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lunes, 23 diciembre
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Perdidos por Pedro Múñoz Plaza

No sé en que momento nos hemos perdido. Miro a mi alrededor y no reconozco nada de lo que veo. Tampoco me gusta casi nada. No es aquí donde queríamos venir.

Corremos como pollo sin cabeza; chocando y cayendo, andando en circulo y tomando calles que desconocemos su destino, o metiéndonos en callejones sin salida. Abrimos puertas que deberían permanecer cerradas y cerramos otras, con siete candados, que deberían estar abiertas de par en par.

Yo al menos, me he perdido. Quiero pensar que todos andamos un poco perdidos, que no es solo cosa mía. Me cuesta creer que todo estuviera pensado; que esas puertas las cierra alguien a propósito; que alguien sabía que ese callejón estaba a la vuelta de aquella esquina. Me cuesta creer que este es el camino en el que se quiere andar y que en realidad no estamos perdidos.Perdidos por Pedro Múñoz Plaza

 Cuando murió el dictador había que reformar la casa. Olía a viejo enfermo y orines. Tenía desconchones y humedades que calaban hasta el último de sus muros. Había que enterrar al viejo, y con él rencillas y rencores que hacían imposible la convivencia.

Se reforzaron cimientos, se construyeron muros de carga, se enterraron rencores, se estrecharon manos y se comenzó a construir un país en el que el protagonista tenía que ser el ciudadano: albañiles, electricistas, fontaneros, carpinteros, ingenieros… La casa iba a ser de ese ciudadano, de todos sus ciudadanos, y siempre estaría en construcción. Todo estaría pensado por y para sus habitantes, y nuestros dirigentes nunca más serían viejos dictadores. Formarían parte de nosotros y estarían ahí porque se habrían ganado nuestro respeto. Siempre tendrían claro que a ese pueblo, que les había dado su confianza y había puesto en ellos todas sus esperanzas, le debían todo y se dejarían la vida por mejorar la de sus vecinos.

 En algún momento (no sé en cual, ya digo que ando perdido) el ciudadano ha dejado de ser el rey de la casa. Nos ha ocurrido como al padre que enseñando a su hijo a jugar, le termina prohibiendo tocar el juguete por si lo rompe. Los poderes públicos (y algún que otro privado) nos han perdido el respeto. Nosotros somos la mano que les da de comer, pero muerden nuestra mano mientras lamen otra que jamás se ha dejado los riñones en los cimientos de nuestra casa.

Además de enormes verjas y pertrechados guardianes que protegen sus fastuosos jardines, han puesto mármol en el piso de sus habitaciones, jacuzzi en su baño y calefacción en la caseta del perro, pero quieren que nosotros salgamos a cagar al corral.

La casa es nuestra, hemos contado con ellos para administrarla y ahora no nos dejan entrar.

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