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viernes, 22 noviembre
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José Mª Martínez Navarro: “Si nuestros abuelos sabían cuidar el monte y no se les quemaba, tendremos que ir a preguntarles cómo se hace?”

Hablamos con José María Martínez, experto en gestión del riesgo de incendio forestal, sobre el origen y las causas que hacen que cada vez sea más habitual enfrentarse a incendios incontrolables. Estos incendios se extienden con tal velocidad que ponen en riesgo no sólo las vidas de los servicios de extinción, sino de la población.

¿Cuáles son las causas últimas de un incendio?

Una cosa es el riesgo de incendio, el estado de la naturaleza, y otra es el de ignición, la causa concreta que da origen a ese incendio forestal que no puede ser controlado. En el de Tarragona, el más grande de estos días, la causa ha sido la fermentación de excrementos de gallina, eso es incontrolable, siempre habrá igniciones. La forma de prevenir no es prohibir esas causas, sino tratar de evitar que, una vez producido, se extienda de forma salvaje, y hay que hacerlo de una forma distinta a la que estamos utilizando ahora, que es prohibir cosas y gastar en hidroaviones, porque es evidente que no funciona.

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¿En qué consiste la gestión del riesgo de ignición?

Se centra en conocer cómo las igniciones que dan origen a los incendios forestales están siendo gestionadas y cómo podrían gestionarse de una forma más eficiente, más democrática. Las políticas de gestión de incendios forestales en España han variado muy poco en los últimos 50 años. Desde la Ley de Incendios Forestales de 1968 seguimos haciendo más o menos las mismas políticas, y 50 años parece un plazo razonable para entender que no funcionan porque el riesgo es hoy mucho mayor.

¿Por qué es mayor hoy el riesgo de incendios? 

Debido a la despoblación y al abandono del campo. Esos ecosistemas forestales siempre han sido ecosistemas antrópicos, es decir, los humanos los han moldeado según sus necesidades y por eso los han cuidado. En la actualidad hemos dejado de sacarles provecho y de cuidarlos. No han vuelto a la naturaleza, sino que estos ecosistemas se han degradado y están en un momento de máximo riesgo.

Los ecosistemas generan biomasa y la biomasa es una forma de almacenar energía. Esa energía no está en equilibrio y tiene que ser liberada, eso es el incendio. En la economía tradicional la energía se extraía y usaba, y la residual se limpiaba con fuego, nunca dejaban que la biomasa se acumulara, pero las políticas de exclusión han hecho que saquemos al fuego de esa ecuación, y hoy la acumulación de biomasa es inmensa y el sistema ya no está en equilibrio. El problema no es sólo estructural, sino acumulativo: cuanto más tiempo pase, peor estarán. Las causas últimas de los incendios forestales son el despoblamiento y el abandono del paisaje tradicional.

¿Cómo influyen el cambio climático y la subida de las temperaturas?

Son factores añadidos. Obviamente si las condiciones climáticas fueran distintas el riesgo sería menor. Estos episodios de ola de calor se vienen produciendo cíclicamente, se ve en los años en los que se queman grandes superficies, la diferencia es que cada vez son más intensos. Esto aumenta el riesgo al secarse más rápidamente la acumulación de biomasa. Pero el principal factor de riesgo es el estructural.

¿Qué debería cambiar?

Deberíamos tratar de mantener los usos tradicionales del monte en la medida de lo posible, haciéndolos rentables,  y a la vez fomentar la cultura del uso del fuego como herramienta de conservación. Lo que un ganadero quema en invierno no arde en verano, no es un crimen, es sentido común. Se tiene que volver a los usos tradicionales, al paisaje tradicional, en el que los pastos se alternaban con el monte, con los cultivos, un paisaje vivo, en mosaico, porque ese es el paisaje que es resiliente a los incendios. Pero para eso necesitamos un medio rural vivo.

¿Tiene esperanza el medio rural?

El medio rural no tiene alternativa mientras no haya un cambio sustancial en el modelo económico. Ese cambio está siendo impulsado desde la Unión Europea, en una serie de políticas que son muy incipientes, como la bioeconomía o la economía circular, pero que permiten tener un poco de esperanza. El despoblamiento es fundamentalmente un problema ecológico, pero no podemos arreglarlo sólo con dinero público porque hay otras urgencias, es necesario aplicar lógicas económicas alternativas.

¿La bioeconomía es una alternativa?

Si somos capaces de sustituir a medio plazo el plástico por la celulosa hay una esperanza, porque esa biomasa que produce el monte volvería a ser útil en la industria y en el consumo, se extraería en lugar de quemarse, y estos espacios podrán volver a integrarse en la realidad económica. La necesidad a largo plazo es volver a introducir el espacio rural en la lógica económica, porque la globalización los ha convertido en espacios residuales.

¿Y esto sería compatible con la protección de la Naturaleza?

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La utopía ecológica de los años sesenta y setenta del siglo pasado nos llevó a creer que cuando sacas al hombre del ecosistema, éste va evolucionar de forma natural, por entropía, al bosque primigenio. Es una idea absurda porque nuestros bosques son un producto climático de los últimos diez mil años, hace quince mil años no existían, los bosques europeos nacieron con el homo sapiens dentro. El ser humano maneja el bosque desde que éste aparece. Muchas de las políticas de conservación o de creación de espacios naturales protegidos como islas liberadas del hombre se basaban en esa utopía que sabemos que no es cierta. Lo importante es hacer políticas ambientales desde el conocimiento científico que tenemos hoy y hacerlas para todo el territorio, no para pequeñas zonas protegidas que sacralizamos, y que en realidad son más un producto de consumo para la sociedad urbana.

¿Cómo cambiar las políticas contra incendios?

Recuerdo a Pepe Mujica contándole a Évole que llamamos innovación a crear maquinitas de afeitar que apenas nos duran unos días y tenemos que tirarlas, mientras que nuestros abuelos nos enseñaron que con una buena navaja se afeitan tres generaciones. Si nuestros abuelos sabían cuidar el monte y no se les quemaba, sin hidroaviones ni grandes medios en extinción, tendremos que ir a preguntarles cómo se hace, ejerciendo la famosa humildad científica. Tenemos que escuchar a los que han cuidado siempre el monte porque lo cuidaban bien, y esa es la clave: cuidar, que es un concepto feminista y democrático. Lo prioritario es ver cómo podemos volver a esas prácticas de conservación, incluyendo el uso cultural del fuego,  y hacer una política de sujetar los muebles, mientras esperamos que otras políticas, como la bioeconomía circular, empiecen a funcionar y nos permitan volver a un mundo rural vivo, y a un paisaje que sea resiliente a los incendios.

Texto: José An. Montero
Fotografía: Alex Basha
@eltomanotas

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