Fiel a su cita y caprichoso, reservándose el secreto de aparecer antes, durante o tras la vendimia, viene, discreto, llamando a las puertas, el otoño. Las hojas hace semanas que comenzaron a tejer alfombras allá donde el soplo de viento va dejando levemente, como esperando otro aliento que las haga volar de nuevo.
¿Quien dijo muerta a la hoja seca? ¿Habrá un sonido más vivo que su crujir cuando se pisa? ¿Quién las dijo poco agraciadas, sí su luz en ocres reta al cielo gris que anda en duelo entre el plomizo y el perlado, sin vencer ninguno?
Me gusta la ventana abierta esos primeros días de otoño; un libro; una pequeña lamparita que alumbre cuando va cayendo la tarde. Me gusta sentir el fresco sin defenderme demasiado. Me gusta el olor de las primeras lluvias.
Qué no se marche este momento, que siga lloviendo, que las hojas sigan su curso de caer acompasadamente, una tras otra…. Los anhelos han alzado el vuelo y me mantienen a varios metros de altura sobre el nivel de la mediocridad. A mis pies he dado orden de mantenerse en tierra: ¡Pies a tierra!, ordené en cuanto vi que los sueños empezaban a hervir y amenazaban con evaporarse. Quiero ser lo suficientemente elástica como para mantener el vértigo de la subida sin perder el sabor y la textura de la tierra.
Ya no miro atrás, he roto los espejos que vigilaban los desaires del ayer. Lo herido, herido está. Hurgar no va a sanar.
Los pies a ras de tierra, el corazón hacia lo más alto: qué se quede un poco más este momento.