La LXVI Fiesta de las Letras va a contar —como es habitual en la celebración— con un Mantenedor excepcional, Benjamín Prado. Una cita que, como todo el mundo sabe o debería saber, será el próximo 30 de agosto en el Teatro Municipal de Tomelloso. El madrileño, además de festejar las artes y las letras, viene a hablar de la renovación artística y cultural de la España de los 80, años interesantes en todos los sentidos, nos cuenta Prado, que en lo literario supusieron un regreso al lector.
Benjamín Prado nació en Madrid en 1961. Ha publicado las novelas Raro (1995), Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Dónde crees que vas y quién te crees que eres (1996), Alguien se acerca (Alfaguara, 1998), No sólo el fuego (Alfaguara, 1999), La nieve está vacía (2000), Mala gente que camina (Alfaguara, 2006) y Operación Gladio (Alfaguara, 2011), y el libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo (Alfaguara, 2003). Sus dos últimas obras son la novela Ajuste de cuentas y el conjunto de relatos Qué escondes en la mano, ambas publicadas por Alfaguara en 2013.
También es autor de los ensayos Siete maneras de decir manzana (2000) Los nombres de Antígona (Aguilar, 2001), A la sombra del ángel (trece años con Alberti) (Aguilar, 2002) y Romper una canción (Aguilar, 2010).
Su obra poética está reunida en los volúmenes Ecuador (poesía 1986-2001), Iceberg—ambos aparecidos en 2002—, Marea humana (2006) y Ya no es tarde (2014), que ya va por su cuarta edición. Ha escrito también los libros de aforismos Pura lógica(2012), Doble fondo (2014) y Más que palabras (2015).
En 1995 obtuvo el Premio Hiperión por su poemario Cobijo contra la tormenta (1995), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Iceberg (2002), el Premio Andalucía de Novela 1999 por su libro No solo el fuego y el Premio Generación del 27 con el poemario Marea humana. Sus libros han sido traducidos, hasta el momento, en Estados Unidos, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Grecia, Dinamarca, Portugal, Croacia, Estonia, Letonia y Hungría, y editados también en Argentina, México, Perú, Cuba, El Salvador y Colombia.
Pregunta: —Esta celebración a las letras, al arte y la cultura es una seña de identidad de Tomelloso. Es extraño, dados los tiempos que corren, que perdure, ¿no cree?
Respuesta: —Es algo que habla muy bien de Tomelloso y de los responsables de distintos signos que han mantenido viva esa fiesta, sin distinguir entre banderas de colores diferentes. Es un acierto, la cultura es de todos, es un bien del pueblo Español y de la humanidad en su conjunto. Cervantes es de todos, y Góngora, y Quevedo, y San Juan de la Cruz, y Antonio Machado, y Lorca, y Alberti… No hace falta ser religioso para adorar a Santa Teresa de Jesús. Yo no lo soy y llevo una imagen suya en la cartera…
P: —Por curiosidad nada más, ya sabe cómo somos en los pueblos, ¿se ha presentado a alguno de los certámenes de la Fiesta de las Letras?
R: —No, la verdad es que me he presentado a muy pocos premios en mi vida. Pero llevar la ciudad de Tomelloso en el expediente, me hace ilusión, por pura gratitud: a un republicano también se le puede tratar a cuerpo de rey, y eso es lo que han hecho allí conmigo, siempre que he estado.
P: —No hace mucho que visitó nuestra ciudad…
R: —Y no pasará mucho más tiempo hasta que lo vuelva a hacer.
P: —Supongo que lo sabrá, a los tomelloseros nos gusta presumir de nuestros escritores y artistas. La Atenas de La Mancha nos dicen, seguramente exagerando.
R: —Uno presume de lo que tiene y puede presumir de lo que cuida. Creo que ahí son posibles las dos cosas.
P: —¿De qué nos hablará el 30 de agosto? El Ayuntamiento ha anticipado el título “La renovación artística y cultural de la España de los años 80”.
R: —Fueron unos años muy interesantes, en todos los sentidos, y también en el de la literatura, tanto en el terreno de la narrativa como en el de la poesía. Ahí se produjo una ruptura con una clase de poesía que era más un retrato que un espejo, que estaba lejos de la realidad y del lenguaje de la gente. Algunos de los jóvenes que empezamos a escribir y a publicar entonces reivindicábamos otra herencia, en mi caso la de la generación del 27 en toda su extensión, no sólo por su vertiente surrealista ni por la neopopular, y, sobre todo, la del 50, a maestros como Jaime Gil de Biedma, Ángel Gonzalez, pero también, en mi caso, a Claudio Rodríguez o José Ángel Valente, que eran más herméticos pero igual de interesantes. O, algo más atrás, a José Hierro, Blas de Otero… Fue, en mi opinión, un regreso al lector, que en muchos sentidos había sido dejado atrás, cuando no al margen.
P: —¿Los años 80 están sobrevalorados?
R: —“Los años 80” es una expresión demasiado amplia. Había lo mismo de siempre: cosas mejores y peores. El tiempo hace su selección natural, cada escritor ocupa su sitio y queda lo que queda. Cuando hablo con alguna o algún autor joven, siempre les digo lo mismo: lo que importa no es vender miles de ejemplares de un libro cuando sale, sino cien diez años más tarde.
P: —Toda una vida dedicada a la literatura, ¿siempre queda algo por contar?
R: —Bueno, a menudo lo inconfesable es lo más divertido… Yo he tenido mucha suerte, he disfrutado de la amistad y la compañía de muchos de mis héroes literarios, tengo a lado a gente a la que además de querer, admiro. A veces me pregunto si tengo derecho a no contarlo. Quizá lo haga.
P: —Y una pregunta muy tópica, ya sabe lo previsibles que somos los medios, ¿poesía o prosa?
R: —Soy de los que piensan que si tuviera que elegir qué libro llevarme a una isla desierta, me bajaría del barco. A la hora de escribirlos, me pasa lo mismo: me niego a elegir. Lo paso muy bien con las novelas, trabajo mucho con los poemas y todo me gusta. Siempre escribo a partir de una idea, y lo que nunca me ha pasado es tenerla y no saber qué iba a hacer con ella: por algún motivo para el que no tengo explicación, ya me vienen con el género puesto, sé que van a ser parte de un poema, de una novela, un relato, un ensayo… Así es como ocurre, en mi caso.
P: —Ahora los poetas están en todas partes, usted es un ejemplo claro. Tal vez ese es el matiz social que tanto se ha buscado a lo largo de la historia, que el poeta y la poesía sean pueblo.
R: —El poeta es un mensajero de sus poemas, los lleva puerta a puerta, y yo de hacer eso no me canso nunca. Me encanta la gente, disfruto hablando para ella, leyendo para ella, oyendo lo que quieran decirme sobre mis libros. Es un privilegio y no tiene por qué ser peligroso: en los baños de masas, sólo se ahogan los enfermos de vanidad. Yo siempre preferiré compartir a impartir.
P: —“Incluso la verdad” es su publicación más reciente, “fruto del combate y la amistad con Sabina”, dijo usted. ¿Está contento con el libro?
R: —Mucho, lo hemos pasado bien escribiendo el disco, Lo niego todo y contando cómo lo hicimos, en el libro, Incluso la verdad. La gente tiene derecho a saber cómo se hacen las cosas que les apasionan y que ellos son quienes ayudan a existir, con cada libro que compran, cada concierto al que van… Es la ceremonia de la cultura y es lo mejor que tenemos, lo que nos explica y quedará de nosotros, no nuestra economía, que está en manos de unos pocos, sino de nuestra cultura, que es de todos y nos define a todos, a quienes la defienden y a quienes la destruyen.
P: —Preguntarle por sus proyectos, dada su incasable actividad, puede ser muy atrevido…
R: —Estoy revisando el manuscrito de mi nueva novela, que es la cuarta de la serie protagonizada por el profesor Juan Urbano, tras Mala gente que camina, Operación Gladio y Ajuste de cuentas. Saldrá a principios de 2018. Y también prepara una edición de mi poesía completa, que saldrá a finales de septiembre principios de octubre.