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domingo, 3 noviembre
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Un relato breve para entretener el tiempo: Ella maldita alma (y II) por Ramón González

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——ENCUENTRO, EN MADRID, CON ANTONIO——

He salido de la reunión con el tiempo justo y para no retrasarme  he cogido un taxi. Durante el trayecto me ha asaltado la duda de si lo reconoceré además de  venir a mi recuerdo algunos momentos buenos con Antonio y su pandilla. Antonio y su inseparable guitarra.

No me ha sido difícil. Poca gente había en torno a la estatua. Con casi cincuenta años, sólo había una persona. Un hombre delgado, con aspecto nervioso y pensativo, daba vueltas muy pausadamente en torno al lugar de encuentro, la conocida estatua del caballo.

Al bajarme del taxi  me ha reconocido, se ha acercado a mí y me ha dicho.

—Gracias Ana.

—Gracias a ti, que me permites recordar veinticinco años atrás con un excelente amigo.

—Pues ya ves lo que queda de aquel amigo; estoy muy mal. Ana no puedo seguir así.

—Bueno, vamos a comer y me cuentas, pero con una condición: saca tu mejor sonrisa y dame un abrazo fuerte, que parece que no nos conociésemos de nada.

Nos hemos abrazado y de nuevo un taxi nos ha llevado a “Los Alemanes”, un restaurante detrás del Congreso de los Diputados, donde algunas veces he ido con mi marido o con compañeros del trabajo.

Allí, durante la comida me ha contado su vida, su vida cruzada, su alma rota.

—La verdad es que desde que terminó nuestra relación hasta los tiempos que corren, he estado perdido por paraísos e infiernos. Lo que otros dirían tiempos buenos y malos tiempos.

Cuando tú me conociste, mi afición al alcohol y la búsqueda de paraísos artificiales, era ya patente. Esto se vio agravado cuando volví a Málaga: mi novia y mi mejor amigo, un tal Javier, habían decidido que podían pasar si mí. La brújula enloqueció y me vi abocado a una soledad dolorosa, que me pedía más ginebra y más poesía. Me pasaba todo el día en la calle , tratando de exteriorizar y diluir la pena, el blues. Volvía a casa de mis padres tan sólo a dormir, y no siempre. Mi relación con ellos iba de mal en peor. Me había convertido en un caso perdido.

Hice “amigos” en la calle, me relacioné con gente que hoy son músicos de cierta relevancia . Pero no toda mi actividad social se desarrollaba en la calle. También transité por grandes salones donde se hablaba, se fumaba cannabis y, sobre todo, se bebía  y se trataba de encontrar acomodo con alguna mujer. Yo aparecía por allí con mi cabeza atormentada. Cogía alguna guitarra, me ponía a tocar blues , qué otra cosa podía hacer, y siempre acababa por congeniar con alguien.Un relato breve para entretener el tiempo: Ella maldita alma (y II) por Ramón González

—¿No buscaste trabajo?

—Sí y encontré. Mejor, me lo buscaron. Mi padre era un personaje conocido en el mundo político de Málaga y me buscó un trabajo, pero me duró poco. Pero déjame que siga. Quiero desahogarme.

—Esta vida bohemia me llevó a conocer a otro gran “amor” de mi vida, una tal Luisa, hija de una persona influyente en la política andaluza, con la que estuve saliendo un par de años largos. Ya por aquel entonces sólo me dedicaba a tocar la guitarra, a escribir historias barrocas, a leer, a beber todos los días y todas las noches y empecé a coquetear con el LSD. Como ves toda una vida de lo más ejemplar ¡coño! ¡para incluirme en el santoral!

—Bueno, a ver si te crees  que la vida de algunos santos no tiene sus más y sus menos. Ya sabes tú que casi nadie es lo que aparenta…

—Lógicamente, la relación con Luisa no podía acabar bien y me dejó porque estaba harta de soportar a un tipo que no paraba de beber, y cuyos momentos de lucidez eran cada vez más complejos.

Caí en un pozo negro: la depresión, le llaman. Pero tuve fuerzas para sobrevivir. Pasó el tiempo y conocí a una chica de Lanzarote. Me fui a la isla con ella. Allí me tiré un año gracias a la escueta pensión que me pasaban mis pobres padres. De nuevo estaba en lo más alto. Lanzarote era un lugar maravilloso. Conocí a artistas de la Isla, con los que cogí alguna que otra melopea artística .Pronto hice amigos, a pesar de ser un “godo”.

Tan bien me fueron las cosas, poéticamente hablando, que estuve a punto de casarme con la isleña. Tal fue así que ella tenía el traje de novia ya hecho y mi familia los pasajes de avión reservados… etc.

—Y ¿Qué pasó?

—Pues que en un viaje que ella hizo a Málaga, por un asunto de estudios, no se le ocurrió otra cosa que quedarse preñada de un señor en una noche de borrachera.

—Evidentemente, no hubo boda.

—Evidentemente.

—Después  abandoné las Canarias y regresé a Málaga sin saber dónde poner lo hallado. Ante semejante fracaso, mis padres decidieron pagarme una pensión, que compartí con otro chico de buena clase, también repudiado por su familia. Otro episodio de lo más etílico y disparatado. Él era una especie de Groucho y la liaba en todas las tertulias, lo pasábamos bien pero los dos bebíamos escandalosamente.

—Vaya, no me hubiera importado conocer a esa gente con la que tú te has relacionado, deben ser tan interesantes como insensatos, o, quizás, seamos los aparentemente normales los que carecemos de un sentido de vida más allá de lo que otros consideran lógico ( le dije  para que no pensara que los buenos están de un lado y los malos de otros).

—Quizás lleves razón Ana. Pero te aseguro que a estas alturas, y con todo lo sufrido, maldigo el día y las circunstancias que fueron conformando mi sentir y mi querer, porque ellos son los fundamentos de mi tragedia vital. Pero déjame que siga.

—Adelante, soy toda oídos y corazón…

—Lo único bueno de aquella  época fue que conocí a mi actual mujer. María Fernanda. Coincidíamos en conciertos, bares, parques, etc. La unión se fue perfilando y ¡zas!: boda.

Un relato breve para entretener el tiempo: Ella maldita alma (y II) por Ramón González—Y supongo que empezó una época de normalidad, que sentaste la cabeza;  como se suele decir…

—María Fernanda y yo nos fuimos a la vendimia en la zona de Jerez. Esa fue nuestra luna de miel, pues ninguno de los dos teníamos trabajo. Nos casamos estando ella embarazada por lo que no podíamos permitirnos el lujo de perder el tiempo. Ella, al quedarse embarazada, dejó de beber y asentó la cabeza. Terminó la campaña y volvimos a Málaga. Gracias al PER pudimos ir tirando hasta que nació Juan. Fueron unos tiempos duros, porque para colmo el poco dinero que sobraba de pagar la casa, yo me lo bebía. Empezó el ruido.

—¿Y no has buscado soluciones para dejar de beber?

—Todas y ninguna, pues me falta voluntad, continuo…

—Encontré trabajo en los albañiles y pudimos seguir tirando un par de años más, pero el niño crecía y yo no tenía pinta de asumir responsabilidades, así que nos separamos. Volví a la pensión, esta vez solo, y comenzó el anunciado declive.

—¿Cuándo fue todo eso?

—Pues allá por el 92. Por cierto que recuerdo haberte visto un día por la Expo de Sevilla. No me atreví a decirte nada. Mi apariencia era bastante mala y me sentí avergonzado. Creo que desde entonces no te he perdido la pista, y  va ya para seis años.

—Pues haberme llamado.

—Déjame que siga.

—Adelante.

—En aquellos  malos momentos apareció mi hermana y, junto con mi madre, decidieron internarme  en una especie de granja para alcohólicos en las afueras de Sevilla. Me tiré un año y vi y oí muchas cosas. Era un alcohólico aventajado y me pusieron a dirigir las terapias. Me sentí útil y eso era bueno. Mi mujer y mi hijo me visitaban de vez en cuando; en verdad, nunca perdimos el vínculo.

—Una vez recuperado volví a Málaga, pero esta vez con dinero, ya que se vendió la casa de mis padres.  Así que alquilé un apartamento y comencé una nueva vida. Empecé a trabajar, otra vez por recomendación de mi hermana. El caso es que mi vida  empezó a normalizarse. Tan sólo tuve una recaída en el invierno del 93. Me dio por comprarme 5gr. de cocaína, coger un puñado de billetes e irme a un hotel a la costa. Me pasé cuatro días y tres noches vagando por la playa con una botella, indefectiblemente de Four Roses Bourbon.  Creo que no he llorado más en mi vida. Estuve a punto de tirarme por el balcón del hotel, pero de nuevo esa lucidez que a veces espanta, apareció, y de vuelta a casa.

Una vez calmado, contacté con Fernando Bataneros. ¿Recuerdas? Ahora es Psiquiatra y reside en Málaga. Él me ayudó a retomar la serenidad y también a recuperar a mi mujer y mi hijo. Nos ayudaron algunos amigos de la familia y, tanto ella como yo, encontramos un trabajo  fijo en organismos de la administración.

—Bueno pues eso tiene buenas perspectivas, juntos tu familia y tú y con trabajos fijos. Parece buena base para empezar de nuevo.

—Sí, pero lo que se arregló fue la situación externa. Mi yo íntimo, mi alma, no la arregla nadie y por eso, al poco tiempo, recaí en la bebida. De nuevo me dejaron solo y ya ves, por aquí ando, llamando a programas de desesperados, a ver quien me dice algo más que reproches.

—Antonio, querido Antonio. ¿ Por qué te empeñas en destruirte? Eras el más guapo del grupo, aún estás bien, el encanto de todas nosotras, el que más dinero disponía, con mucho estilo personal. Nada podía presagiar que hoy estuviese, contigo, manteniendo esta conversación. Pero lo importante es que me digas qué puedo hacer por ti, si es que está en mi mano.

—De momento ya has hecho: escucharme; dejar que me desahogue y comprenderme.

—¿Estás en Madrid de paso? Cuéntame.

—Estoy por revisión médica, mañana regreso. Te llamé desde el hotel. Me dio por pensar y me sentí totalmente hundido. Gracias por el encuentro.

—Quiero que no perdamos el contacto, que me vayas diciendo.  Si me necesitas cuenta conmigo. A lo mejor yo también te necesito. Yo tampoco me siento feliz a pesar de mis apariencias y fingida serenidad.

Después de hablar de algunas cosas sin importancia nos hemos despedido. Le he dicho aquella manida frase de que “siempre queda el mañana”, pero le he argumentado, como mejor sabía, que ese futuro inmediato hay que lucharlo minuto a minuto. La verdad es que yo tampoco estoy muy convencida de ello.

Mi viaje de regreso ha sido duro, muy duro. Se han acumulado demasiadas cosas en el recorrido mental que he ido haciendo kilómetro a kilómetro. Antonio un alma rota, Ana un alma en la pendiente de la destrucción, ávida de amor, de vida, de placer….tan harta de la rutina, de una vida enjaulada, que se me había abierto un resquicio de esperanza, pero ¿ para qué?.

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