La noche del 9 de septiembre de 2022 perdimos todos a un buen y gran hombre: Vicente Olmedo García. Fue socio fiel de la Casa Castilla- La Mancha en Madrid y, sobre todo de la Peña de Tomelloso (hoy Asociación Cultural de Tomelloso en Madrid).
En sus últimos años, ya jubilado, publicó la historia del futbol en Tomelloso, (en dos partes) su pueblo querido y nunca olvidado, donde cosechó muy buenos amigos. Era imposible no quererlo. A última hora, siendo consciente de que su tiempo se terminaba, donó al Archivo Municipal, el resto de su inmensa recopilación sobre el futbol de su pueblo. También tuvo la oportunidad de ostentar el título de Tomellosero de Ausente, cuya celebración se realizó en el Auditorio “López Torres”. Allí sentados los dos juntos, le cogí la mano porque estaba nervioso y emocionado a la vez y porque no esperaba ver en pantalla grande todo el recorrido de su vida que le preparé. Cuando subió al escenario nadie habría dicho que era persona sin estudios o con falta de aplomo.
Fue una persona sencilla, buena, trabajadora, leal a sus amigos, simpático y muy tímido. Comenzó a trabajar en el campo con su padre a los siete años porque en aquellos tiempos era la manera de sobrevivir entre las gentes humildes, cosa que nunca ocultó. Me contaba cómo se le hacían cayos en las manos, lo heladas que se le quedaban en invierno, sobre todo al amanecer; lo que comían (lo que podían), cómo dormía, cómo transcurrió su infancia, en la que no pudo asistir al colegio salvo días contados. Pero a pesar de tantas penurias, logró tener una caligrafía bonita, “con muchas faltas, porque soy casi analfabeto” y cuando quería escribir algo, me lo daba para que se lo transcribiera y corrigiera.
Era asiduo a comprar pastas de almendra y mantecados, sobre todo en Navidad. Se llevaba cantidades ingentes de estos dulces y cargaba con seis cajas en cada viaje para luego regalarlas entre sus amigos, familia y conocidos. Era muy generoso y eso que le había constado mucho trabajo mantener a la familia, comprarse una casa en Madrid y salir adelante. Tenía varios empleos a la vez, uno de ellos fue en una farmacia, en turno de noche, lo que suponía pasar días enteros sin dormir, salvo cuando libraba. Su inicial nos lo indica: tenía la V de vencedor y a esto se sumó su mujer, Victoria, que siempre le ayudó y apoyó en todo. Un matrimonio envidiable por su devoción uno hacia el otro.
Tuvieron la desgracia de perder a una hija a la edad de 19 años y lo llevaron con una dignidad asombrosa. Yo me enteré de este hecho cuando, siendo yo presidenta de la Peña de Tomelloso, lo nombramos Tomellosero Ausente. Él, humilde por naturaleza, no quería aceptar tal nombramiento, “quién soy yo”.
Anteriormente a este evento, un compañero me comunicó que Vicente tenía toda la historia del Futbol guardada y reaccionamos citándolo en la Sede para que nos lo enseñara. Al ver semejantes datos históricos, le propusimos publicarlo y volvió a decir: “quién soy yo”. No quería, le daba vergüenza, pensaba que él no se merecía honores ni fama, pero yo soy muy persistente y le dije que aunque tuviera que arrastrarlo por la calle, esa historia saldría a la luz. No hubo forma de negarse porque me vio muy enérgica y en el fondo, le gustó.
De esta guisa el compañero, Ramón González Reyes (tomellosero Ausente el año siguiente), se puso al “tajo” y el acto se realizó en la Casa Castilla.- la Mancha en Madrid, actuando José López Martínez como presentador. Fue un éxito. Después, meses más tarde, hicimos otra presentación en la Biblioteca Municipal García Pavón. En la mesa se sentó, como no podía ser de otra manera, Pona. Yo insté a que le preguntasen cualquier dato del libro y Vicente, como si lo estuviera leyendo, contestaba al instante sin dudar lo más mínimo. La audiencia quedó asombrada de su excelente memoria, sobre todo siendo ya tan mayor. Acompañaba cada anécdota con simpatía y chascarrillos, nos deleitó.
En ambos actos compartí viaje a Tomelloso con él y su mujer. El primero lo hicimos en autocar, íbamos contentos, animados, felices. Cuando llegamos, entramos a picar algo y él, con la austeridad y sencillez que marcó su vida, pidió un café con leche y dos magdalenas. No recuerdo bien si es que sólo había una magdalena o es que le estuvimos tomando el pelo por lo que había pedido. Total que estuvimos riendo todo el día a su costa y él siguiendo la broma. Aquello quedó como refrán que sacábamos a colación a menudo.
El segundo viaje lo hicimos en tren, con billetes de ida y vuelta en el día, pero el acto se alargó y perdimos la vuelta, así que no hubo más remedio que alquilar dos taxis para poder regresar a Madrid en fecha.
También compartimos mesa comiendo gachas y migas en Pinilla, acompañados de su hija, yerno y nieto. Fue un día muy feliz.
En el mes de abril de este año le dio un ictus. Ya había estado ingresado un par de veces con problemas de corazón, ya no podía cargar con cajas de dulces y quesos, debido a su desgaste en una rodilla y su estado coronario. Ya sólo se dedicaba a cuidar de su mujer, que estaba perdiendo la memoria y a ocuparse de la casa en todo. Aprendió a guisar, a hacer la compra, etc… pero no consiguió aprender a manejar el nuevo móvil, decía que era muy torpe y que ya a sus años eso le venía grande. Siempre me preguntaba por la familia, siempre estaba pendiente de los suyos.
Un día lo llamé porque no tenía noticias suyas, siempre llamaba él más que yo y cogió el teléfono su hija Irene contándome lo ocurrido a su padre. Él no podía hablar, no pudo volver a caminar, ya no volvió a ser independiente, necesitaba ayuda hospitalaria, no podía quedarse en ninguna casa. Pero mantuvo la lucidez que siempre le caracterizó, aunque también sufrió por esto. No quería ponerse al teléfono, ni que nadie le viera en ese estado. Yo no podía ir a verlo, además del maldito virus, había otros inconvenientes imposibles de salvar en mi situación que sabe su familia. Le envié revistas y cosas de la Mancha, le escribí, su hija se encargó de hacerle saber que estuve pendiente de él.
Ya no recibiré su felicitación en mi cumpleaños, ni sus besos y abrazos, ni sus invitaciones a café porque decía: “te debo mucho y te aprecio de verdad”. Cuando nació mi primer nieto me llevó dinero para el niño y cuando nació el segundo también quiso hacerlo, pero le llegaron los ingresos clínicos y todas las complicaciones que lo han llevado a dejarnos.
Siento una fuerte pena y una perdida enorme. Irene me lo comunicó, porque estuvimos en contacto todo el tiempo que duró la enfermedad. Lloré, lloré y lloré. Perdía a un buen amigo de 89 años. Y las circunstancias de la vida me han impedido acudir a darle el último adiós, a rendirle los honores que él se merecía.
Sé que irás a un lugar bueno, sé que dejas un recuerdo imborrable y sé que te hemos querido mucho, Vicente.
Todos sus compañeros de la Peña, le hemos enviado una corona preciosa y los que han podido, han estado allí.
Adiós Vicente, amigo mío, espero volver a verte y te pido que nos cuides y no dejes que olvidemos tus enseñanzas: humildad, bondad, tu buen hacer, el cariño por nuestro pueblo.
Amigo, te sigo queriendo.