Como siempre, hago tiempo en la sala de espera de radiología, en la tercera planta. Las cuatro o cinco personas que se encuentran en la sala miran atentamente la tv; Rajoy habla en el parlamento, parece importante. Hemos llegado pronto, hoy terminaremos antes.
El Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo no es un hospital al uso. El hecho de que esté enfocado expresamente al tratamiento y rehabilitación de lesionados medulares le hace diferente. Cuando llegas por primera vez a Parapléjicos, lo que mas impacta a primera vista es la cantidad ingente de pacientes que deambulan por todas sus dependencias a lomos de su silla de ruedas, además de la juventud de estos. Cuando vienes a ingresar a alguien cercano, debido a un fatal accidente de trafico del que sabes que acarreará secuelas graves, la primera impresión te puede dejar un poco tocado.
A Parapléjicos no le hace diferente solo el tráfico de sillas por sus pasillos; a mi siempre me ha parecido un hospital de puertas abiertas. No hay guardas jurados, todas las puertas están siempre literalmente abiertas. Pasillos, salas de espera, zonas de consultas y hospitalización se ven pobladas y transitadas por batas blancas, sillas y personal de paisano que pueden ser familiares de pacientes o empleados del hospital. No hay letreros de prohibido el paso por ningún lado. Solo la zona de quirófanos y UCI, por razones obvias, tienen el acceso restringido.
Al otro lado del pasillo, frente a la sala de espera, una llave con un pequeño llavero metálico cuelga de la cerradura de la puerta corredera que se adivina tras el tabique. Es la puerta del laboratorio. Desde este lado del pasillo veo entrar y salir al personal que trabaja en él y la actividad que se desarrolla dentro. Una prueba más de mi idea de puertas abiertas de este hospital.
Bajo a desayunar a la cafetería. Es temprano y está prácticamente bacía. Pulga de tortilla y refresco. Un par de mesas a mi derecha se sienta con su café un hombre de mediana edad. Tras la barra desierta, la chica se afana en el orden y limpieza de su lugar de trabajo. Entra un ambulanciero con chaleco amarillo, saluda a la chica de la barra y, mientras pasea barra arriba y abajo intentando decidir cuál será su desayuno, conversa familiarmente con ella.
—Como no cobremos pronto mi novio me echa. Estamos pensando en pedir un aplazamiento de la hipoteca. —Con la cafetería vacía es fácil escuchar la conversación. Hablan como si quisieran hacernos cómplices, como si dieran por sentado que todos tenemos problemas parecidos y en cualquier momento entraremos en la charla.— El banco te lo da, pero al final pagas doble y el ahogo se incrementa ¿Y vosotros, habéis cobrado ya?
—Hace dos semanas la junta ingresó el dinero de los sueldos —contesta el conductor mientras señala la vitrina de la bollería—, pero se lo quedó el banco para cubrir las deudas que tiene la empresa con ellos. Nos deben tres meses y tengo que seguir estando como un clavo en mi puesto. El banco ha cobrado, pero nosotros no.
En la tele de la sala de espera sigue hablando Rajoy. Habla del IVA, de liberalizar esto y aquello, de recortes… De lo mal que está la cosa y de como pretende solucionarlo. Políticos, periodistas y tertulianos de toda condición seguirán hablando durante semanas del discurso de Rajoy. De la camarera y el ambulanciero no habla nadie.
Parapléjicos está ahí, aunque tampoco nadie habla de él y tengamos motivos de sobra para sentirnos orgullosos de este hospital. Es un hospital de referencia nacional (países de todo el mundo ponen sus ojos en él) en el tratamiento, rehabilitación e investigación de lesiones medulares. Espero que no haya ningún iluminado que, aprovechando la coyuntura, se lo cargue.