Esto es de locos. De locos con mala leche. No de los protagonistas del libro “Los renglones torcidos de Dios” de Torcuato Luca de Tena. Me refiero a los de apariencia normal y mente enmarañada, confusa y demasiado roma.
Tengo la impresión (entiendo por impresión no la sensación etérea cercana al error, sino lo dicho por David Hume, es decir, lo que los sentidos captan experimentado las sensaciones, que constituyen el fundamento del que proceden nuestros conocimientos) de que estamos manejados en todos los niveles y ambientes por la gente más impresentable y deleznable posible.
Gente que por capricho, dinero, poder, moda, o simplemente por que le da la gana, porque es el famosillo del día con reiterada presencia en los medios de comunicación: cadenas de televisión, de radio o redes sociales vierte las más disparatadas opiniones sobre todo y sobre todos. Siempre al socaire de auténticos intelectuales y profesionales de gran prestigio a los que su cabeza serrínea intenta llamar “de tú”.
Por un minuto de gloria delante de una cámara de televisión dicen las gilipolleces más inoportunas y las tonterías imposibles para Nasica. Así mismo asombra su convencimiento personal y estultícico de cabalgar en la verdad más absoluta, sin el menor rubor facial, léase “cara de dureza marmórea”.
Por ejemplo dicen cosas parecidas a estas: “Llamarse español, respetar la bandera de España es de nazis, franquistas, falangistas y de ultraderecha”. O bien: “La verdad coincide con lo que yo pienso y siento”. Incluso retorcer razonamientos, presentar las mayores falacias y opiniones sesgadas en torno a leyes, situaciones y momentos, como si fueran verdades de libro, les parece lógico.
Gentuza que quiere imponer como verdad sus opiniones, sus ideologías, sus mentiras. Porque no desean contribuir a un bienestar de la sociedad, de la nación, de la comunidad autónoma o de su pueblo; es simplemente quitar al que está mandando y ponerme yo bien encumbrado en mi pedestal político para la adoración de mis súbditos.
Hacer que la gente piense lo que a ellos les da la gana. Y lo que les da la gana es lo que se les ocurre después de beberse una botella de ginebra, fumarse un par de canutos o esnifarse una raya de coca. Porque en una cabeza bien pensante no caben tantas majaderías juntas, a no ser que piensen que somos imbéciles el resto de gente que los oímos.
Nos asombramos y quedamos “ojipláticos” (como dicen algunos modernos) intentando comprender su discurso y lo oculto en el lenguaje generalmente poco intelectual que utilizan, según ellos “para que los entendamos mejor”.
Cualquiera que sigamos las noticias cada día con el asunto pestilente de algunos catalanes y su pueblerina y paleta manía de nacionalismo, estamos hartos de oír los razonamientos más absurdos justificando imposturas imposibles. Hay que ir contra todo –leyes, jueces, acuerdos, constituciones- para conseguir no lo justo ni lo legal, sino su sentimiento nacionalista excluyente, sentimiento que posiblemente cambie ante la realidad económica vislumbrada en el horizonte, negada ahora para poder conseguir lo que se les antoje.
Pero si un juez como Don Emilio Calatayud dice las cosas claras, sin apariencias leguleyas, llamando a las cosas por su nombre para que se entiendan bien; aunque algunas expresiones puedan herir sensibilidades. Si esta persona con gran número de años dictando sentencias pedagógicas fundamentadas en una psicología actual y práctica. Persona que sufre lo indecible cuando ha de mandar a algún joven a la cárcel o reformatorios. Cuando ha recuperado a tantísimas personas que han pasado por su tribunal.
Entonces todos los tontos con el micrófono de twitter, wahtsapp o cualquier red social se desgañitarán, porque “ese tío” dice cosas molestas para sus oídos limpios de reproches de ninguna clase y nunca. Nunca nadie los corrigió, sus papaítos y mamaítas se guardaron mucho de llevarles la contraria y cuando en el colegio o en el instituto quisieron corregirlos, inmediatamente llamaron a “mama o papa”, para que los defendiera de los pretendidos acosos de profesores y profesoras.
Y estos niñatos y niñatas ahora quieren ser los directores de conductas, costumbres y demás éticas sociales. Incluso situados como vocingleros portavoces de partidos políticos con raptas, pendientes, clavos, argollas y demás delicados utensilios de adorno corporal gritan consignas trasnochadas.
Y qué decir de los “influencer” de las redes sociales… ésto, otro día.
Lo que no entiendo es cómo habiendo tantísimas personas, sin duda más numerosas, como tú que estás leyendo este escrito, con la cabeza bien puesta, certeras en sus opiniones, trabajo o estudio esforzado, de mirada limpia, de superación personal, de perfeccionamiento en toda la vida nos dejamos arrastrar por los gritos repetitivos y desaforados de cuatro imbéciles que se creen los innovadores mentales cuando en realidad defienden ideologías de siglos pasados como marxismos, nacionalismos, nazismos y demás…, que están obsoletas.
¡Las gentes de bien-hacer tenéis mucha tarea!