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martes, 12 noviembre
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El éxtasis de la desgracia, por Rosana Güiza

Hace un par de días vi en las noticias el terrible efecto que causaba una droga, no sé si nueva o no, en unos jóvenes. Desnudos, moviéndose de manera incontrolada y emitiendo gemidos en el frío baño de una discoteca de Madrid. La imagen es espeluznante. Será por la cercanía de adolescentes  en mi vida o por que la edad ya no perdona, pero al ver las imágenes, un escalofrío me recorrió el cuerpo sin poder evitar cierta angustia que consiguió detener el video. El SAMUR tuvo que atender a estos tres hombres totalmente fuera de control. La droga se llama GHB o éxtasis líquido y es una droga que afecta al sistema nervioso central y que provoca unos efectos devastadores en el organismo.  Parece ser que esta droga provoca inicialmente una sensación de bienestar y euforia. El resultado, desgraciadamente, está en el hospital.

Todavía no entiendo, a día de hoy, como hay gente capaz de tomar este tipo de sustancias. ¿Qué lleva a una persona a hacerlo? La falta de sociabilidad, de confianza, de autoestima… No encuentro explicación alguna. Nunca la he encontrado. ¿Quién no ha tenido al alcance de su mano la tentación de probar ciertas drogas? Es tan sencillo como decir “no”. Un “no” que puede cambiar tu vida. Son dos caminos a elegir; el del “no” para llevar una vida normal y digna y el del “sí” para entrar en un bucle del que es casi imposible salir y cuyo final no es otro que el de la desgracia, para sí mismo y para los que le rodean.

Hay una edad en la que los peligros acechan de manera especial, en la que parece que el mundo entero está en tu contra, esa edad en la que te sientes incomprendido y la única salida es no hacer nada, pasar de todo e ir en contra de todos y si eso significa tener que drogarte para sentirte más tú, no hay miedo. Supongo que es como cuando eres niño, que no ves el peligro en nada de lo que hagas, pues igual con las drogas: crees que no pasa nada, que un porro un día o fumarte uno de vez en cuando tampoco es para tanto, y de ahí pasas, otro día, a probar unas pastillas. Y te sientes el rey del mundo en la discoteca de turno, el más divertido de tus amigos y así, entras en una espiral que te lleva cada día a más y más hasta que, con suerte, acabas en el hospital, en el mejor de los casos.

Entonces es el momento en el que los padres se preguntan: ¿qué ha pasado?, ¿cuándo empezó todo?, ¿por qué no me he dado cuenta?, ¿qué puedo hacer ahora?, ¿es demasiado tarde?. La responsabilidad es de todos. Padres, hijos, educadores, incluso políticos. Deberían hacerse más campañas informativas del daño que causan las drogas, todas. También los institutos deberían hacer más hincapié en este asunto. Y los padres, esos que dicen “¡si mi hijo no bebe!”, deberían abrir los ojos antes de que fuera demasiado tarde.

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Aún así, me temo que ya es demasiado tarde en general, para todos. Se nos fue de las manos y es dificilísimo controlar a nuestros hijos cuando salen por las noches de fiesta. Viendo los últimos acontecimientos y siendo tremendista, es terrible: o se drogan o las matan o las violan… ¿dónde están los valores de esa juventud? Perdidos en algún rincón esperando a ser rescatados. Me queda la esperanza de saber que son los menos y que la gran mayoría opta  por el camino del “no”, que es el que te aparta del éxtasis de la desgracia.

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