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lunes, 18 noviembre
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El café de media tarde, por Andrés Cañas

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Enfrente de casa hay una panadería que, además de vender pan de variados formatos y toda clase de bollería para desayunos y meriendas, sirven café e infusiones de distintas hierbas incluso chocolate a la taza, en unos veladores colocados de manera que no entorpecen la venta en el mostrador.

El sitio es tan acogedor, que muchas tardes nos reunimos tres o cuatro vecinos -todos jubilados- a tomar «algo» y comentar cualquier historia que tenga algo que ver con los recuerdos de nuestro pasado.  Ahora es inevitable hablar de la situación política y los demoledores efectos que está teniendo la crisis en la parte más débil de la sociedad, que es la clase a la pertenecemos los viejos.

Uno de los tertulianos, quién parece de más alto nivel económico, intenta hacernos ver que las cosas no van tan mal como se dice. Que no seamos «aguafiestas» que de las crisis, de todas las crisis, siempre se sale y esta no será la excepción. Y lo dice tan convencido, que de tanto en tanto nos recuerda el viejo refrán que dice: «No hay mal que cien años dure».

—De acuerdo —responde uno de los más recelosos—. Pero es que la crisis actual, aunque se nos diga lo contrario, por sus orígenes y su dimensión, la dificultad para superarla es superior a la de otras.  Pues a la tragedia  que significa el palo económico que están recibiendo multitud de familias de clase media baja, hay que añadir la ausencia de valores morales de quién maneja y «administra» a su antojo lo que es de todos.

—Lo peor es que pasa el tiempo —interviene un tercero— y no parece que haya nadie capaz de cortar la sangría que se está produciendo en el mundo del trabajo y en consecuencia la merma de productividad en la mediana y pequeña empresa que es donde se sostuvo siempre el «bienestar social».  Mientras tanto, el gran capital «ni está ni se le espera».  Las grandes fortunas campean a sus anchas como si la solución a todo este fiasco económico fuese tarea de otros. . . .

—Bueno, bueno, —media quien parece ser el más viejo—. Ya se sabe que las depresiones económicas siempre las ha padecido quién menos capacidad tiene para defenderse.

No obstante, no seamos agoreros y confiemos en que los países ricos, también hermanos, hagan un gesto de responsabilidad y busquen ( y encuentren, claro) el remedio a tanta desesperanza.  Que entiendan que la honradez y la solidaridad siguen siendo valores irrenunciables,  aunque se sepa que el dinero es una «golosina» que guste a todos.  Que se haga justicia, lo que sea, para que no aumente la desigualdad entre unas clases y otras, ya que de no ser así el mundo se convierte en un auténtico semillero de conflictos que podrían ser muy graves.

—Nosotros —decía el más joven del grupo— os prejubilados por reestructuración de plantilla que hemos cotizado años a la Seguridad Social y no hemos malgastado un solo euro, si pudiésemos disfrutar de una vejez mínimamente cómoda, ya nos valdría.  Pues aprendimos aquello que dijo   Franklin: «Si sabes gastar menos de lo que ganas, has encontrado la piedra filosofal».  O a Jefferson: «No gastes tu dinero antes de ganarlo».  Y yo añado otro que me enseñó un «sabio loco» de mi pueblo: «Si para vivir gastas la mitad de lo que tienes, siempre vivirás con el doble de lo que necesitas».

Por tanto, si los políticos elegidos para defender los intereses generales del país, así como los titulares de las grandes fortunas, no han reparado en el tremendo desajuste que hay entre lo que se ingresa y lo que se gasta,  que es igual a lo que se tiene y lo que se necesita, ahora que no busquen culpables de la crisis entre los sencillos y sufridores ciudadanos de a pie.  Que antes de hacerlo se miren ellos al espejo, que ahí los encontrarán seguro.

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