Aún no habían asomado las luces del alba cuando Ezequiel Cano cerró su estudio terrenal y subió al firmamento a buscar la mejor perspectiva en su obra más importante. Lo ha hecho a su elegante manera y en esa meditada discreción de quien empieza a latir en otros pulsos más profundos que se multiplican cual río sagrado y transformador.
A veces la claridad habita en algunas personas y rebosa el cáliz que, espontáneo y generoso, acoge al amigo, al hermano, e impregna la piel de una manera tan personal que se resiste a hacerse olvido en esa identidad única que envuelve su mapa interior.
Ezequiel Cano López gustaba de caminar por las calles de Tomelloso mirando como solo un artista suele hacerlo. Hombre plácido de tímida sonrisa y mirada risueña, Ezequiel era persona de gran sensibilidad que, además gozaba de una enorme creatividad en todos sus proyectos. Ello le permitía enfrentarse al arte de una manera original en sus texturas, trazos y composición. Hay poesía en la obra de Ezequiel. Nos dice Rembrandt: “El pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la poesía”. Discípulo y gran admirador del maestro López Torres, gustaba de contar anécdotas de momentos vividos junto a él. Me comentaba en cierta ocasión como junto a otras personas se trabajó para que su museo fuera una realidad.
Me viene a la memoria, estimado Ezequiel, cuando viniste a casa acompañado de un gran amante del arte para mostrarle orgulloso una de las últimas obras de mi hija. O esas otras veces que os visitábamos y subiendo a tu estudio, nos mostrabas alguno de tus últimos trabajos. Recuerdo ver iluminarse tu mirada como una habitación oscura a la que de pronto le subes la persiana.
Respirabas arte, nadie te regaló nada. A base de esfuerzo y horas de estudio te hiciste a ti mismo. Sabías mucho del reto de esa tela en blanco semejante a un folio que con urgencia te pide palabras. Y afrontabas cada nuevo trabajo con la ilusión de estar ante la más grande de las aventuras. El artista indagaba en ese diálogo íntimo para arropar la armonía en su paleta de tonos suaves, modelando la atmósfera para que se deslizara entre los elementos. Sentías ese pálpito en la resolución del nuevo enigma hasta ver el motivo en el lienzo e irle dando volumen, color, profundidad. Buscabas la perfección de manera implacable. Pesquisa individual en la que se sufre y se goza, en la que se reconoce al artista verdadero.
Ezequiel Cano trazó también los primeros esbozos en el trayecto de muchos jóvenes artistas en Tomelloso. Excelente profesor que exponía con transparencia la línea a seguir en cada pincelada. Era meticuloso pues siempre buscaba la excelencia en su propia obra, y en las habilidades personales de cada alumno.
En estos calurosos días de julio se nos ha marchado otro gran artista. Ezequiel Cano López ha partido a otros parajes. Sus pinceles y lienzos han quedado en reposo, un poco huérfanos, pero su obra personal y pictórica vive y respira entre nosotros.
Sé que en la otra orilla harás lo posible por iluminar tanto paisaje oscuro que nos recorre a veces.
Hasta siempre, Ezequiel.
Mª Teresa Lozano López