Recuerdo un camisón blanco con un cuello de encaje parecido a los de los bebés, doblado, muy bien doblado y aún en su caja, una caja amarilla con la tapa de papel transparente, el camisón de mi abuela que nunca llegó a estrenar.
Se lo regaló mi madre para un día de su santo. Con una sonrisa, lo miró, miró a mi madre y le dijo: «Guárdalo, es muy hermoso, guárdalo para cuando me ponga mala». Y entre besos, felicitaciones, pasteles y café, volvió a doblar y guardar el camisón con cuello de encaje.
Recuerdo cómo me animaba a vivir, a disfrutar de los instantes mientras ella tenía toda la casa repleta de cosas por estrenar, sábanas, tazas de café, frascos de colonia… regalos desenvueltos, guardados en sus cajas, papeles de regalos colocados en el aparador… y sus palabras. «Vive, disfruta, no dejes nada para después…» «No hagas lo que yo…».
Y sigo su consejo a rajatabla, estreno camisones, rompo platos, arrugó sábanas… no quiero dejar para mañana, ese mañana que dura años, ese mañana que no llega y que no te deja disfrutar del hoy…. «No hagas lo que yo» decía, «No lo dejes para después»…No te dejes para después.