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viernes, 22 noviembre
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Ocho de cada diez adultos con depresión empezaron en la adolescencia

Es un "falso mito" que sea normal estar triste en la adolescencia

El 80 por ciento de los adultos que llegan a consultas de Salud Mental con depresión ya había iniciado la patología en la adolescencia, una etapa en la que suele expresarse con alteraciones de conducta, como pueden ser problemas alimentarios o autolesiones, y en la que es necesario intervenir para poder revertir la patología de forma completa.

Con motivo del Día Mundial de Lucha contra la Depresión, el doctor Elías García, psiquiatra del Programa de Transición a la vida adulta y Primeros Consumos del Complejo Hospitalario de Toledo, ha explicado cómo se expresa la depresión en la adolescencia y cómo debe abordarse, ha desterrado el «falso mito» de que es normal que un adolescente esté triste y ha afirmado que las redes sociales se han convertido en la fórmula para evitar el contacto personal, que es la única manera de lograr «vínculos afectivos sanos», de amistad o de pareja.

En la adolescencia, un cuadro depresivo muchas veces no se evidencia con tristeza o ánimo bajo, como pasa en la población adulta, sino en alteraciones de conducta (síntomas alimentarios, consumo de sustancias, autolesiones) a través de las cuales la persona intenta manejar las emociones.

«Hay que interpretar no solamente lo que el adolescente dice, sino cómo actúa», ha dicho el psiquiatra, quien ha señalado que la alteración de conducta le impide el desarrollo de su vida normal, que es salir con amigos, atender las clases y los estudios, tener una buena relación con la familia o ilusionarse con una pareja.

Es un «falso mito» que sea normal estar triste en la adolescencia, ya que es un periodo en el que se puede ser muy feliz y sentirse muy bien. Y, por otra parte, toda la población, en general, puede sentirse triste en algún momento. Pero si a un adolescente le afecta a la conducta «es que no está teniendo un desarrollo normal», ha precisado.

A los cambios corporales se une la «presión social» para conseguir estudios o desarrollo profesional y la «presión» por tener un grupo de amigos o pareja propia; y al mismo tiempo es la etapa de tener que seleccionar relaciones y tolerar los fracasos porque, por primera vez, los amigos empiezan a fallar y el adolescente pone el problema en sí mismo, se siente mal, baja su autoestima y empieza a tener conductas de imitación, para evitar el rechazo, o de aislamiento.

El 80 por ciento de los adultos con depresión que acude a consulta había iniciado la patología en la adolescencia, aunque paradójicamente las consultas clínicas de adolescentes son minoritarias (apenas un 15 %) porque entran en juego «mitos» como que el consumo esporádico (de sustancias) no tiene importancia, aunque las cifras indican que en un 60 % de estos casos hay patología depresiva.

Según la base de datos del Programa de Transición y Primeros Consumos de Toledo el 70 % de los chicos que consumen lo hacen para evitar pensar, para evitar sentirse mal, para integrarse en el grupo, y porque hay «un fondo depresivo» que se debe tratar en la adolescencia, actuando de forma intensa en poco tiempo, para conseguir resultados y evitar que llegue a adulto como cuadro depresivo.

Lo mismo sucede con «los tonteos con la alimentación», que a veces se pasan por alto al pensar que forma parte del proceso natural de desarrollo del adolescente, cuando las cifras indican que en más de la mitad de los casos llegarán con patología a la edad adulta.

A este respecto, el doctor García ha afirmado que debe abordarse «cómo tratar a los chavales y entender que los emergentes de patología no son los del adulto» si se quiere tratar en la etapa temprana, que es «cuando es modificable».

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«LAS FAMILIAS PREFIEREN IMAGINAR QUE TODO VA BIEN, ES ALGO MUY HUMANO»

En el programa del Hospital de Toledo llevan seis años centrados en esos emergentes, valorando si detrás del trastorno de conducta, el consumo o el rendimiento académico hay un problema que se puede tratar de forma intensiva y evitar que pasen entre 8 y 10 años desde que surge el problema hasta que se consigue ayuda clínica.

Siguen un modelo de derivación abierta y trabajan con pacientes a partir de los 16 años, o desde los 12 si hay consumo o patología, y hacen una intervención múltiple, combinando terapia en familia, individual y grupal con apoyo de la red social externa (instituto) «para intentar entre todos modificar el curso y evolución del cuadro» e intentar la recuperación en el menor tiempo posible.

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En estos seis años han atendido a 770 adolescentes.

Es difícil que la familia asuma que hay un problema porque ve un cambio de actitud y se aferra al «mito» de que es normal en la adolescencia: «muchas veces la familia prefiere imaginarse que todo va bien, es algo muy humano. Y también tenemos la extraña idea de que venir al psiquiatra o al psicólogo va a suponer poner una etiqueta».

García reconoce que hay un riesgo «real» de confundir, por desconocimiento, lo que es desarrollo normal con una patología: «si no marcas bien la línea roja podemos sobrediagnosticar, que es el temor de las familias, pero lo que está ocurriendo es un infradiagnóstico como lo demuestra que cuando llegan a adultos habían empezado con síntomas en la etapa adolescente».

REDES SOCIALES REALES EN VEZ DE REDES SOCIALES DE INTERNET

El adolescente siente la necesidad de construir la identidad por reflejo en los demás pero las redes sociales han generalizado la exposición, de modo que lo que no se atreven a decir en su círculo de iguales, porque se exponen más y hay temor al rechazo, lo hacen socialmente, para que rechacen o acepten gente con la que no hay un vinculo.

«Las redes sociales, que eran algo positivo para facilitar luego el contacto personal, muchas veces en la adolescencia se transforman en una forma de evitar el contacto personal, que es un contacto con el cual me expongo más, pero es la única forma de conseguir vínculos afectivos, de amistad o pareja, sanos», ha afirmado.

El psiquiatra también ha subrayado que la prevención «se está haciendo mal», porque prevenir no es acudir a un centro educativo y dar una charla sobre acoso o los riesgos del consumo sino que hay que crear «redes sociales reales, no las de internet, redes de apoyo, que es un factor protector para la patología mental» porque si existe un círculo de apoyo amplio en el que se siente aceptado nunca tendrá una relación dependiente, tóxica, ni necesitará copiar conductas.

Esas auténticas redes sociales hay que generarlas tanto en el entorno familiar, «en casa hay que discutir y aprender a opinar y contraopinar», como en los centros educativos, trabajando en grupo, creando un sentido de pertenencia al estilo, por ejemplo, de los clubes que hay en los institutos japoneses, donde se fomenta una «pertenencia sana al grupo».

No se trata de ser todos amigos, sino de «generar un factor protector a nivel de escuela en el que la clase se perciba como grupo y al ser grupo todos se apoyan y nadie se queda descolgado».

El curso pasado se inició una primera experiencia en un centro educativo de Toledo y este año se han sumado otros. No consiste en que los profesionales de Salud Mental acudan a dar una charla sino que «generamos una dinámica» de modo que el profesorado y el equipo de orientación entienden que en el instituto «se pueden fomentar este tipo de relaciones» que evitan que aparezcan «complicaciones» como el consumo de sustancias en el centro, entre otras.

Según datos de la Fundación Mapfre, en dos tercios de los institutos hay consumo de sustancias.

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