Durante estos últimos meses, venimos escuchando muchas opiniones sobre la situación del sector vitivinícola nacional y sobre si la crisis de mercado que actualmente sufre el mismo, responde a motivos estructurales o, más bien, coyunturales provocados por la crisis sanitaria mundial que vivimos. Más en concreto, muchos sabios oportunistas dirigen su mirada a la principal región productora de uva y vino del mundo, Castilla-La Mancha, como responsable de todos los males que actualmente sufre el mercado del vino.
Ni Castilla-La Macha tiene la culpa de nada, ni existe un problema estructural en el sector del vino. Históricamente, el mercado del vino ha tenido altibajos en sus precios en función de numerosas variables que, según afecten a unos u otros, nos hacen tocar el cielo unas campañas o sufrir el mayor de los infiernos en otras. Variables tales como el volumen de producción de España en comparación con la de otros países productores, el aumento o descenso del consumo de vino en el mundo o la presencia de aranceles y barreras comerciales, provocan que en cada campaña se produzcan mayores o menores desequilibrios entre la oferta y la demanda que tienen reflejo en los precios de la uva y el vino.
Pero no nos engañemos, esto que ocurre en el vino también ocurre de la misma manera en otros sectores agroalimentarios, sin que nadie se rasgue las vestiduras. Todos recordamos crisis en el sector lácteo, en el sector del aceite de oliva, en los cereales, en el vacuno, en el porcino o en los cítricos; periodos de crisis que han venido seguidos de otros periodos de bonanza a consecuencia de cambios de tendencia en los mercados. En ninguno de esos casos, se oye que haya que quitar superficie de cultivo, arrancar olivos, eliminar cabezas de ganado o reducir los rendimientos de cada parcela de naranjos. Sin embargo, curiosamente, siempre que se agudiza la crisis en el mercado del vino, hay voces -de quienes seguramente no tienen viñas- que se atreven a pedir, a exigir, la reducción de superficie de viñedo o la limitación de rendimientos de uva de aquellas explotaciones que son capaces de llegar a su mayor nivel de eficiencia productiva con un adecuado manejo del cultivo.
No es cuestión de empeño sino de objetividad entender lo que está ocurriendo en el sector vitivinícola desde el pasado marzo de 2020. No hay duda de que es la coyuntura provocada por la irrupción de la pandemia de la COVID-19, la que ha provocado de un día para otro, sin previo aviso, una caída del consumo absolutamente desconocida en las últimas décadas, con desplome radical del turismo, cierre de hoteles, bares, restaurantes, colectividades, eventos y congresos, todo ello aderezado con toques de queda y confinamientos domiciliarios, que, por ende, han provocado una crisis económica de gran calado. Con estos mimbres, es evidente que se produce un inaudito desequilibrio entre la oferta y la demanda en el mercado del vino nacional, europeo y mundial sin precedentes. En esta coyuntura tan extraordinaria, las soluciones tienen que ser extraordinarias y el presupuesto… díganlo ustedes.
Pero más allá de los devastadores efectos de la crisis sanitaria, el resto de variables que afectan al sector vitivinícola son los de todos los años. Campañas buenas y malas, grandes y pequeñas, con heladas o pedriscos, con lluvias abundantes o sequías y siempre con las habituales tensiones entre los operadores de la cadena vitivinícola. En definitiva, las mismas variables de todos los años, pero que ponderan de diferente manera en cada campaña en función de las circunstancias que concurran, favoreciendo unas veces al productor y otras al industrial. ¿De qué nos asustamos a estas alturas?
Y en ese entorno, Castilla-La Mancha es y será la de siempre, la mayor región vitivinícola del mundo, con 453.000 hectáreas de viñedos, la mitad de ellos reestructurados tanto con variedades autóctonas como mejorantes; con un alto nivel de mecanización; disponiendo de una gran diversidad de suelos y un clima favorable al cultivo, con agricultores cada vez más profesionalizados y con un tejido industrial cuyas infraestructuras superan tecnológicamente al resto de bodegas del mundo, logrando ser una región vitivinícola competitiva y capaz de dar respuesta a todas las necesidades comerciales de nuestros clientes a nivel mundial y en todos los segmentos de mercado.
Nuestro volumen de producción medio en años considerados “normales”, supera los 25 millones de hectolitros de vino y mosto, esto es, entre el 55-60% (según campaña) de lo que se produce en el conjunto del resto de regiones vitivinícolas de España. Nuestros rendimientos medios por hectárea en el periodo comprendido entre 2008 y 2020 se sitúan en los 6.961.-kg/ha para el conjunto de la región, muy por debajo a otros países productores del mundo (por ejemplo, de Italia o Francia). Sin embargo, este volumen de producción constante nos permite ser líderes en la comercialización de vinos a granel especializados y servir de materia prima para elaboradores de vinos tranquilos y espumosos, vinagres, bebidas espirituosas, alcoholes (de uso de boca, industriales y sanitarios), elaboración de mostos de todos los colores y sabores con los que se elaborar zumos, dulces y otros alimentos procesados de alta gama. Si no existiésemos, se nos tendría que inventar, así de claro.
Pero también somos líderes en envasado a nivel nacional, con casi 600 millones de litros en botellas y otros envases, la gran mayoría acogido a una de las diez indicaciones geográficas/denominaciones de origen y 8 pagos vitícolas con las que cuenta nuestra región, ofreciendo una gama de vinos amplia y diversificada, desde vinos “premium” dirigidos a los nichos de mercado más exigentes, pasando por vinos innovadores y diferenciados y, por supuesto, con una amplia lista de vinos de una inigualable relación calidad-precio que ganan mercado año tras año y que obtienen el reconocimiento del máximo protagonista de toda la cadena vitivinícola: el consumidor; un consumidor cada vez más maduro, informado y sin complejos que día tras día elije y prefiere nuestros vinos. Sabemos que esto preocupa a otras regiones vitivinícolas, pero este proceso es imparable, pese a quien pese.
Un sector vitivinícola castellano-manchego que ha sabido adecuarse a los nuevos tiempos y adoptar decisiones pioneras a nivel nacional y europeo poniendo en marcha medidas de autorregulación voluntarias, proponiendo normas de comercialización, generalizando el pago diferenciado por calidad y ajustando su potencial productivo a las exigencias de calidad que exigen los mercados, en definitiva, asumiendo nuestra responsabilidad en nombre de la salvación del sector. Pero todo tiene un límite. Castilla-La Mancha no va a aceptar por más tiempo que se nos etiquete como la tierra pobre del vino, ni que desde fuera se nos impongan o sugieran reducciones de rendimientos, arranques de viñedo o limitaciones de riego en aquellas explotaciones que cuentan con derechos de agua (a nosotros no se nos ocurriría pedir que dejen de regar los productores de arroz, de tomate o de maíz) y, por supuesto, no vamos a sentirnos culpables o acomplejados de nada de lo que somos desde hace décadas.
La viticultura española es diversa y compleja, y así tenemos que aceptarla. Y dentro de ese mapa nacional, Castilla-La Mancha es un país en sí mismo con su propio modelo productivo vitivinícola del que nos sentimos orgullosos y que no pretendemos cambiar. Un modelo productivo que ha permitido la convivencia de las diversas zonas productoras que internamente existen en Castilla-La Mancha, conscientes de que, si nos va bien a unos, nos va bien a todos.
Que nadie dude que la vitivinicultura de Castilla-La Mancha seguirá invirtiendo para ser aún más eficiente, más competitiva, seguir ganando mercados de valor y satisfacer los gustos de todo tipo de consumidores, mejorando para ello la dimensión de nuestras empresas cooperativas y creando estructuras comerciales cada vez más potentes con las que ganarles los mercados a los demás competidores tal y como lo ordenan las leyes de la empresa, faltaría más. Y, por supuesto, estando orgullosos de lo que somos, la mayor y más competitiva vitivinicultura del mundo, que crea riqueza en el medio rural, mantiene población y crea empleo. El vino en Castilla-La Mancha es y seguirá siendo historia, cultura, tradición, pero también futuro.
Ahora toca que las administraciones estén también a la altura y pongan sobre la mesa medidas y presupuestos extraordinarios suficientes para una situación tan excepcional y coyuntural como la que ahora nos toca vivir y que, esperemos, pase pronto.
¡Salud para todos desde la tierra del vino!.