Aunque de esto hace ya un montón de tiempo, con un gobierno de UCD presidido por D. Adolfo Suárez, cuando tantos españoles nos frotábamos las manos mirando hacia un futuro que soñábamos alcanzar algún día y no llegaba nunca, en uno de los primeros plenos del Congreso de los diputados en que se tramitaba a actualización de leyes o disposiciones laborales, una de las «señorías» de la oposición, respondiendo a las desorbitadas alabanzas que el gobierno dedicaba a los nuevos empresarios de los años sesenta-setenta, aquella destacada «señoría» – repito – casi silabeando las palabras dijo: ¡ Los empresarios que usted defiende con tanto entusiasmo, señor ministro, la mayoría de ellos se comportan como vulgares delincuentes !. Y no se imaginan ustedes el pataleo que se produjo en los escaños ocupados por la derecha (que se supone que es la gente educada en colegios de pago) reprochando lo que entendieron como una salida de tono sin fundamento ni justificación.
Es mas, se vio que lo tomaron como una grave ofensa, un insulto diría yo, dirigido a un amplio colectivo de ciudadanos acomodados económicamente, que creían disponer de medios materiales suficientes para modernizar el país quitándole la roña acumulada durante casi cuarenta años de dictadura opresora y caciquil franquista. Yo también – no tengo por qué negarlo – al verlo por televisión y leerlo en el periódico, puse el grito en el cielo imaginando la que le caería a este diputado por no controlarse y proferir tan desafortunado calificativo a la clase empresarial.
—Así no —me dije al oírlo—. Creo que con esos malos modos no se va a ninguna parte. Habrá que moderar el lenguaje si queremos reconciliarnos y llevarnos bien.
Sin embargo, ahora, pasadas tres décadas y con los múltiples casos de corrupción que están saliendo a la luz día sí y otro también (y que a nadie está dejando indiferente) se demuestra que aquella destacada «señoría» en el fondo tenía algo de razón. Ya se que sería injusto decir que todos los empresarios delinquen. Pero visto cómo funcionan las instituciones, igual públicas que privadas, y el desmedido enriquecimiento de sus altos directivos, la lista de nombres implicados en tan salvaje y parece que irreversible descrédito de las mismas en nuestro país, el repertorio sería interminable.
Uno de los casos más sorprendentes y vergonzosos lo acaba de protagonizar el «ínclito» y penúltimo presidente de la patronal CEOE, quién después de haber gozado de absoluta confianza por parte de las más altas instancias de la administración, persona distinguida por parte del Gobierno, ¡Quién lo iba a imaginar!… está en la cárcel por «presunto» malhechor, como pasó con Mario Conde, Luis Roldán, Javier de la Rosa y otros de su misma estirpe.
Algunos —todavía en calidad de aspirantes— entre ellos hay políticos, profesionales liberales, ejecutivos de grandes empresas (el mismísimo vicepresidente de la CEOE y patrón de patronos de la patronal madrileña, por ejemplo), banqueros, prohombres de la industria inmobiliaria… que aunque con trampas o marrullerías legales —dirán sus defensores— eludirán la prisión como castigo por sus desmanes, aunque se empeñen no se librarán de pasar a la historia del empresariado por truhanes sin escrúpulos, destrozados moralmente y ahogados en el excusado de su propia porquería.
A todo esto, ya se verá cómo acaban los casos «Nóos (Urdangarín); Bárcenas y los sobresueldos a sus «cómplices» (presuntos, eso sí) y el embrollo del matrimonio Sepúlveda-Mato, o lo que quede de ello. Casos que, por lo que se nos cuenta, tienen visos de ser extracomunales. Ya se verá.
Si el Gobierno elegido por mayoría absoluta no lo corta todo esto de una puñetera vez, y esto lo añado yo, no sería extraño que la gente deduzca que el hambre y la desesperación de tantas familias decentes incluidos los recientes suicidios por culpa de los desahucios, se debe al «latrocinio tolerado» de tanto sinvergüenza.
¿O no?