Ya hemos hablado en anteriores capítulos de la historia de Tomelloso, y de cómo a partir de la independencia, y sobre todo desde mediados del siglo XI, nuestros antepasados levantaron una ciudad a base de mucho trabajo y esfuerzo. En poco más de un siglo convirtieron una pequeña aldea de 500 habitantes en una ciudad de más de 30.000. Las claves, como hemos dicho, fueron la agricultura, basada en el viñedo, la producción de vino y posteriormente la destilación de alcoholes.
Paralelamente a ese crecimiento económico hubo una efervescencia cultural y artística desmesurada, aunque un poco más tardía. Ya a principios del siglo XX hubo una primera generación de pintores como Francisco Carretero Cepeda, Antonio López Torres o Luís Quirós Arias.
Francisco Carretero Cepeda (1879-1962) fue el primero de una interminable serie de pintores de Tomelloso. Nacido en el seno de una familia labradora, de la que era el primogénito, desde muy joven se dedicó a las labores de la tierra, por lo que apenas pudo asistir de niño a la escuela. No obstante, muy pronto sintió vocación por los pinceles, siendo un claro ejemplo de pintor autodidacta, según reconocería él mismo, aunque la mayoría de su producción pictórica es posterior a la contienda civil. Hombre muy trabajador, llegó a convertirse en un gran especialista en viticultura; además, fue elegido en varias ocasiones alcalde de Tomelloso, de 1918 a 1923 y de 1929 a 1931. En el año 1924, conoció al artista Benjamín Palencia, y desde ese momento ambos artistas se influyeron mutuamente, aunque es muy evidente el hecho de que el pintor albaceteño cambió su estilo a partir de conocer a Carretero.
La figura de Francisco Carretero se ha quedado tristemente eclipsada por los artistas posteriores a él. Sin embargo, estamos hablando de un artista excepcional con una sensibilidad especial, cuyas inquietudes y curiosidad, desde su posición de agricultor con poca formación, fueron la energía para convertirse en un autodidacta que entendió el arte de las vanguardias del siglo XX, y encontrar su propio lenguaje dentro de este.
Si nos ubicamos en el Tomelloso rural de finales del siglo XIX, nos encontramos un pueblo agrícola con poca historia y sin ninguna tradición artística. Eso hizo que Carretero tuviese que inventárselo todo. Se hacía sus propios carboncillos quemando con delicadeza sarmientos y ramas. También compraba pigmentos y colorantes y se hacía sus propios colores mezclándolos con distintos aceites, al igual que los soportes en los que utilizaba sábanas viejas, que imprimaba con una solución de yeso y cola.
El hecho de que fuese un campesino con pocos estudios no quiere decir que fuese una persona inculta. Muy al contrario, era un lector compulsivo deseoso de aprender y ampliar sus experiencias y conocimientos, y eso le llevó a ser también comerciante y terminar siendo alcalde durante varios años. En estas etapas como alcalde su gestión fue impecable, y en años muy duros de desabastecimiento, Carretero se esforzó por que productos básicos como la harina no faltasen nunca. También fue el primer alcalde que desarrolló en Tomelloso sus primeras zonas verdes.
Aunque pintó durante toda su vida, hay que destacar su evolución a partir de los años veinte del siglo XX, en los que sigue las normas académicas pero ya empieza a desarrollar un lenguaje personal en el que el color se muestra libre. Es a partir de la década de los cuarenta cuando empieza a pintar esos paisajes de color roto con cielos imposibles, que parecen influidos por el Fauvismo, el Expresionismo, incluso el Dadaismo. Su evolución no se debe a una relación directa con los artistas de las vanguardias, pues si bien visitaba con asiduidad museos y exposiciones, sus hallazgos estéticos son fruto de la intuición y del conocimiento de la tierra desde una perspectiva más mística que empírica.
Después de la contienda civil, su labor plástica fue frenética y empezó a exponer fuera de su tierra, y en varias bienales hispanoamericanas, ya que por aquellos años la actividad cultural en España era bastante reducida. También en esta época fue asiduo en las tertulias intelectuales del café Gijón de Madrid, donde pasaba largas temporadas.
Miembro del Instituto de Estudios Manchegos, hijo predilecto de Tomelloso desde 1952, falleció en la localidad el día 10 de agosto de 1962. Estuvo pintando hasta que su salud se lo permitió, un año antes de su fallecimiento.
Desgraciadamente, la obra de Carretero no se puede admirar excepto en Internet. En el Palacio Consistorial de Tomelloso hay una sala dedicada al artista con varios cuadros de este, que actualmente se usa para las ruedas de prensa, y que en algunas contadas ocasiones se ha podido visitar. El artista también tiene 7 cuadros en el Museo del Prado, pero no están expuestos (igual que el 70% de sus fondos).
Quizá sea Carretero el estereotipo tomellosero: un hombre de la tierra, autodidacta, hecho a sí mismo, trabajador incansable y que siempre intentó superarse. Un hombre con poca formación que tuvo que superar sus carencias sin complejos, cuya curiosidad innata le llevó a auto-formarse y que acabó convirtiéndose en un referente del arte español contemporáneo.