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miércoles, 18 diciembre
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«¿Qué es el mercado marginalista? ¿Es culpable del aumento del precio de la luz?»

Artículo de Ramón Castro Pérez, profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos)

—¡Estamos pagando la luz al precio más caro posible!

—En cuanto a la energía eléctrica, es como si compráramos pollo al precio de ternera.

—¡A las eléctricas les caen los beneficios llovidos del cielo (windfall profits)!

—La tecnología más cara y contaminante marca el precio de toda la energía eléctrica.

Estas sentencias (y otras muchas) se han escuchado y leído durante los últimos días, al hilo de picos en los precios de la energía eléctrica (en el momento de escribir el artículo, el precio del megavatio-hora ronda los 104 euros).

Transcurridos unos días en los que se ha hablado mucho del sistema marginalista en el mercado de la electricidad, puede ser acertado, ahora con más calma, hablar del mismo y tratar de explicar por qué es preferible a otros sistemas, como el denominado «pay as bid».

Torre de Gazate Airén

El (verdadero) origen del problema

Detrás de los aumentos en el precio de la energía eléctrica hay una serie de factores que han venido a concurrir de manera simultánea. Unos lo han hecho para quedarse y otros son (esperemos) temporales. En primer lugar, tenemos una demanda con músculo que requiere energía eléctrica (es verano y aprieta el calor). En segundo lugar, las condiciones climáticas como la ausencia de viento o de lluvias dificultan la generación de energía renovable (a menor coste). En tercer lugar, los permisos de emisión de CO2 se han reducido y son más caros (como sociedad, hemos decidido luchar contra el cambio climático y, por tanto, para quemar combustibles se requiere la posesión de permisos) y, por último, el mercado del gas natural también presenta tensiones (escasez). Resumiendo, la luz está más cara porque la necesitamos más, porque generarla a menor coste es más difícil (renovable) y porque producirla con tecnologías «sucias» es más costoso debido a nuestra decisión (necesaria) de luchar contra el cambio climático y a los precios de los combustibles.

¿Cómo se determina el precio del megavatio-hora? El «famoso» sistema marginalista

La luz es un producto que no puede almacenarse. Por ello, cada día se negocia en un mercado cuánta cantidad vamos a necesitar cada hora, durante la próxima jornada. Las centrales eléctricas (que producen la energía) ofertan una cantidad determinada a un precio determinado. Las comercializadoras compran esa energía para nosotros. Es el mercado mayorista. Veamos un sencillo ejemplo para determinar cómo funciona:

Imaginemos que, para una hora determinada del próximo día, la demanda de energía eléctrica necesita adquirir 30.000 megavatios-hora. Imaginemos que tenemos sólo cuatro centrales productoras (A, B, C y D) y que estas se comportan de la siguiente manera en el mercado:

Pool (piscina en la que las centrales van arrojando los precios a los cuales están dispuestas a producir)ABCD
MWh ofertados5.00010.00015.00018.000
Precio del MWh ofertado50 €75 €100 €125 €

Como se trata de una subasta, se seleccionarán en primer lugar aquellas centrales eléctricas que más barato ofrezcan el producto. Así que, en esta ocasión, entrarán las centrales A, B y C. La última (D) quedará fuera pues entre las tres primeras cubren la demanda (30.000 MWh) a precios menores.

¿Qué precio resultará de esta subasta? La respuesta es 100.

—¡Vaya! Así que vamos a pagar (toda) la luz al precio más caro de la subasta. No nos gusta este sistema. Deberíamos pagar 5.000 MWh a 25 euros/MWh, 10.000 a 75 y 15.000 a 100 ¡Sería lo justo!

¿Por qué el sistema marginalista es el adecuado?

En el ejemplo que acabamos de mostrar, toda la energía eléctrica generada para esa hora en concreto se va a pagar al precio de la peor tecnología seleccionada (100 euros/MWh). Las críticas a este sistema no se hacen esperar cuando los precios se disparan. Lo que ocurre es que no se explica por qué este sistema se utiliza y por qué el otro (pagar por puja o pay as bid) no es tan buena idea. Y eso es lo que pretendemos hacer en este artículo: explicarlo.

En primer lugar, tenemos que preguntarnos qué entra en el precio que las centrales productoras ofertan (esto es muy importante, créanme). Pues bien, el precio del MWh está compuesto por el coste de oportunidad de ese MWh. Y cuando hablamos de coste de oportunidad, hablamos de:

  1. Costes en los que la central no incurrirá si elige no producir
  2. Ingresos que obtendría la central si decidiera vender esa electricidad en otro mercado o en otro momento.

No hay más. El resto de costes de una central se paga aparte. En las subastas, únicamente se tiene en cuenta a) y b). Y esto es muy positivo porque, si lo piensan bien:

  • Ninguna central ofrecerá un precio superior a su coste de oportunidad porque podría quedar fuera de la selección.
  • Ninguna central ofrecerá un precio inferior a su coste de oportunidad porque perdería dinero.

Además, nos queda lo más importante: este sistema supone un incentivo a la eficiencia ya que, cuanto más eficiente (limpia) sea una central, menor coste de oportunidad tendrá su producción, menor precio ofrecerá y, por tanto, mayor probabilidad tendrá de vender toda su producción en la subasta.

En conclusión, el sistema marginalista nos asegura que cada central venderá la energía a su coste de oportunidad. Asímismo, fomenta la eficiencia, ya que las tecnologías «sucias» (con mayores costes de oportunidad) tienen más probabilidad de quedarse fuera de la subasta.

¿Por qué no es mejor el sistema «pay as bid»?

Tal y como hemos comentado, el sistema marginalista tiene claras ventajas. No obstante, siempre estará a merced de las críticas en cuanto a que toda la energía negociada se venderá al precio de la tecnología más cara (en nuestro ejemplo, 100 euros/MWh). En ese sentido, puede parecer que lo justo es que se pague a cada central el precio que ha ofertado.

Supongamos que se hace así. Esto es un cambio total de las reglas del juego. Ya no estamos en una subasta marginalista (los seleccionados reciben el último precio), sino que estamos en una subasta «pay as bid» (los seleccionados reciben el precio que han ofertado). La pregunta es: si cambia el tipo de subasta, ¿por qué creer que las centrales productoras van a seguir comportándose de la misma manera? Piénsenlo.

Les pido, ahora, que adopten el rol de productor (o de vendedor). Ustedes vendían un producto en una subasta que les prometía el último precio seleccionado, pasara lo que pasara. No tienen incentivos a mentir aumentando el precio y sí tienen incentivos a invertir en su negocio para ser, cada vez, mejores y poder pujar con un precio menor.

Ahora cambian las normas. Se les pagará el precio que oferten. Su producto es el mismo que el producto de la competencia (es energía eléctrica). La diferencia es la forma de producirlo (tecnología). Imaginen que ustedes son los propietarios de la central A (capaz de producir 5.000 MWh a un precio de 25€/MWh) y, por supuesto, conocen a sus competidores (B, C y D), conocen de lo que son capaces y conocen aproximadamente el precio que van a ofrecer.

¿Ofrecerán ustedes su producción a 25 €/MWh sabiendo que C va a ofrecerla a 100 €/MWh? Pregunten a cualquier vendedor. Los precios de un producto homogéneo suelen ser parecidos, así que ustedes no ofrecerán 25 €/MWh sino un precio cercano a 100 €/MWh que es el precio de mercado en ese día y hora. El comportamiento estratégico acaba de aparecer en escena y nos llevará a los mismos precios que el sistema marginalista. Eso sí, en este nuevo sistema (pay-as-bid) no hay incentivos a la eficiencia. Si ustedes son los propietarios de la central B (capaz de ofrecer 10.000 MWh a 75 euros/MWh), no tendrán ningún incentivo a mejorar su tecnología y sí a igualar el precio de la central más cara y «sucia».

En conclusión, el sistema «pay as bid» genera precios similares al sistema marginalista y promueve el status quo, dificultando la eficiencia al no incentivarla.

Todo es mejorable en esta vida. Sin duda, el mercado eléctrico debe serlo y las soluciones deben pasar por la innovación y el autoconsumo. Las críticas consistentes en echar balones fuera y culpar siempre a otro deberíamos desecharlas, pues nos distraen de la verdadera tarea que consiste en avanzar hacia tecnologías más limpias (lean, de nuevo, la cuarta línea de este artículo y comprobarán que es totalmente cierta).

Por último, en mi opinión, deberíamos reflexionar sobre el mundo que queremos y los costes que supone. Si pretendemos un mundo limpio, oigan, eso cuesta dinero y se paga entre todos. La transición verde costará empleos, pero la solución está en buscar instrumentos que compensen las pérdidas de renta a los más desfavorecidos, no en olvidarnos de ellos y echar las culpas a otros de sus desgracias.

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