta lo recuerdos para hacernos sentir bien y no como una herramienta objetiva para la toma de decisiones. El bombo siempre ha sido una mierda, diga lo que diga nuestra memoria.

Es complicado hacer sonar una orquesta sinfónica. Esfuerzo, talento, generosidad, dedicación, complicidad entre sus integrantes. Desde el piano solista a la percusión saben que el conjunto les necesita. Muy complicado sacar la melodía. Pero cuando todo funciona, cuando la maquinaria ensambla todas sus piezas y las pone a trabajar, el resultado amansa la fiera más insensible de la creación, hace llorar al más melómano de los oídos.

—¡Les tenían que cortar las manos! En su país ya se las habrían cortado.

¿Les ponemos un burka a las mujeres y les prohibimos salir solas a la calle? ¿Lapidamos a las adúlteras? Habíamos quedado en que viven en la Edad media; que son países atrasados con leyes injustas en los que vivir es un infierno. ¿Les cortamos las manos a los ladrones? ¿Quieres eso en nuestro país?

—¡Todos los políticos son todos iguales! Solo quieren llenarse los bolsillos. Claro, que nosotros en su lugar haríamos lo mismo.

¿Nosotros? Querrás decir que tú lo harías. No creo que todos los políticos sean iguales, como no lo son los fontaneros, los albañiles o los taxistas, pero de una cosa sí estoy seguro, tú no eres de fiar.

Bogas Bus

—Una buena hostia a tiempo remedia muchos males. Ahora los delincuentes se ríen de la policía. Antes, si te la merecías, te la daban y no pasaba nada. Reinaba la ley y el orden.

Las hostias merecidas siempre se las dan a otros; las que nos dan a nosotros, las que le duelen a mi alma son injustas a todas luces. ¿Quien decide cuando una hostia es merecida? ¿El sargento, o un guardia cabreado vale?

Cuando el horno no está para bollos resurgen las simplistas cantinelas del bombo que, al menos a mi generación, nos han acompañado desde siempre. A veces, tengo la sensación de que es algo genético de fondo que arrastra este país; como el gen de los ojos azules de algún antepasado que va dejando salpicada la familia de rasgos nórdicos y ya nadie sabe muy bien a qué se debe.

Tocar el bombo es simple, desahoga en momentos puntuales, pero, no nos engañemos, lo que nos da la felicidad, la libertad, es la música.

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