Rocío, amiga, compañera, líder, capaz, emprendedora, imaginativa, luchadora, trabajadora hasta quedar exhausta, habladora… y 40 años al frente de la Casa de la Cultura de Tomelloso. Años elaborados, peleados y no lo suficientemente reconocidos. Su nombre hace honor a ella, bien escogido, buen resultado. Una mujer sin igual.
Esta frase tengo que ponerla: “nos conocemos desde antes de nacer”. No es mía, lo dijo ella en nuestro reencuentro tras más de 20 años sin vernos ni tener contacto.
Ya nuestros bisabuelos eran amigos y no hemos seguido nosotras siendo amigas por tradición, sino por ese cariño incondicional que une a los niños a través de sus progenitores. Nuestras madres han conservado ese hilo invisible que es la verdadera amistad y se siguieron visitando a pesar de la distancia que entonces suponía ir a “Tomellosete”. Isidorin, su hermano pequeño, siempre lo recuerda y dice que a él le encantaba ir de excursión a casa de Lunita a pasar la tarde en verano. Allí nos juntábamos mayores y niños, cada grupo a lo suyo. Y lo nuestro era jugar. Hicimos piña sin preguntar, sin plantearnos. Luisma y Antonio Bolós se unieron a mis direcciones de obras de teatro que yo escribía, vestían pantalones cortos. Más tarde, cuando yo cambié de colegio y aterricé en Santa Teresa, estaba Rocío, una excelente estudiante a la que yo me pegaba para contagiarme de su entusiasmo por los libros. Yo era bastante escritora ya y me interesaba más inventar que estudiar, pero ella me hacía bajar al suelo y me guiaba. Somos de la misma edad, siempre nos comprendimos en los principales conceptos vitales. A menudo me quedaba en su casa para estudiar con ella.
La de veces que le habré pedido sus traducciones de Latín y Griego, porque yo andaba en otros menesteres más fantasiosos.
Después mi familia se trasladó a vivir en Madrid, y no recuerdo haberme despedido formalmente de ella. Estuvimos mucho tiempo, como he mencionado, sin tener contacto, pero a ninguna nos hizo mella.
Nos casamos, tuvimos hijos, trabajamos, vivimos nuestra parte y nos reencontramos gracias a mi abuelo Luis Quirós. Se presentó el último libro que recopilamos de él y ¿quién estaba en este acto?: Rocío e Isidorin. Ella había comprado flores con la intención de llevarlas al cementerio de Alcázar (dónde yace mi abuelo en una fosa común), una vez terminado el acto.
Cuando vi las invitaciones me invadió un llanto de alegría. Al vernos, sin decir palabra, me abrazó tan fuerte que casi me rompe las costillas… besos, preguntas aceleradas, palabras a metralleta, sin comas, sin descanso, sin beber agua, hasta rebañar la ausencia. Volví a Madrid llena. Pero quedamos en explayarnos cuando volviera en verano. Y pasamos unas cuantas noches hablando sin parar hasta ponernos al día. Aunque Rocío y yo nunca terminamos de hacerlo porque nuestra vida está como nosotros.
Ella ha hecho una carrera de fondo en la cultura, yo en mi vida cotidiana. Pero sentimos y pensamos igual en lo básico. No nos planteamos el tiempo que llevábamos sin estar juntas, sin saber la una de la otra. Fue suficiente con volver a vernos para continuar lo que habíamos dejado cuando teníamos 16 años. Si dice pronto.
Ahora llega el fin de su camino laboral “oficial”. Digo esto porque nunca dejará de trabajar, ella siente un amor pasional por su pueblo, por realzar su cultura y se quita el pan de la boca y las horas de sueño que hagan falta.
Que puedo decir de una mujer como está: que no tiene parangón, que lleva a cabo todo lo que se propone, que está para todos, que da amor, que habla con el corazón y que brilla por donde va.
Es admiración, cariño, es una hermana para mí. Nos hacemos partícipes de nuestros avatares, de las circunstancias que nos trae la vida. Que estamos cerca aunque nos separen los km, que contamos la una con la otra, que sabemos que siempre estaremos.
Nuestras madres siguen siendo las mismas amigas que eran de pequeñas y seguían visitándose para celebrar sus cumpleaños. Ahora ya no pueden por la edad, pero están en contacto.
Le dije una vez públicamente que dejaba el listón muy alto y difícil de superar como directora de la Biblioteca y no me desdigo, sino que me siento muy orgullosa de repetirlo y mostrarlo ante Tomelloso.
Rocío, te has ganado mi reconocimiento y el de todos, el cariño y, sobre todo, el descanso. Espero que, a partir de aquí, recojas el tiempo que antes no has tenido para dedicarlo a lo que más te gusta.
Y confío en la buena gente, aquella que sabe admirar y valorar tu hacer y tu magnífico trabajo. Sólo los mediocres criticarán para tirarlo por tierra porque en el fondo saben que ellos nunca serán capaces de llegar tan alto como lo has hecho tú. Les quedará la envidia y la rabia de no haberte vencido.
Rocío, vital, sigue amando, sigue luchando por la cultura en general y en particular, la de Tomelloso.
A pesar de tener previsto acudir a tu homenaje, las fechas se me han colocado para no poder cumplir mi deseo de estar contigo, pero ya sabes que estaré siempre. Disfruta de tu momento.
Tu amiga del alma
Emma Cueva Quirós