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Hagamos por crecer (bien)

Artículo de opinión de Ramón Castro Pérez, profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos)

Razonar o argumentar aquello que no se suele poner en duda puede llegar a ser complicado. Sirva como ejemplo el paradigma del crecimiento económico. Son pocos quienes critican su bondad y, sin embargo, cuando lo hacen, cuesta horrores hacerles ver que crecer es saludable. Será porque cuestionar lo que es, prácticamente, un axioma es un asunto atractivo o por la irresistible tentación que supone posicionarse en contra de la norma. No me digan que no es seductor defender la opinión de que el resto del mundo vive sumido en un engaño. Al fin y al cabo, ¿quién no ha querido (o creído) ver, en algún momento de su vida, un fallo en Matrix?

Despierten. El planeta es una esfera y el crecimiento económico es lo mejor que, como sociedad, nos puede ocurrir. Eso no quiere decir que sea suficiente. El crecimiento económico debe ser sostenido y sostenible y el conjunto de la población debe poder disfrutar de él de una manera equitativa. La primera condición, por tanto, es que exista el crecimiento.

La medida del crecimiento económico es la tasa de variación del PIB. Si, año tras año, período tras período, el PIB es mayor, estaremos creciendo. El PIB no es cualquier cosa. Es, ni más ni menos, el valor de los bienes y servicios finales producidos en una economía, en un período de tiempo. Fíjense bien que colocamos sobre la mesa dos conceptos importantes: valor y producción final.

El adjetivo que se le ha colocado a la producción (final) no es caprichoso. Se tienen en cuenta los bienes y servicios finales, esto es, aquellos que están listos para ser consumidos. Si nos damos cuenta, el valor de un bien final incluye todo lo que se le ha ido añadiendo al producto hasta que este se halla en condiciones de satisfacer la necesidad para la que fue creado. Pensemos, por ejemplo, en un lápiz, compuesto de mina y cuerpo de madera. Su valor final dependerá del valor que la minería haya añadido al extraer el material y procesarlo. También del valor que la empresa maderera haya añadido al recolectar y procesar la madera y, por último, al valor que la fábrica de lápices añada al unir las partes y crear el producto final. Por tanto, en el valor de este bien se encuentran todos los valores añadidos previamente.

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Pues bien, el PIB de una economía es el valor de los productos finales que obtiene (en un año, por ejemplo) y ese valor es exactamente igual a la suma de todos los valores añadidos en todas las producciones (no sólo en la de lápices).

¿Crecer es sano? Ya lo creo. Crecer es crear más valor añadido. Y no sólo porque seamos capaces, por ejemplo, de fabricar más coches, sino porque los fabricamos mejores. A menudo este argumento se nos esconde y podríamos llegar a pensar que el crecimiento económico no es más que una obsesión por producir más artículos, muchos de los cuales no necesitamos, con el consiguiente despilfarro de recursos. Nada más lejos de la verdad: hoy producimos mejores artículos, con mucho más valor y más respetuosos con el medio ambiente, que hace diez, veinte, treinta o cuarenta años.

Sería arriesgado comparar un automóvil de los años setenta con otro, eléctrico, recién producido hoy. Estos últimos son más seguros, más limpios, emplean menos recursos y podrían hasta salvarnos la vida. Hablando de esto último, los aparatos de diagnóstico clínico del siglo anterior poco tienen que ver con los de ahora. Pueden encontrar cientos, miles de ejemplos. Los bienes y servicios actuales tienen un mayor valor que los de antes. Y es debido al crecimiento. Gracias al mismo, se han podido destinar recursos nuevos a la investigación, la cual ha dado sus frutos.

Por poner un ejemplo (datos de CNAE), justo antes de la pandemia, en el año 2019, el valor de los bienes y servicios finales producidos era 1,6 veces mayor que en 1995 ¡a los mismos precios! En tan sólo 24 años, se producía más y mejor, a razón de 1,6. Es más, no hablamos de los mismos productos, sino, en su mayoría, de bienes y servicios nuevos que, en 1995, ni siquiera existían como concepto (¿smartphones en 1995?).

Si prefieren verlo por sectores, el valor de lo producido por la agricultura en 2019 era 1,7 veces mayor que 24 años antes (a los mismos precios). En industria, la razón es de 1,35 veces y, en servicios, 1,9. Casi el doble de valor (nuevos y mejores servicios, sin duda).

Permítanme y vayamos un poco más allá. Pensemos en el resultado de la producción de bienes y servicios. Como actividad productiva que es, generará rentas. Fabricar lápices implica que personas, como usted y como yo, obtendrán su sueldo y la empresa, su beneficio. Crecer, por tanto, significa que el valor de los salarios (producto de personas por salario) y los beneficios crecen. Buenas noticias.

Otro vistazo rápido a la contabilidad nacional nos muestra que la remuneración de asalariados, en 2019, era 1,6 veces la de 1995 (a los mismos precios). La de los beneficios, también (a los mismos precios). Teniendo en cuenta que, en 2019, los ocupados eran 1,45 veces los ocupados de 1995, crecer implica que hay más personas con trabajo y que el salario real (con la prudencia que exige considerar datos medios) no ha bajado en todos estos años.

Si prefieren, podemos calcular el porcentaje de población que trabajaba en 2019 (un 43 por ciento) y compararlo con el 37 por ciento que lo hacía en 1995 (datos calculados a partir de las series largas, elaboradas por FEDEA). Como porcentaje, gracias al crecimiento, hay más población con empleo.

Por último, caigamos en la cuenta de que, lo que se produce (el PIB) se pone a la venta y (es costumbre) se compra (si no todo, casi todo). Así que también podemos medir el PIB como la suma de las compras.

¿Qué compras? Las compras de los hogares (consumo privado), las compras de las empresas (inversión), las del gobierno (consumo público) y las del resto del mundo (exportaciones). Eso sí, como dentro de todas estas compras, las hay también al extranjero (importaciones), descontaremos este último gasto. Mirándolo bien, si el PIB crece querrá decir que los hogares compramos por más valor, que las empresas invierten, también por más valor y que el gobierno está comprando más y mejores bienes y servicios, tal vez para contribuir a hacer más próspera la vida de la ciudadanía. Y ¿quién sabe si todo esto no hace aumentar la mismísima esperanza de vida?

 19952019
Esperanza de vida a los 65 (ambos sexos)18,20 años21,57 años
Fuente: INE

Con estos datos, la pregunta no debiera ser ¿Por qué crecer? sino ¿Cómo crecer? El planeta no es nuestro y los que vienen detrás tienen derecho a contar con sus oportunidades. Debemos crecer de manera sostenible, lo que implica encontrar la manera de utilizar los recursos de una forma más eficiente y respetuosa con el medio.

Sólo el crecimiento, alimentado por la innovación tecnológica puede encontrar la solución. Innovar para crecer de manera sostenible. Y crecer para generar más empleo y recursos de renta con los que enfrentarse a los costes de una transición verde que puede dejar a muchos atrás. Por ejemplo, al empleo que se apoya en los modos de producción antiguos, llamados a desaparecer. Sin crecimiento, tampoco habrá oportunidad para ellos.

A la hora de encontrar pistas, desarrollar la expresión de la renta per cápita nos indica el camino:

Hagamos por crecer (bien)

Nuestra renta per cápita crecerá si somos más productivos y si somos más los que lo somos. Cumpliendo esas condiciones y siendo sostenibles, el camino hacia el reparto equitativo comienza a estar asegurado. Hagamos por crecer. Por crecer bien.

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