(La personalidad del individuo se forma en la adolescencia)
Entre los primeros años treinta y los últimos cuarenta del pasado siglo, en la España rural mas rústica los jóvenes adolescentes de aquella penosa etapa que pudimos sobrevivir a toda clase de crisis y aun vamos capeando -como se puede- las consecuencias de la vejez, a poco que forcemos la memoria encontraríamos episodios tan insólitos -por no llamarle de otra manera- que justificarían lo complejo de nuestra personalidad. No solo por las huellas que en muchos de nosotros dejaran los horrorosos años de guerra civil, que también, si no lo que padecimos en aquella despiadada e inclemente post-guerra que no llegaba a su fin.
No obstante, conforme fuimos creciendo nos íbamos despegando de aquel tremendo retraso al que nos condenaba tanta adversidad y pobreza, con el único objetivo de llegar a alguna parte como fuese. Y como no hay mal -se dice- que por bien no venga, a quienes alcanzábamos la mayoría de edad (el servicio militar obligatorio nos sirvió de mucho) el hecho de vencer tantas dificultades nos hizo de «lanzadera» para huir hacia adelante en busca de mejores perspectivas. Y esto tampoco nos fue fácil, ya que la falta de formación u oficio nos limitaba nuestra capacidad de decisión de cara a aventurarnos y orientar nuestra vida -insisto- hacia un futuro mejor. Pues la lejanía de un horizonte mínimamente halagüeño era tanta que el tal horizonte se nos hacía imperceptible. Debo señalar, sin embargo, que en aquellos tiempos hubo familias enteras que arrastradas por la crisis emigraban a otros pueblos, a otros lugares donde se adaptaron a vivir y muchas de estas no volvieron si no lo hacían de vacaciones.
Después, superados esos tres o cuatro lustros de inmediata y dura post-guerra a los que me he referido antes y ya dentro en las décadas de los cincuenta y sesenta se produjo un nuevo fenómeno migratorio y otra nueva generación de jóvenes, creyendo agotada toda posibilidad de encontrar una salida al clima de pobreza que nos seguía persiguiendo, nos arriesgamos a salir al encuentro de una vida algo mas acomodada, sin necesidad de traspasar fronteras.
De ahí que en unos pocos años se despoblaran cantidad de pueblos pequeños en beneficio de núcleos urbanos industrializados y por tanto mas prósperos. Al mismo tiempo, los «sobrevivientes» del Agro hispánico que se resistieron a abandonar el campo como habíamos hecho otros, amparados en la mecanización de los trabajos agrícolas, los excelentes medios de transporte para las mercancias, la facilidad para comercializar los productos autóctonos y por supuesto en los servicios sociales que se fueron conquistando día tras día en un montón de tiempo, si a todo ello sumamos la mejor formación escolar y mas tarde profesional ya recibida, las nuevas generaciones han logrado que su trabajo en el campo tenga calidad de profesión u oficio. Fruto todo ello de un desarrollo que tradicionalmente no se daba.
Al final puede decirse, honradamente lo confieso, que nosotros, los protagonistas de todas esas historias, no encontramos un solo motivo para arrepentirnos de hacerlo cómo lo hicimos. Sin que esto signifique que nos hayamos olvidado ¡ni mucho menos! del lugar donde se alimentaran nuestras primeras raíces. En mi caso particular, ese lugar es sagrado.