Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Estos días, con los atentados de Barcelona, en caliente, se dicen y se oyen muchas tonterías, verdaderos disparates a los que, a mi al menos, cuesta encontrarles sentido. No solo no les encuentro sentido, me asustan, sobre todo cuando las oyes de personas inteligentes —la masa puede resultar peligrosa, pero no inteligente—, y más aún cuando les oyes cosas similares en frío, sin el calentón que el horror que hemos vivido estos días proporciona.
Me gusta vivir aquí, en España, y creo que me encontraría cómodo en cualquier país similar, con una idea de la igualdad, de la justicia, de la libertad como la que nosotros tenemos, o pretendemos tener. Ya sé que distamos mucho de ser todos iguales ante la ley y de tener los mismos derechos sin importar el lugar de nacimiento, el sexo, religión, raza u opinión, pero me da cierta tranquilidad saber que nuestras normas más básicas así lo contemplan. Me gusta vivir en un sitio donde no se pueda azotar a una mujer por el mero hecho de serlo; donde se pueda o no rezar, hablar mal del mandamás y que no pase nada; donde me dejen votar aunque no lo haga y luego pierdan los míos.
Estos días he oído dar soluciones al terrorismo islamista que me han dejado preocupado, no porque no las hubiese oído antes sino porque no lo había oído con tanta intensidad.
¡Hay que echarlos a todos!
Vale, cómo lo hacemos, por donde empezamos, con qué criterio. Habrá que cerrar tiendas y negocios de todo tipo, dejar cosechas sin recoger… ¿Hasta… la tercera generación? Detenciones y expulsiones indiscriminadas… Organizar una noche de los cristales rotos como lo hicieran los nazis en su día con los judíos. Expropiaciones y campos de concentración. Por supuesto cerrar fronteras y romper con todo país sospechoso —salvo si tienen petroleo—. Poder detener a cualquiera por su aspecto físico o vestimenta, y tener que demostrar, con ocho apellidos, que no perteneces al grupo étnico o religioso potencialmente terrorista.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
No quiero vivir en un país así. No por altruismo o generosidad, ni buenismo que dirían algunos, es egoísmo puro y duro. Si pueden hacerlo con un grupo determinado por su religión o procedencia, mañana lo pueden hacer conmigo y los míos.
Quiero poder votar y no hacerlo, pero quiero tener el derecho de hacerlo; quiero regañarle a mi hija por llevar la falda demasiado corta, pero no quiero que la detengan si no me hace caso; quiero poder ir a la iglesia, a la mezquita, a la sinagoga o no ir; quiero tener la oportunidad de ser una persona decente y eso conlleva que todo el mundo tenga esa misma oportunidad. Quiero vivir en un país en donde se castigue al criminal cuando se ha demostrado que lo es y no por su procedencia o religión.
El problema es complejo y puede hacernos entrar en guerras que nadie quiere, pero no lo hagamos destruyendo lo que nos hace felices, lo que nos hace libres; no lo hagamos perdiendo el norte de lo que queremos ser, destruyendo nuestro propio país. Si lo hacemos, los terroristas habrán ganado.