No nos resulta fácil hacer y hacernos creíble la resurrección por varias causas:
—La primera es porque en nuestro afán de comprender y de conocer utilizamos en primer lugar (en muchas personas única) la razón, intentamos razonar y hacer razonable todo lo que se nos presenta a nuestros alrededor. Esta facultad nuestra, de los humanos, es de una riqueza impresionante, aunque no es la única facultad de que disponemos para conocer y aprehender la vida que nos rodea.
—La segunda es la tendencia humana al negativismo, que nos lleva en muchas ocasiones al pesimismo. Ante situaciones desconocidas nos sale antes el recelo, la intranquilidad, y nuestras facultades se alertan por un cierto miedo a lo desconocido, por si trajera algún peligro para la integridad física.
—La tercera sería admitir sin objeciones lo que nos transmiten las autoridades (intelectuales, políticas, económicas, religiosas) en la materia que nos ocupe, con lo cual podemos introducir al cabeza en la arena y no plantearnos nada que en apariencia escape a nuestras entendederas.
Ante la resurrección de Jesucristo podemos adoptar varias posturas: -Admitirla como dogma de fe sin dudas al respecto. -No admitirla, porque no se adapta a nuestros modos de comprensión, por lo tanto se queda para el personal “inculto y fanático”. -Y una variante de la primera, admitirla intentando acercarnos con nuestras cualidades cognitivas con el fin de que fundamente nuestra fe de cristianos en Cristo el Señor.
Pero mi objetivo en este artículo no es el explicativo desde el prisma de la teología, sino intentar descubrir los efectos de la Resurrección de Jesucristo en cada uno de nosotros.
En mi anterior artículo titulado ¡Que noche tan dichosa! (publicado en este mismo medio), de un modo sucinto y rápido enumeraba algunos puntos interesantes de los encuentros de los seguidores de Jesús con Él resucitado.
Teniendo en cuenta esto podemos preguntarnos cómo nos afecta a nosotros personas del siglo veintiuno con nuestra cultura y en nuestros ambientes el hecho central del triduo pascual que es la Resurrección de Jesucristo.
Inmediatamente nos viene, seguido al anterior, el acontecimiento Pascua. Fundamental para el pueblo de Jesús. Fundamental para el pueblo de la Iglesia. Se trata de un paso vital e histórico, personal y comunitario, ontológico y experiencial.
La Pascua Judía (la que celebraba Jesús con sus amigos y familiares) sabemos que recordaba la salida de Egipto del pueblo israelita, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso del no—ser a ser. (En otra ocasión profundizaremos más).
La Pascua de Cristo es el paso de la muerte a la vida. El salto de estar muerto y bien muerto, atestiguado por amigos y enemigos, a vivir una vida nueva y distinta de la anterior. Su presencia “física” para los que se reencuentran con Él dista mucho de la anterior a la crucifixión y la muerte; tanto que en ocasiones necesitan re—conocerlo, volver a experimentarlo, incluso palparlo o comer con Él. Su aspecto físico se ha transformado, pero no al estilo de una metamorfosis como si hubiera dejado de ser lo que era para tomar una identidad distinta, no es cambio de forma ni de esencia. Es otro modo de ser. Los testigos lo llaman Resurrección.
En este momento nos conviene pensar en cómo y en qué nos afecta a los que nos llamamos cristianos. Tendríamos que comenzar haciendo una afirmación en la que los teólogos actuales más punteros están de acuerdo y es que lo importante no es solo que Cristo resucitó, sino que está vivo, lo que conlleva una gran alegría para todos nosotros.
Estamos regocijando la Fiesta de la Vida. La muerte no es el final de nuestros días. El final es de felicidad muy activa, no adormedecedora como quería hacer ver filósofos ateos. La fiesta de la Vida nos exige una actividad en pro de los demás y de nosotros mismos. Si nos quedamos en las penitencias y en la admiración de los sufrimientos se trunca el proyecto de Dios para nosotros. No podremos disfrutar la pascua.
Para poder comprender un poco más la resurrección de Jesucristo necesitamos transcender los acontecimientos, las experiencias de la vida. Es necesario ver más allá, profundizar en lo que nos rodea; por ejemplo: cuando leemos un texto lo que percibimos son letras (signos escritos) nuestros ojos distinguen rasgos escritos, pero nuestro cerebro va más allá, capta las ideas o mensajes que alguien nos está transmitiendo, que en el fondo es lo importante. Tú ahora mismo estás captando lo que yo he escrito, y no te quedas solo en el texto.
Pues algo parecido necesitamos hacer para descubrir a Jesús Resucitado. Si miras a tu alrededor ves la naturaleza, brotan hojas, flores, uvas incipientes en las parras; ES LA VIDA que brota a raudales por todos sitios. Nosotros mismos con la buena temperatura, el sol, la luz nos sentimos con más ganas de vivir, de salir, de disfrutar de lo que nos rodea y con las personas que tenemos en nuestro entorno.
Necesitamos ver las estrellas no quedarnos mirando el dedo que las señala.
Y esto es una actividad vital, personal; nadie te va a enseñar cómo se hace. Los amigos de Jesús mandan mensajes a sus compañeros de lo que están viendo: EL SEPULCRO VACÍO.
María Magdalena vuelve corriendo y grita a su gente que Jesús no está en el sepulcro donde lo habían puesto. Pedro y Juan van corriendo ¡no se lo pueden creer! Pero al final admiten llorando de emoción: ¡es verdad ha resucitado!
Todos disfrutan de la presencia del Resucitado, hasta los más tercos como Tomás, que también necesita asegurarse de que está vivo el Señor.
Y el mensaje enviado se traduce en convencimiento personal e individual que posteriormente se comparte en grupo. Se vive y se experimenta.
De este mensaje también eres tú testigo. Revisa tu vida y verás qué cantidad de veces el Señor está Vivo en ti, en tu trabajo, entre los tuyos, en tu oración, en tu admiración ante la hermosura de la vida o de la naturaleza.
Por lo tanto deja los miedos (propios de la muerte y del sufrimiento) toma la Vida y repártete y repártela. Es lo que pretendía, que entendiéramos, Jesús en la Cena con todos los comensales del mundo, –repartirse Él y repartir su Vida—.
Vamos a ver la realidad completa lo que nos muestran los sentidos y lo que descubren nuestra fe y nuestra mente. Vamos a festejar que nuestra existencia tiene sentido.
Vivamos la vida que nos da la Vida.