Hoy 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia de Género, y conviene detenernos y hacer alguna reflexión. Desde el año 2003 1.279 mujeres han sido asesinadas en España, dejando tras esas atrocidades a niños huérfanos y miles de familias destrozadas. Son las víctimas que tienen que seguir viviendo y conviviendo con algo tan doloroso como lo es perder a una madre.
En los últimos años se dice, como si de un mantra se tratara, que se ha avanzado mucho en ese camino, pero no es menos cierto que se han cometido errores imperdonables que han herido a muchas familias, que además de atravesar el calvario de ese dolor, han visto cómo muchos agresores sexuales, que habían acabado con la vida de muchas mujeres, salían a la calle.
La ley del “solo sí es sí” ha supuesto un duro mazazo social y psicológico para ellas. No las olvidemos, ni tampoco que esto ha ocurrido en una democracia como la nuestra. Quiero recordar con afecto a todas las mujeres que sufren violencia de género, un drama que no entiende de clases sociales ni de condiciones, siendo, desgraciadamente, una de las más extendidas y que ataca de manera cruel y virulenta los derechos humanos más esenciales, aquellos que son inherentes a los seres humanos.
La lucha contra la violencia de género debe ser afrontada y coordinada a través de un gran esfuerzo colectivo que involucre a todas las administraciones, al Poder legislativo, el Judicial y la Fiscalía General del Estado, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, las organizaciones sociales especializadas en violencia de género, los medios de comunicación y la sociedad española en su conjunto, en torno a un amplio abanico de medidas, que van desde lo local a lo nacional y que requieren de una acción coordinada de comunicación de las mismas.
Quiero terminar con una cita de Natividad Cepeda en su “ENSAYO SOBRE LA MUJER EN LA SOCIEDAD MANCHEGA “, que dice: “Las mujeres en su mayoría, no suelen quejarse, son duras como rocas de granito, se tragan sus fracasos y sus injusticias con el mismo valor y la misma constancia que lo hicieron sus madres y abuelas. Somos una pequeña porción de tierra a la que Dios sopló y dio vida. Somos partículas de polvo que viajan con el viento. Si no amamos la tierra donde vimos la luz primera, no sentiremos latir nuestro corazón. Las mujeres siempre han sentido ese latir en lo hondo de su pecho. Han sacado a la tierra su sustento, y han permanecido aquí, y permanecen, porque nadie puede vivir sin corazón. A todas ellas mi admiración, mi respeto, y mi deuda por haberme hecho como soy”.