Los satisfechos: decidí ir al teatro, lo que nunca me imaginé, dejada guiar por el titulo, era hallarme ante un velatorio.
Si, si, un muerto, coronas, tristeza, dolor, pena, oscuro, tenebroso un escenario que huele a muerte.
Nos recibe una prostituta, vestida de negra, encorvada, piojosa, afligida, nos transmite el dolor que ella esta sintiendo por el difunto.
Minutos después, hace acto de presencia un cura, con barbas, también de negro, con mirada picara. Nos hace participe en las condolencias, nos bendice e incluso, cuando él pronuncia: «Levantemos el corazón», todos los espectadores contestamos: «Lo tenemos levantado hacia el señor».
En un velatorio no puede faltar un enterrador; pasados unos minutos aparece. Igual, que los demás: sucio, piojoso, vestido de negro. La diferencia: tullido, una pierna no le funciona a la perfección.
En esos momentos hemos caído en la trampa, no podemos abandonar el velatorio, sentimos necesidad, no podemos renunciar a esos personajes afligidos, tristes, resignados, sucios, harapientos, en realidad, más que a difunto, huele a ira, rabia, venganza y sed de libertad. Y miedo, se palpa, se huele, impregna nuestra piel, penetra en nuestro interior.
Tres personajes tan dispares, como distintos. Sólo tienen en común, el aspecto ruin, el color de sus ropas y HAMBRE.
Se encuentran velando un plato de comida, no os riais, sí, un plato de comida, necesidad de satisfacer el hambre, el estomago les traiciona. Velan el hambre, pero no el hambre de comer, sino el hambre de libertad, revolución, gritar, batallar, incorformismo, ira, rebeldía, venganza……
Cada personaje desea comer a su manera.
El cura, aliado de Dios, pronuncia la sumisión, no podemos comer aquello que no nos pertenece, puede ser de un ilustre, de un pobre, de un padre de familia. Su plan: aguardar a que aparezca el dueño. Reclama la resignación, sacrificio como meta final para alcanzar el Reino de los Cielos.
El enterrador, harto de cargar a sus espaldas el hambre de los demás, de enterrar a todo aquel que se ha visto rendido ante las injusticias. Afónico de gritar comida para satisfacer su ego, rendido se deja morir. Reclama fervientemente, ese plato de comida, lo hemos encontrado nosotros, es nuestro, vamos a comer.
La prostituta, mujer de vida, su necesidad le ha llevado a practicar un oficio con el cual poder subsistir, media entre el cura, y el enterrador, para compartir ese plato de comida, con grandes dosis de suspicacia y argucia. Su lema: en esta vida o eres” lobo” o eres “cordero”.
La obra avanza, estudian un plan para poder calmar su hambre y llegan a un acuerdo…
El final de la obra es inesperado…
A mí la representación me recordó, la manipulación y la corrupción actual que azota nuestro país. La privación de libertad, el comer lo que otros me ofrecen a la hora que ellos quieren, con los ingredientes utilizados según sus preferencias. No me preguntan si me gusta el tomate, el ajo, el aceite, la sangre frita, marcando ellos los intervalos en los cuales yo debo comer y obligándome a digerir aquello que me produce malestar y vómitos. Y para colmo si protesto, me quejo, son capaces de dejarme sin comer.
Todos tenemos hambre, sólo una mínima parte intenta saciarla, el resto nos escondemos, aun dándonos las estrategias planificadas, nos negamos a participar.
Muchas frases, son especiales, incitan a la meditación. Citaré una entre tantas, por lo que significo para mi y por la reflexión que me obligo a realizar posterior: «Un hombre con hambre, es un lobo».
Genial, maravillosa, fenomenal, magnifica, describe la realidad acompañada de un toque de humor, aún mostrándonos los estragos que puede llegar a causar la necesidad de comer.
En noventa minutos, el espectador experimenta toda una avalancha de emociones: llora, ríe, se conmueve, se acongoja. El corazón no deja de voltearse para un lado y para otro.
Aplaudimos a los actores por su trabajo bien realizado, encienden las luces, se cierra el telón.
Todos los espectadores abandonamos nuestros asientos, desconsolados, conmocionados, nadie se atrevía a penetrar la cortina de silencio provocada por eso tres personajes a la vez tan distintos como necesidades comunes poseen.
Si en ese momento nos hubieran entrevistado a uno por uno, hubiéramos contestado: «Sin palabras».