Hace unos días comentaba con una amiga como hay momentos cruciales en los que, junto con muchas otras sensaciones, es una necesidad el replantearnos nuestra vida, ver que camino lleva, si vamos siguiendo los pasos apropiados o, como suele pasar en muchas ocasiones, nos dejamos llevar por la corriente, dándonos cuenta que hemos perdido el rumbo que en un principio nos habíamos marcado… ¿Cuáles pueden ser estos momentos? Pues, la edad (especialmente con los cambios de década), el trabajo, el cambio de estado civil, una muerte cercana, y en general cualquier hecho que tenga cierta relevancia en nuestra vida.
Pero… existen dos momentos en los cuales casi todos coincidimos en realizar este balance. Uno es cuando despedimos el año, y miramos el nuevo con positivismo, pensando que todo nos ira mejor, y convencidos de que pondremos todo nuestro empeño para que así sea.
Otro de ellos es el final de las vacaciones, estamos marcados por ese calendario escolar en el cual los propósitos de cuando éramos niños siguen viviendo en nuestra mente. “Me esforzare mucho mas” “Estudiare todos los días para no llegar apurado en los finales” “Me apuntare a ese curso que me servirá para abrir mas puertas” “Me portare mejor en casa” “Estaré mas pendiente de la gente a la que quiero” “Llamare más a menudo a esa persona que hace tiempo que no veo”, etc.
¿De que manera realizamos este balance? Pues dependerá en gran parte de la personalidad de cada uno. Hay quienes valoran lo positivo, otros en cambio solo se fijan en lo negativo… También hay quien no sabe como tiene que hacerlo, dando como resultado propósitos que al final no son útiles para llegar a alcanzar las metas que nos marcamos.
Imaginaos un propósito como si fuese la punta del iceberg de un proyecto, que en su totalidad representara nuestro camino a seguir, nuestra meta. Si una persona tiene dificultad para imaginarse el iceberg completo, no solo lo que podemos ver, puede que se sienta desorientado, perdido, y eso puede llevarnos a la decepción, la impotencia, la ansiedad…
Desde el campo de la Psicología se aportan varias ideas que nos pueden ayudar a realizar más fácilmente un proyecto, sea cual sea su finalidad. Por ejemplo:
- Tomarse el tiempo necesario para averiguar nuevos intereses, analizando las motivaciones que nos mueven hacia el cambio.
- Importante, valorar las capacidades de las que disponemos, nuestras habilidades, y en general los recursos que tenemos para poner en marcha el nuevo proyecto, valorando los pros y contras que se nos ocurran.
- Con tranquilidad, poder valorar proyectos pasados. Cuales funcionaron y cuáles no, y analizar, en la medida de lo posible, que nos acercó al éxito y qué lo dificultó.
- Revisaremos nuestras prioridades para valorar la concordancia de todo.
- Tendremos en cuenta si es un proyecto personal o necesitamos implicar a otras personas.
- Intentaremos ponernos en situación para poder prever como nos sentiremos en el cambio y qué proceso tendremos que seguir hasta llegar a nuestra meta.
- Buscaremos la energía suficiente en nuestro interior para iniciar este nuevo camino.
Tampoco creo que todos los propósitos tengan que estar medidos hasta estos límites, porque, bien es cierto que los que son fruto de un momento de “pasión” por algo o alguien, aunque pueden ser más complicados de conseguir, pueden marcarnos el rumbo hacia alguna necesidad o deseo del que hasta ese momento no éramos conscientes, o, si lo éramos, no habíamos sido capaces de lanzarnos a conseguirlo por cualquier otra razón.
Así que, aprovechando que estamos justo en una de esas épocas, y además, la situación que estamos viviendo nos pide a gritos esos balances y cambios de rumbo, desempolvemos la mente y vamos a plantearnos esos buenos propósitos para el nuevo curso con la intención de llegar a ver ese iceberg completo… ¡Si al final alguno se nos va quedando por el camino, no hay que preocuparse, porque fin de año lo tenemos a la vuelta de la esquina y tendremos la oportunidad de plantearnos nuevos retos!