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viernes, 29 noviembre
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La austeridad ha muerto

Artículo de opinión de Ramón Castro Pérez, profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos)

Dice la RAE que la austeridad es la «mortificación de los sentidos y las pasiones» así que ¿quién querría ser austero? Aunque tal vez la pregunta interesante sea ¿quién podría serlo? A la austeridad no la quiere nadie. Un ejemplo: esta época de inflación nos trae, a diario, testimonios de personas que sufren para llegar a fin de mes. Preguntadas por las próximas navidades, algunas de ellas afirman que gastarán lo que haya que gastar, agotando los ahorros si es necesario.

Este tipo de conductas, más frecuentes de lo que parece, hacen pensar a cualquiera, más aún a quienes nos dedicamos a enseñar Economía ¿Qué lleva a una persona, inmersa en una situación financiera delicada, a dilapidar el poco dinero del que dispone en una semana de celebraciones, sabiendo que, a la vuelta de la esquina, su situación será aún peor?

Tal vez ahora sea más difícil ser austero. Para empezar, casi nadie lo es, así que carecemos de modelos a seguir. En segundo lugar, preferimos la satisfacción inmediata a la inversión. De hecho, esta última implica un sacrificio presente, algo totalmente contrario a la primera. Tercero, no somos, en todo momento, racionales. Si lo fuéramos, seríamos capaces de enfrentar el placer efímero del consumo presente con la angustia de una cuesta de enero mucho más empinada de lo normal. Cuarto, cuando la vida nos da la espalda, haciéndonos desgraciados, encontramos cierto regusto en darle un momentáneo corte de mangas, mientras nos autoconvencemos de que valemos mucho más que lo que este mercado dice de nosotros, a pesar de sucumbir a sus cantos de sirena. Consumimos en el mismo lodazal que nos acorrala. Quinto, cada día que pasa parece que hay más opciones en las que gastar nuestro dinero. Más y más, cada día más. No nos dejan tranquilos. No hay sitio para la austeridad.

Podemos alquilar un móvil de gama alta si nuestra renta no nos alcanza para comprarlo ¿Por qué cocinar si tenemos la posibilidad de que nos lo traigan hecho? ¿Salir a comprar hielo a la gasolinera? No. También nos lo traen ¿Cambiar la televisión por otra más grande? Es posible si usas una tarjeta «revolving» ¿Adelantarte al Black Friday porque sí? Eche un vistazo al pasado: nunca antes habíamos disfrutado de tal cantidad de (malos) servicios. Lo quiero, ahora, aquí y listo para consumir (que no invertir).

La austeridad está reñida con los servicios de bajo valor añadido. La austeridad, que es la prima hermana de la frugalidad, está emparentada, también, con la inversión, el sacrificio, el futuro y la productividad. Cosas que, a la postre, generan riqueza y la posibilidad de ofrecer servicios (intangibles) de mayor valor. Hablamos de aquellos relacionados con la asesoría, la calidad, la investigación y la innovación que conduce a la mejora de los productos que diseñamos. No espere salir de la precariedad a base de servicios precarios cuyo valor se disipará tras una simple digestión o un cambio de ánimo. Esos servicios que antes no existían porque, antes, lo hacía usted mismo.

Son malas noticias. Esta suerte de círculo vicioso (consumimos servicios de bajo valor, trabajando al mismo tiempo para ellos) gira tan rápido que la austeridad no puede romperlo. La austeridad ha muerto.

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