A ti que pones los ojos sobre estas letras me encantaría preguntarte y que dialogáramos un rato con la base de esta pregunta: ¿te han engañado alguna vez o te han mentido?
No. No es lo mismo. No son palabras sinónimas. Vamos a ver la diferencia. Alguien durante una conversación nos dice algo, nos da una noticia, comenta lo que sea… Eso que está diciendo puede que no coincida con la realidad o la verdad (por verdad entendemos, sin adentrarnos en disquisiciones filosóficas, la adecuación de lo que estamos diciendo y los hechos que comentamos), entonces percibimos que esta persona está mintiéndonos.
Sin embargo para afirmar que “nos han engañado”, deben unirse la afirmación mentirosa de la persona que habla y la admisión de esa mentira por parte del que oye. Dos actos muy distintos: mentir y aceptar la mentira como verdad ignorando que sea tal.
A esto hay que añadir la inconmensurable riqueza de nuestro idioma Castellano. Dentro de su gigante patrimonio lingüístico hay un capítulo de palabras polisémicas y frases de doble sentido. Las ambigüedades del léxico que nos llevan a equívocos, si no tenemos mucho cuidado. La utilización con distintos significados de algunos verbos como el “ser” o el “estar”. Los cambios de contenido de muchas palabras si no ponemos la tilde o cambiamos la sílaba tónica vg.: calle o callé.
Los cambios de sentido de frases, palabras y expresiones con las que nos divertimos relatando o inventando chistes; por ejemplo: la expresión exclusiva de Tomelloso: “estás al enterarte”; alguien que desconozca el sentido que se le da pensará que va entendiendo la trama de lo que se habla; cuando en realidad su significado es todo lo contrario, o sea, no te vas a enterar nunca.
Algunos ejemplos de frases que aclaran más lo dicho: “La americana es una prenda de vestir. Esta mujer es americana; por lo tanto, es una prenda de vestir”. Este razonamiento lógico en su expresión, en realidad es una falacia, es absurdo. Otra frase de dudoso entendimiento “La vi sentada en un banco”; no dejamos claro quién estaba sentada en el banco ¿yo? o ¿la otra persona?; y en cuanto al banco ¿se trata de una entidad financiera o de un mueble?
Con todos estos mimbres, con la genialidad de quien los use y el malabarismo de mentes agudas pueden surgir chistes graciosos, frases con dos o más sentidos y la diversión, demostrando la inteligencia de quienes los esgrimen.
Pero esos mismos mimbres utilizados por sofistas facilitan los mayores embrollos. Es evidente la presencia en la sociedad de personas que mienten con una naturalidad pasmosa, incluso defienden sus proposiciones con tal vehemencia que da reparo dudar de lo que dicen; además se sienten poseídas de tal autoridad que restan al oyente todo potencial para dudar lo más mínimo. Estas personas se dan mucho entre los políticos y las jerarquías de las religiones. El modo de presentar la realidad o su verdad es tan aparentemente creíble, que hasta ellos mismos alcanzan el momento de confundir la realidad con la mentira. Están al borde de identificar la realidad y lo imaginado, escalón este anterior a perder el “oremus”.
Y hay otras personas que aceptan, más burdo, tragan, lo que les digan sin el menor juicio crítico sobre lo que oyen. Muchas veces influenciados por la aparente autoridad del dueño del discurso, su débil personalidad les hace admitir las mayores farsas.
También su falta de ejercicio crítico y analítico de lo que ven y oyen les hace caer en el servilismo de la manipulada verdad. Arrastra también hacia la creencia de aparentes-verdades la repetición sistemática. Si a una persona le repetimos una y otra vez el slogan: “España nos roba”, terminará creyéndolo; y su falta de juicio crítico le llevará a la conclusión: “mejor independizarnos de España”; para solucionar el problema.
Existe otro grupo de gente, entre los que te considero incluido, que cuando escuchas la perorata del farsante cargado con la ristra de embustes comienzas a fruncir el ceño, de pronto estiras la frente llevándose el pelo hasta el cielo asombrado por la monserga y sientes vergüenza por lo que estás oyendo.
Pero ¿cómo reaccionar? ¿Le dices que es un trapacero, lo que conlleva el riesgo de enfadaros? ¿Te callas y aguantas hasta el final del discurso, pensando que al fin y al cabo te da igual lo que diga? Posiblemente tu buena educación te permita resistir, con lo que al final el pensará con una sonrisa: “He convencido a otro cándido”. Y tú te irás sin poder disimular el asombro y la repugnancia gritando para tus adentros: “¡Válgame la Virgen!, qué cara más dura, pensará que me he tragado todas sus patrañas.
Por lo tanto es muy probable que haya gente que nos mienta, pero sólo nos engañará si nosotros libremente admitimos dóciles su mentira.