Recientemente ha aflorado en Alemania la policía de la shariah: grupos de hombres musulmanes que se dedican a perseguir y corregir a todos los musulmanes que no siguen las supuestas leyes islámicas al pie de la letra, una aberración que es intolerable en sociedades libres como las europeas.
Pero ¿no es un acto de libertad no querer ser libres? Sin duda, sí: parte de la libertad es decidir seguir unas reglas estrictas que te privan voluntariamente de no ser libre. Ahora bien, entre la decisión personal de no ser libre y la imposición por parte de una policía que limita tu libertad hay una gran diferencia.
Quizás la irrupción en Europa de la policía de la shariah tenga connotaciones más preocupantes por lo que está ocurriendo en parte del mundo islámico: la creciente importancia de los grupos radicales violentos como el Estado Islámico.
No obstante, en Oriente como en Occidente, se tolera con bastante normalidad la existencia de grupos y sectas que imponen estrictas reglas del comportamiento a los miembros que libremente, por tradición familiar, cultural o religiosa, hacen parte de estas sectas: es el caso de los judíos ortodoxos, de los Amish en Estados Unidos, de los Testigos de Jehová, etcétera.
Entonces, ¿cuáles son los límites de la libertad? Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio al otro” (Artículo 4). Pero más adelante se puede leer lo siguiente: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de Creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión (Artículos 18 y 19).
Si todos tenemos derecho a la libertad de expresión y de culto está claro que habrá una colisión entre nuestras diferentes opiniones y creencias. Por lo tanto, aunque aceptando este conflicto inevitable, podríamos llegar a la conclusión de que la verdadera libertad es una utopía inalcanzable y que sólo podemos situarla a un nivel íntimo, interior, privado y, en parte, tipo reflexivo.
Según uno de los padres de la posmodernidad, Jean-François Lyotard, “tal vez la responsabilidad reflexiva sea hoy también discernir, respetar y hacer respetar los diferentes pareceres […] y encontrar otros lenguajes para expresar lo que no se puede expresar en los lenguajes que hoy existen. Eso será ser fieles, sin paradoja, a la idea kantiana de la “cultura” entendida como rastro de la libertad en la realidad…” (El entusiasmo, 1986).
¿Hace parte de la cultura la religión? No parece que Lyotard haya tenido en cuenta ese factor, el de la religión, que cada día limita más nuestras libertades externas, pero que nunca nos debería limitar nuestra libertad interior, privada.
Nietzsche, que era bastante más radical que Lyotard, escribió en El ocaso de los ídolos. Cómo se filosofa a martillazos: “Mucho me temo que no conseguiremos librarnos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática…”. Pues quizás de eso se trata, de que de discurso de la libertad “no se puede expresar en los lenguajes que hoy existen” (como dice Lyotard) porque “seguimos creyendo en la gramática” (como sospechaba Nietzsche), es decir, en las instituciones del lenguaje y las religiones de Libro (judía, cristiana y musulmana) que han creado un discurso opresivo totalmente anacrónico en el siglo XXI.
Por estas razones, para reconquistar la libertad en Occidente, la religión debería ser como la masturbación, un asunto privado.