Al hablar de Juan Torres Grueso lo hacemos de un hombre sencillo y humilde que pretendía convertir, lenta y cuidadosamente, su vida en una obra de arte, fruto de su pensamiento y acción. Deseó ser un clásico en su tiempo y se acercó. Podemos decir que en este sentido su pensamiento permanece y parece que continuará intacto al cruel devenir histórico. Hombre siempre, humano, casi niño. Su casi completa concepción del mundo la desarrolla en los pensamientos poéticos de su libro Meditaciones en Ruidera, que escribió entre la primavera y el verano de 1958, en los montes de la Hormiga, en el entorno de Ruidera y sus lagunas.
Torres Grueso hace una relectura de su vida, desde la meditación interior que permite la soledad, donde únicamente uno mismo ha de rendir cuentas ante sus propias acciones, su propia historia. Para descansar su “cansado corazón”, su mujer es un alivio, tanto como el apacible paisaje donde se desarrolla su reflexión en busca, como veremos, de una esperanza eterna. Escribe una poesía filosófica en prosa que penetra al lector, una poesía que piensa y siente, que quiere la unidad de sentimiento y conocimiento. Sus palabras son un llanto de alegría, un canto melancólico, al mismo tiempo intensamente necesitado de vida. Como su obra, su vida tomó diferentes direcciones, de acuerdo con sus inquietudes. Nació el 26 de enero de 1912. Una beca le permite recorrer Europa y poder conocer más de cerca los problemas que afectan a todo ser humano, esencialmente. Así, se extrae de las palabras del poeta que la única patria del hombre es el mundo.
En la vida, destaca el valor concedido a la sabiduría, que es para él la riqueza del alma, participando aquí del pensamiento epicúreo. Se presentan sus ideas mediante una complejidad constante a través de una dialéctica que no cesa y “se contradice sabiamente como si fuese un haz maravilloso de caminos encontrados”. Busca lo realmente importante en la historia de las pequeñas cosas, en el continuo caminar cotidiano, que marca en el alma todo lo bueno y lo malo de la vida, para que podamos aprender de ello.
Aparece en sus reflexiones poéticas una recurrencia a la metáfora, que culmina con la esperanza en una firme fe religiosa: “Dios guarda siempre, para el final, todo lo mejor, lo llena todo, pero muchos no lo saben”. Los hombres, para Torres Grueso, son volátiles como las nubes, pero tienen un destino, ¿dónde la libertad, dónde la necesidad? La vida tira de las almas hasta dejarlas “sin la pobre y gastada carne que las viste y entretiene en la engañosa diligencia de la vida”. Por lo tanto, hay que asumir el curso de los acontecimientos y seguirlos. No es partidario de nadar contra la corriente, los hechos son el mejor testimonio; el silencio efectivo es su mejor discurso, más aún cuando la palabra no es útil. Para él, el paradigma de hombre valioso moralmente es de firme vocación y apretada voluntad. En definitiva, una vida sencilla y humilde, donde se hable sólo lo necesario para evitar conflictos, puesto que en muchas ocasiones las palabras pueden provocar grandes disputas.
Siendo mejores sabemos más. Por ello, ataca la avaricia y el egoísmo, admitiendo que, para él, su deber es antes que su gana y su capricho, y de aquí se sigue que “el trabajo es siempre para el hombre creador, un vino, que lo emborracha iluminándolo”. La virtud “no crecerá si engordamos la carne y damos comida flaca al pensamiento”. Habla de un pensamiento que no tenemos que entender como conocimiento empírico de la realidad total, sino como sabiduría que nos permita una situación contemplativa al margen de las dificultades que se presenten, porque, a menudo, “a fuerza de querer entenderlo, terminamos por no comprender nada: ¿Para qué? Sentir. Sí. Sentir sin razonar alcanzando sólo el pobre conocimiento que nos llega de dentro, muy de dentro”. Toma la vida como una preparación para la muerte. Desea imperturbabilidad, ser presuroso y precavido en esta vida, no improvisar. Por lo tanto, lo mismo es sentimiento que conocimiento en nuestro autor, puesto que, con el sentimiento mucho podemos llegar a saber, “parece que Dios les dice a los pastores que piensen mucho y que sientan con profundidad”.
La filosofía en Torres Grueso quiere llegar a descubrir lo mejor que tenemos cada uno, como salida a los problemas morales y al conocimiento del mundo. El hombre, donde se encuentra verdaderamente, es en su interior. Debe recuperar valores frente a la sociedad pragmática a través del diálogo.
Definitivamente, lo más útil y necesario que puede tener el ser humano, es la esperanza. Sus ideas son un constante balanceo entre la ética, a la que conduce una metafísica de la vida feliz, todo ello originado en la lectura y el conocimiento, sin duda alguna, de los grandes pensadores; pero también de lo más cercano a la vida, a su vida sencilla como ciudadano del mundo en un lugar de La Mancha.