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lunes, 23 diciembre
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Dependencia, por Andrés Cañas

santa creu

Quienes llegamos a muy viejos, que por fortuna y gracias a la ciencia estudiada en las aulas y ejercida en los laboratorios, somos cada día más, en alguna medida, todos acabamos siendo lo que se ha dado por llamar «dependientes». Aunque hay quién cree que lo bueno o lo malo que nos pasa es porque así lo dispone la Divina Providencia.

Sin embargo, en opinión de muchos, el auxilio o la ayuda que recibimos de nuestros semejantes suele ser tan eficaz, o más, que el amparo o la gracia que al parecer de algunos nos viene dada por gracia de Dios. Es más, yo diría que la asistencia de especialistas, médicos, y personal auxiliar de centros sanitarios, cuando nuestra salud comienza a quebrantarse, se hace imprescindible recurrir a ellos antes de esperar a que se produzca algún milagro. Y es que las personas muy mayores, si al desgaste físico y natural del organismo por el esfuerzo y los años acumulados añadimos alguna dolencia más, sea física, sensorial o cerebral, pretender vivir sin necesitar el apoyo de quién tengamos a nuestro alrededor, sea familiar o persona contratada para auxiliarnos, sería poco menos que comportarnos como unos inconscientes.

¿Qué por qué digo esto? Pues porque ahora, a mi edad, he sido objeto de una doble y delicada intervención quirúrgica, y al margen de la asistencia médica recibida y los servicios de enfermería que han sido impecables, en los diez días de agosto (mes vacacional por excelencia) que he estado hospitalizado y he dependido de todos ellos, me ha dado tiempo a observar cómo trabaja el personal responsable de la sanidad pública en grandes Hospitales de nuestro país, tan depauperado sobre todo por la clase política en estos últimos años.

La delicadeza en el trato recibido a todos los niveles, desde la jefatura de los diversos servicios hasta los efectivos de enfermería incluso los servicios de la limpieza, solo de ver cómo se mueven para estar cada cual donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer en cumplimiento de su particular cometido, a cualquier beneficiario se nos ocurrirían solo alabanzas. La profesionalidad demostrada de tan humanitario colectivo y sus animosas palabras de consuelo, a muchos pacientes nos servían de gran estímulo psicológico, complementando la terapia específica aplicada a cada uno de nosotros.

Ni que decir tiene que en el Hospital he tenido todo lo necesario, según indicación médica, igual que el resto de pacientes con los que he compartido sala esos días, ya que las quejas no se han oído por ninguna parte, ni a hora alguna. La coordinación de los servicios asistenciales en todos los turnos ha sido tan perfecta, que las necesidades de cada enfermo han sido cubiertas puntualmente durante las veinticuatro horas, igual los turnos de mañana, tarde y noche. Y como no me quedaría tranquilo si no digo a que Hospital me estoy refiriendo, diré que se trata del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona.

Ahora, obtenida el alta hospitalaria y recibidas las instrucciones pertinentes sobre los cuidados que aun necesitaré mientras convalezco, igual mi esposa que mi hija se encargarán de asistirme en nuestra propia casa, con la confianza de que si lo necesito cuento con el recurso de acudir al consultorio médico que corresponda. Por tanto, ahora se trata de comportarme como cualquier convaleciente disciplinado y evitar cometer alguna torpeza que pudiese retrasar incluso perturbar el ritmo de mejoría hasta la curación total.

Y si digo lo de «convaleciente disciplinado» es porque con mi experiencia se que es una actitud incuestionable.

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