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jueves, 21 noviembre
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Las cuevas de Tomelloso, la herencia subterránea del vino

Al visitante que llega a Tomelloso le sorprende encontrar en las aceras de sus calles unos enrejados que, a modo de tragaluz, decoran el suelo de la mayoría de las vías de la ciudad. Se trata de las lumbreras, la conexión con la superficie de los que esconde el subsuelo de la ciudad, las cuevas, uno de los elementos que mejor reflejan la particularidad de Tomelloso

Existe un Tomelloso subterráneo, horadado con estas bodegas en las que, hasta no hace tanto, el agricultor elaboraba y almacenaba el vino.

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Según señala Ángel Bernao en su estudio “Historia de una ciudad: Las Cuevas de Tomelloso”, las cuevas llegaron a ocupar un total de veintisiete hectáreas del casco urbano de la población, lo que venía a ser, nada menos, que un tercio de la superficie de la ciudad.

La tosca y las terreras

Y que es que el subsuelo de Tomelloso está particularmente configurado para que sus habitantes llevasen a cabo estas cuevas sin otra técnica que la fuerza y el tesón. Hay una capa, de dos metros de profundidad, dura como ella sola y con una densidad como la del hormigón.

Este estrato, la “tosca”, es el que permite que se mantengan en pie estas criptas dedicadas al reposo del vino sin ningún tipo de pilares. Eso sí, la construcción de esas catacumbas fue un trabajo ímprobo. Los picadores, a golpe de pico, horadaron el inframundo de Tomelloso hasta lograr las naves donde recoger la cosecha y proteger el vino de los cambios de temperatura.

En esa épica construcción de las cuevas aparece uno de los personajes más característicos y particulares de Tomelloso: las terreras.

Eran las mujeres encargadas de sacar y trasladar la tierra y la arena que se extraía en la construcción de la cueva.

Las tinajas

El vino se conservaba en tinajas. En una primera época, estas grandes ánforas eran de barro, fabricadas en la cercana localidad de Villarrobledo. Se traían fabricadas y eran introducidas en la cueva por la lumbrera.

A finales del siglo XIX y principios del XX, los depósitos se hacían de cemento, fabricados en la misma cueva.

José María Díaz, uno de los últimos constructores de cuevas y nuestro guía por el mundo subterráneo de Tomelloso, contó a El Campo que su abuelo fue el primero en hacer tinajas de cemento en Tomelloso.

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Se conformaba un encofrado que tenía catorce formas distintas. Arriba y abajo se le daba forma a la estructura con pleita. Una vez hecho el armazón se “tiraban” dos manos de cemento en el interior y cuando estaba duro se retiraba el encofrado y se proyectaban otras dos en el exterior.

El empotre fue otra de las evoluciones de las cuevas. Se trata de una pasarela, de obra, para poder acceder a las bocas de las tinajas y trabajar con mayor comodidad. En los empotres hay verdaderas filigranas constructivas, balaustradas, rosetones y distintas formas decorativas que embellecen, aún más, estas criptas.

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Albergan las cuevas, además de las tinajas, los útiles necesarios para la elaboración del vino, bombas, filtros, escaleras o ventiladores.

Las cuevas son una característica del pequeño y mediano agricultor de Tomelloso, independiente, que en la población se conoce como “picholero”. Tenía en el sótano de su casa, por decir de alguna manera, el banco, vendiendo una partida de vino cuando necesitaba dinero.

El cooperativismo fue arrinconando las cuevas que a día de hoy han sido completamente desplazadas  por la moderna industria vitivinícola.

Las cuevas son un patrimonio y uno de los tesoros más grandes de la localidad de Tomelloso que hay que conservar e incluso recuperar. Para llevar a cabo estudio “Historia de una ciudad: Las Cuevas de Tomelloso”, sustanciado en un libro, los autores visitaron en a lo largo de veinte años 223 cuevas. En la publicación aseguran que de ellas, 194 son visitables actualmente y una cuarentena están en perfecto estado.

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