Tardes de verano sentada junto a él, a la sombra de su higuera, con olor a campo, a pan y chocolate y un libro para compartir…
Solo tenía diez años cuando la muerte llamó por primera vez a mi puerta y me lo arrebató.
Mi abuelo se marchó rápido, sin avisar…sin decirme adiós… dejando a medias el libro de agosto, y un vacío en la sombra de la higuera.
Grande, de ojos grandes. Grande su sonrisa y grandes sus abrazos… grande su corazón. Y ya no estaba para darme su enorme mano, esa que sacudía mis miedos igual que sacudía el humo que revocaba de la chimenea.
Y entre lutos y rosarios, me senté a su sombra a terminar el libro de agosto. Y lo hice presente.
Y un día crecí. Siempre cogida de su mano aprendí a abrirme camino cuando la vida se llenaba de humo.
Y cada mes de agosto tengo la necesidad de volver a la sombra de su higuera, a sacudir mis miedos mientras leo uno de nuestros libros.