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domingo, 24 noviembre
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“Las rebajas”, Premio Local de Narraciones “Félix Grande”

JURADO
PRESIDENTE
D. RAÚL ZATÓN CASERO
Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Tomelloso
VOCALES
Dña. SONIA GARCÍA SOUBRIET
Escritora
D. PABLO SEBASTIÁ TIRADO
Escritor
D. DAVID PANADERO GÓMEZ
Escritor
D. JESÚS EGIDO SALAZAR
Rey Lear Editores
D. JUAN ANTONIO BOLEA FERNÁNDEZ-PUJOL
Escritor
SECRETARIA
Dña. ROCIO TORRES MÁRQUEZ
Directora Biblioteca “Francisco García Pavón” de Tomelloso
Examinados los trabajos presentados, el Jurado acuerda por
UNANIMIDAD,
conceder el PREMIO LOCAL DE NARRACIONES «Félix Grande» 2015,
dotado con1.000€ y Diploma a:
Dña. LYDIA MONREAL MENA
de Tomelloso, por su obra titulada :
«LAS REBAJAS»

 

Bogas Bus

La rebajas

Nunca antes me habían interesado las rebajas. Sin embargo, mi compañero de oficina Luis era un apasionado de ellas. Durante todo el año nos hablaba y hablaba sin conseguir que nadie le acompañara.

Ocurrió durante el verano del noventa y siete que entre las páginas de una revista de moda, encontré un pijama de raso verde con topos blancos, de diseño elegante y discreto. Estaba sentada en el borde de la silla, cerca de mi mesa de trabajo cuando Luis, con una sonrisa, pasó por allí y me dijo que vestida con esa lencería estaría preciosa. Mi corazón palpitó, pero pronto recordé que Luis no podría ser mío nunca porque ya estaba prometido. Eso no importó para que sus palabras sonasen en mi oído como música. El caso es que llegué a obsesionarme con aquel pijama de tal modo que recorté la fotografía y la coloqué en el espejo de la consola de mi habitación. Todos los días, al levantarme y al acostarme, la acariciaba. Me hacía sentirme cerca de Luis. Así que aquel año, detrás del pijama, no le resulto difícil convencerme para que le acompañase el primer día de rebajas. Salimos pronto de casa. Caminamos casi cogidos de la mano y entre risas llegamos hasta la avenida de Maisonnave, donde estaba el centro comercial.

—Esto es demasiado —susurré viendo la cola de gente que esperaba.

Luis, dándoselas de experto, me explicó que en las rebajas había muy pocas reglas: estar concentrados, ser los más rápidos y tener la suficiente cara dura…Él, acariciando mi mejilla, me susurró al oído que si era capaz de seguir sus instrucciones nada tenía que temer. Sentí su aliento tan cerca que me estremecí, el olor de su perfume, el vaho de su respiración en mi cuello me excitó.

Delante de las correderas la gente esperaba impaciente, algunos ya no aguantaban más. Me fijé en una señora que pesaría casi cien kilos y gritaba a los vigilantes para que abrieran de una vez las puertas. Miraba el reloj, les miraba a ellos y exclamaba, «si es que no puede ser… ¡si es que no puede ser! A las diez de la mañana tuve la impresión de que alguien había hecho saltar la alarma de incendios: las voces de la gente se superponían, alguien insultó al fondo de la sala a otra señora que muy irritada también esperaba. La señora opulenta seguía gritando a los guardias de seguridad porque la persiana le había dado al bolso tirándolo por encima de las cabezas de otros clientes y ella no podía hacerse con él; en una esquina dos hombres se agarraban uno a otro para ver quien entraba antes, y un tercero resolvió el asunto saltando por encima de sus brazos; un señor que llevaba dos muletas se abría paso a bastonazos… Me quedé sin palabras, era increíble lo que veía. Ni siquiera me di cuenta que minutos después de las diez entraba en aquel lugar empujada por un flujo de gentío vociferante. Luis, a un metro de distancia, con el brazo extendido, hacía esfuerzos desesperados por alcanzarme. Parecía que estaba divirtiéndose con la situación. De golpe sentí que todo se detenía y mis pies volvían a tocar el suelo firme. A mi alrededor la música era suave, el aire frío, las luces y fragancias sensuales, y todos los dependientes tenían la misma sonrisa artificial.

— ¿Por dónde empezamos querida? ¿Qué te parece por arriba? —dijo mientras deslizaba su mano desde mi busto hasta mi cadera—Subimos y al bajar parecerá que nos estuviéramos vistiendo. Es muy excitante hacerlo así — Por instinto me giré, tropezando de bruces con Luis, el cual se contoneaba como si bailase un baile de salsa.

Me aturdía oír sus palabras y ver su forma de comportarse. En todos los años que lo conocía, nunca me dijo nada similar. Mi corazón comenzó a latir sin parar, amenazando con salirse del pecho. Me cogió la mano para arrastrarme hasta las escaleras mecánicas. En unos minutos, sin darme cuenta, llegamos hasta la planta de la lencería. A esa altura, según pasaba entre las prendas, me empecé a sentir más y más relajada. Tocaba el satén sintiendo su tacto liso y brillante, la suavidad agradable de la seda, en los encajes olía el sabor amaderado del lino, ese aroma tan peculiar de la lana y sentía que los acrílicos crujían como frutos secos al machacarse entre los dedos.

De repente, sin esperarlo, lo vi. Estaba en una esquina de una gran caja, escondido entre los otros pijamas. Casi me pareció vivir un sueño. Sin pensarlo dos veces me acerqué al expositor en el que se asomaba. Con cuidado aparté las demás prendas y pude ver el conjunto completo. Sí, era el pijama de la revista.

—Cuesta tres euros, Luis, sólo tres euros—repliqué en voz alta

No puedo entenderlo pero a la vez que escuché mi voz, olí a mi derecha, en el ambiente ese olor acre a sudor reseco como de varios días que lleva un mendigo cuando pasas a su lado y sentí una fuerza que me empujaba sin control. Apreté con más energía, si cabía, el pijama entre mis manos y contra mi pecho, para que nadie pudiera arrebatármelo. A mi espalda se formó un griterío. Yo no lo recuerdo pero me dijeron que parecía una leona, encima del stand de los pijamas, paseando entre ellos. Rompí el mueble que los contenía, a una señora la dejé en bragas y en el suelo al llevarme su falda por delante, un niño acabo empotrado contra la pared, y el murmullo crecía a mi espalda… y en segundos caí al suelo. Solo recuerdo ver el ajedrezado de baldosas blancas y negras cerca de mi nariz, cientos de pies aplastándome, un denso olor a huevo duro podrido… Pasaron varios minutos hasta que dejé de sentir la presión en la espalda. Alguien me levantó del suelo. Era un guardia de seguridad que había logrado atravesar la muralla humana y me preguntaba si estaba bien. Moví la cabeza en sentido afirmativo a la vez que comprobaba que el pijama seguía en mis manos.

— ¡He ganado yo! ¡Tengo el pijama!—dije al agente que me miraba atónito.

— ¡Tengo un pijama de tres euros y ellas no!—grité con gran alegría

Luis me miró sin contestarme. Se disculpó ante los policías y tiró de mí hasta llevarme al cuarto de baño. Me puso delante del espejo para que me viese reflejada. Mis ojos examinaron la imagen de una persona completamente despeinada, con una camisa ocre hecha jirones, una cazadora negra a manchas azul celeste, los ojos desdibujados y el maquillaje mezclado con restos de lo que fue unas rayas de pintura negra de ojos resbalando por sus mejillas y tratando de colonizar su boca.

—Elena, ¿seguro que te encuentras bien?— exclamó Luis — ¡No tenías que tomarte al pie de la letra mis recomendaciones! Tanto la gente como yo nos hemos quedado con la boca abierta mientras te veíamos moverte como una loca. Ha sido necesario un forzudo de gimnasio para tirarte contra el suelo …

—Luis, no te enfades conmigo… ¡vale tres euros! — murmuré haciendo una mueca a modo de sonrisa.

Pero en su mirada percibí que lo que brotaba por los poros de su piel era aquella extraña sensación irracional, mezcla de incredulidad y de desesperación que, unida a su disgusto, me recordó a mi padre cuando se enfadaba, siendo yo pequeña, viéndome rebañar el kétchup en el plato de las hamburguesas.

Esa fue la primera y última vez que he ido a las rebajas.

Luis no volvió a hablarme hasta pasados tres años, cuando me invitó a su boda.

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