Alguna vez me he pronunciado acerca de la inconveniencia de revelar públicamente esa especie de reportajes que aluden al lujo desmedido que rodea a familias con saneado e ingente patrimonio, por el daño psicológico que pueden causar a esas otras también familias (hijos de dios) sumamente necesitadas. Y no es que se trate de poner límites a la ostentación ni al despilfarro de la gente acaudalada, ni mucho menos. Que cada cual haga lo que le plazca con su dinero y sus bienes ¡faltaría más!
Por supuesto que me refiero a esos programas, donde personas nacidas y criadas en cunas de seda, formadas en colegios de pago y muchos en universidades exhiben sus riquezas y presumen de lujos a su antojo sin la obligación de rendir cuentas a nadie.
Tampoco se trata de ir contra esas suntuosas mansiones, utilizadas como primera o segunda vivienda por sus propietarios, siendo como son auténticas obras arquitectónicas. Es que hacer ostentación de tanto lujo y pavonearse proyectando imágenes de tanta belleza «¡en momentos de crisis precisamente!» podría entenderse como que son dardos envenenados dirigidos al corazón de esa pobre gente socialmente desasistida.
El pasado domingo veo uno de esos reportajes y sin haber superado la pena que me produjo ver la noche anterior unas imágenes sobre cómo viven millones de conciudadanos nuestros, azotados cruelmente por la crisis; desahuciados unos por no poder pagar la vivienda, gente mayor despojada con engaños de sus pequeños ahorros, colas interminables a las puertas de comedores sociales y calles tomadas por indigentes de todas las edades. Cuando aún no me había liberado -insisto- de tan dolorosas y sangrantes imágenes, me concentro en lo que mis ojos estaban viendo acerca del boato y ubicación de estas mansiones, una en Marbella, otra en Mirasierra (Madrid), otra en San Sebastián y otra en Ciudadela (Menorca) y por curiosidad tomo estos apuntes;
La cantidad de metros habitables de éstas «viviendas» oscila entre 400 y 900, y algunas de 2000 a 5000 de terreno ajardinado, piscinas, pistas y frontón para la práctica de algún deporte. Unas con vistas al mar y al sol de mediodía. Otras rodeadas de montañas y valles de incalculable belleza, igual en invierno cubiertas por la nieve, que en verano con tan heterogéneo colorido de la misma vegetación.
El precio de esas mansiones -aunque eso sea lo de menos- dijeron que era de cuatro millones y medio la menos cara, y de casi los nueve la que más vale.
A todos nos encanta que en nuestro país haya hermosas ciudades, con amplias y largas calles, grandes y bonitos edificios, abundantes monumentos, museos, teatros, también buenos colegios y universidades, hospitales zonas arboladas de recreo, etc. y que de los impuestos -naturalmente- se destine lo que sea preciso para su mantenimiento.
Sin embargo, eso no debe impedir que además de todo eso, las grandes ciudades incluso pueblos menos grandes dispongan de guarderías para niños, residencias para ancianos pobres y ricos. Y sobre todo, viviendas sociales dignas, para que la gente sencilla no sufra las calamidades que genera tanta pobreza como la que hay ahora.
A pesar de todo lo escrito, este humilde mortal desea ¡feliz semana Santa!