En el futuro no existirá el hambre ni ocurrirán desgracias. En su lugar, reinará el amor y la concordia. Sin emisiones, la Tierra será el lugar que deseamos y, lo mejor de todo, los economistas habrán muerto, llevándose con ellos sus previsiones acerca del mismo. Lo malo es que, si algo comenzara a torcerse de nuevo, ya saben, un empecinamiento masivo por volver al pasado, no tendríamos a quien culpar.
Los artistas son demasiado queridos y los matemáticos, sobrevalorados, formidablemente respetados. A los abogados se les necesita siempre y recurrir a los autónomos sería absurdo, pues desaparecieron por Decreto-Ley. Twitter se había cerrado años antes, por lo que, finalmente, se tomó la decisión de guardar los libros. A fin de cuentas, ellos son los culpables de todo.