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domingo, 24 noviembre
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LGTB, contra el odio, por la convivencia

Por una religión sin odio

En la Biblia, Génesis 1:26-27, podemos leer lo siguiente: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza […] Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Si esto fuera así para las tres religiones del “libro”, es decir, para judíos, cristianos y musulmanes, resultaría que  Dios es a la vez “hombre y mujer”. Por lo tanto no hay por qué escandalizarse con que algunos seres humanos, siguiendo la ley bíblica, sean a la vez, a imagen y semejanza de Dios, “varón y hembra”.

Cuando yo era niño durante un tiempo fui monaguillo. En mi casa montaba un altar y decía misa para mis amiguitos y amiguitas. Tal era mi devoción que a punto estuve de entrar en un seminario, pero pronto comprendí que aquella no era mi misión; principalmente porque no entendía gran parte de “los diez mandamientos” ni tampoco lo que eran “los siete pecados capitales”, además de otras circunstancias.

Los diez mandamientos son: “Amarás a Dios sobre todas las cosas. No tomarás el Nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No robarás. No dirás falso testimonio ni mentirás. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. No codiciarás los bienes ajenos”. Lo de “no matarás” lo comprendía pero el resto me resultaba misterioso. Y los siete pecados capitales son: “lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia, orgullo”. Yo tampoco entendía por qué estar orgulloso de algo o de alguien era un pecado, en cuanto a la pereza y a la envidia siempre me habían parecido cosas normales; el resto del vocabulario me lo tuvo que explicar mi padre espiritual, un cura jesuita que me sentaba sobre sus piernas y me preguntaba si me estaban creciendo los pelitos ahí abajo. La verdad que era un hombre muy cariñoso y conmigo siempre se portó muy bien.

No obstante, ¿cómo puede un niño o una niña entender qué es “no cometer, pensar o desear actos impuros”, o qué es “la lujuria”? El cura me dijo que lo entendería cuando fuera mayor; y sí, así fue, y tanto la lujuria como los actos impuros me encantaron. Por otro lado, tanto entre “los diez mandamientos” como entre “los siete pecados capitales” no se encuentran uno de los pescados más terribles: el del odio.

El odio es el sentimiento más embrutecedor de la raza humana. Nos nubla la razón y sufrimos nosotros y hacemos sufrir a las personas odiadas. Como ahora en España la incitación al odio está castigada por la ley, en el lenguaje cotidiano se ha instalado otra palabra que es aceptable socialmente: “el asco”, un eufemismo para expresar el odio de una manera solapada y políticamente correcta. A las personas que hacen parte de alguna manera directa o indirecta del colectivo LGTB se les aplica frecuentemente esa palabra.

Por suerte la sociedad española ha cambiado mucho en las cuatro últimas décadas, las de la democracia. Eso se puede ver en ciudades pequeñas como Tomelloso (que para nosotros siempre seguiremos llamándola con cariño pueblo). Durante los años 60 del siglo pasado, yo venía de vacaciones a Tomelloso desde Francia, donde mi familia emigró. Habitualmente llevaba el pelo largo y usaba camisas de flores, estilo hippy, y más de un tomellosero me gritaba maricón por las calles. Hoy las cosas han cambiado mucho, la convivencia, con bastante naturalidad de parte de la sociedad civil, con la comunidad LGTB es notable y en Tomelloso ha tenido lugar una transformación de la ciudanía muy significativa al respecto. Esto ha sido posible gracias a personas como Pepe Torres que tan valientemente se enfrentó desde los años 70 a la homofobia y al machismo de este pueblo. No obstante, hay todavía mucho por hacer y en ese sentido felicito al colectivo LGTB de Tomelloso por la labor que está realizando.

No obstante, en España hay un repunte de la homofobia, y del odio en general en todas sus formas (el político, el odio de clases, etc.), por esa razón quiero volver al tema del odio y de lo nefasto que este puede ser en una sociedad democrática avanzada.

Contra el odio

En el año 1969 se publicó en Alemania un libro de entrevistas con el título de El odio en el mundo actual; después se publicaría en español en 1973. Se entrevistaban allí a intelectuales del mundo entero para que reflexionaran sobre los odios más acuciantes de aquellos años: el odio a los nazis, el odio a los comunista, y recíprocamente, el de los comunistas al capitalismo, y el odio racial, especialmente el odio a los negros y el de los negros hacia los blancos en Estados Unidos, el odio entre los judíos y los árabes, entre otros odios.

En aquel libro decía Max Frisch: “El odio, cuando es una llamarada, puede alumbrar unos instantes, pero a la larga me embrutece”. Aunque admitía, refiriéndose al odio de los oprimidos durante la revolución francesa, que “el odio es, en determinadas circunstancias, la única respuesta posible, es una fuerza impulsora de la historia” porque de aquel odio surgió “La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789. Pero Frisch advertía que no hay que “dejar el poder en manos de una persona, de un clan, de un grupo o de una nación a los que puedan unificar el odio”; como fue el caso de Hitler y de los nazis. Y concluía: “la heterogeneidad aísla el odio”. Es decir, la pluralidad y la aceptación de las diferencias como normales pueden desactivar el odio.

Un intelectual austriaco de los entrevistados, Friedrich Heer, decía lo siguiente: “Creo que las energías hoy encerradas en la humanidad, que pueden liberarse en terribles explosiones de odio, y de envidia, en horribles explosiones criminales y suicidas, son las mismas que pueden manifestarse en forma de amor, racionalidad y confraternidad”. Pienso que estas declaraciones se podrían aplicar perfectamente a la situación actual a nivel mundial.

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Son muchos los matices que se encuentran en estas entrevistas sobre las diferentes formas del odio, sus usos y abusos, pero en todas se llega a la misma conclusión: el odio es mal consejero y, como decía al principio, embrutece al ser humano, le nubla la razón. Por la vía paciente y pacífica del diálogo se puede llegar a construir una sociedad más justa y respetuosa de las diferencias humanas, ya sean estas raciales, culturales, sociales, religiosas o sexuales. En este sentido, ni la sociedad heterosexual tiene por qué tener miedo de las personas LGTB, y consecuentemente odiarlas,  y tampoco las personas de estos grupos tenemos por qué odiar a los o las heterosexuales. Como escribiera el gran poeta chileno Nicanor Parra en su poema “La cueca larga”: “Pescado frito, en materia de gusto no hay nada escrito”.

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