En ese mismo lugar de La Mancha del que habla don Miguel de Cervantes en su Quijote, la extensa y diáfana llanura, alfombrada con plantaciones de viñedos, olivares, sembrados de cereales y barbechos, zonas de monte cubiertas de romero, tomillo, salvia, esparto, numerosas retamas, enebros y encinas, algunos humedales como; las lagunas de Ruidera y Villafranca de los Caballeros, los regadíos de la Alavesa, Argamasilla de Alba y otros encantos naturales, el amanecer que va desde la primera luz del lucero del alba hasta la salida del sol, suele ser la parte del día a significar por su esplendorosa y excepcional belleza.
De ahí que por aquellos pueblos, grandes y pequeños, donde casi todo el mundo madruga, los labradores ya retirados y acostumbrados a saludar despiertos a los amaneceres, en verano solían salir a la puerta de sus casas a tomar el fresco de la mañana. «No hay nada mejor -decían ellos- que respirar el aire puro y y recrear la vista observando cómo el horizonte comienza a perfilarse debajo del lucero del alba.
El paisaje que se vislumbra, con la serenidad y la calma que reina en tan admirable decorado, permite que los oídos disfruten con el traqueteo de los carros (cántico se decía) y el repique de los platillos que se colocaban en las ruedas de las galeras. Mezclado el seco golpeteo de hierro contra hierro, con el son de los cencerros de algún rebaño de cabras y el tintineo de las campanillas que lucían algunas yuntas en el collar de sus aparejos y el «zapateado» de las herraduras contra el empedrado del pavimento, todo junto, producía una música de ambiente capaz de alegrar el comienzo de la jornada laboral al mortal más apesadumbrado.
—Buenos días, hermano Julián. ¿Qué, tomando el fresco de buena mañana? —saludan al pasar por delante de su casa unos jóvenes vecinos que salían a trabaja.
—Buenos días nos de Dios, muchachos —respondió él— Y sí, me salgo aquí a estas horas, porque con el bochorno que está haciendo estas noches, en la cama no hay quién aguante. Y aquí, no es esto sea la gloria, pero se respira mucho mejor y no se suda. Así que me levanto, me tomo un trago de vino-quina que dicen que abre las ganas de comer, lío un cigarro y me salgo a tomar el fresco hasta que comience a calentar el sol.
—Hace usted muy requetebién. Ya ha trabajado bastante y ahora le toca descansar y disfrutar lo que pueda.
—Y vosotros, ¿adónde vais tan temprano, si no se ve?
—Nosotros vamos al quiñón que tenemos sembrado de yeros detrás de la estación y los estamos arrancando. Y si madrugamos tanto es porque se nos han pasado un poco y hay que cogerlos antes de que se vaya el relente de la noche porque secos, al tirar de las matas se ordeñan y se desperdicia mucho grano.
—Si es así, hacéis bien en madrugar y aprovechar hasta que apriete el calor, como parece que va a hacer hoy. Yo me estoy aquí, como os he dicho. Hasta que pegue el sol en la acera. Luego me meto en casa, saco un cubo de agua del pozo, me refresco un poco el cuerpo y almuerzo. Y como por la noche dejo el esparto en remojo, me preparo un buen asiento en el porche y me lío a hacer pleita hasta la hora de comer.
—A usted le pasa igual que a nuestro padre, que en paz descanse. Que siempre estaba haciendo algo. ¡Y mire que le regañábamos! Pero daba igual. Con su carácter no se sabía estar quieto.
—A mí me pasa lo mismo. Pero ya he perdido mucha fuerza en las manos y aunque quiera no puedo hacer lo que hacía —reconocía el viejo—. Esto lo hago porque había prometido a los muchachos hacer unas espuertas para la vendimia y aunque me cueste trabajo quiero tenerlas listas para antes de la feria.
—Bueno, que está a punto de amanecer y no podemos retrasarnos más. Quede usted con Dios, hermano Julián.
—Ir con Él vosotros también —les respondió—. Ah, y tener cuidado al cruzar las vías del tren, porque hasta más tarde no acostumbra a venir la viuda del empleado que encargaba y ahora es ella quién hace de guardabarrera.
—Muchas gracias por el consejo. ¡Hay que ver cómo es usted! Pero descuide que ya conocemos el peligro que tiene éste paso a nivel y pasaremos con cuidado.
Y volvieron a darse el adiós levantando las manos.